El Gran Reaprendizaje

Sacado del libro “Hooking up” (“enrollarse”), Tom Wolfe, 2000

En 1968, en San Francisco, me tropecé con una curiosa nota a pie de página al movimiento hippie. En la Clínica Haight-Ashbury había médicos que trataban enfermedades que ningún doctor vivo había encontrado antes, enfermedades que habían desaparecido hace tanto tiempo que nunca se les habían dado nombres en latín, enfermedades como la sarna, el “grunge”, el picor, la sacudida, el “afta”, el “scroff”, el podrido. Y, ¿cómo era que habían vuelto ahora? Tenía que ver con el hecho que miles de jóvenes de ambos sexos habían migrado a San Francisco para vivir en comunas, en lo que creo que la historia registrará como una de las fiebres religiosas más extraordinarias de todos los tiempos.

Los hippies no querían otra cosa que desechar todos los códigos y restricciones del pasado y comenzar desde cero. Una vez, el novelista Ken Kesey, líder de una comuna llamada los “Merry Pranksters” (“bromistas felices”), organizó un peregrinaje a Stonehenge con la idea de retornar al punto cero de la civilización anglosajona, que imaginó que era Stonehenge y comenzar de nuevo para hacerlo mejor esta vez. Entre los códigos y restricciones que desechó la gente en las comunas – muy a propósito – estaban los que decían que no debes usar los cepillos de dientes de otras personas o dormir sobre los colchones de otra gente sin cambiar las sábanas (o, lo que era más probable, sin usar ninguna sábana), o que tú y otras cinco personas no deberían beber de la misma botella de Shasta o tomar chupadas del mismo cigarrillo. Y, ahora, en 1968, estaban reaprendiendo…las leyes de la higiene…por medio de enfermarse de la sarna, el “grunge”, el picor, la sacudida, el “afta”, el “scroff”, el podrido.

Me parece que este proceso, es decir, el reaprendizaje – que sigue un comienzo desde cero prometeico y sin precedentes – es el leitmotiv del siglo XX en Estados Unidos.

“Comenzar desde cero” era el eslogan de la escuela Bauhaus. Por ser familiar, no volveré a contar la historia de cómo los Bauhaus (un movimiento diminuto de artistas en la Alemania de los años veinte) desechó todos los estilos arquitectónicos del pasado y creó la apariencia de caja de cristal de la ciudad americana moderna durante el siglo veinte [se refiere a los rascacielos]. Pero debería mencionar la desorbitada exuberancia espiritual con la que el movimiento empezó, la convicción apasionada del líder de Bauhaus, Walter Gropius, que comenzar desde cero en la arquitectura y diseño le liberaría de la mano muerta del pasado. Sin embargo, a finales de los años setenta, los mismos arquitectos comenzaron a quejarse de la mano muerta de la escuela Bauhaus: los techos planos (que tenían goteras con la lluvia y se derrumbaban con la nieve), los diminutos cubículos de oficina de color beis (que hacían que los trabajadores se sintieran como engranajes de una máquina), las paredes de vidrio (que dejaban entrar demasiado calor, demasiado frío, demasiado resplandor y nada de aire). Ahora el reaprendizaje está en proceso a toda marcha. Los arquitectos están ocupados rebuscando en lo que el artista Richard Merkin llama el Gran Armario [el gran clóset]. Dentro del Gran Armario, en montones promiscuos, se amontonan los estilos abandonados del pasado. Los redescubrimientos favoritos de la actualidad son clásico, georgiano, secesión y Art Déco. Reaprendiendo sobre la marcha, los arquitectos están en una orgía de eclecticismo [combinar elementos de varios estilos] comparable a la del periodo victoriano, hace 125 años.

En política, el gran comienzo desde cero del siglo XX fue el socialismo de un solo partido, también llamado “comunismo” o “marxismo-leninismo”. Dada la mala reputación que tiene en la actualidad este sistema en Occidente, es instructivo leer “Diez días que cambiaron el mundo” de John Reed – antes de pasar a “Archipiélago Gulag” de Aleksandr Solzhenitsyn. El trabajador prometeico de camisa azul que se representaba en un poster rompiendo sus cadenas a lo largo de su pecho poderoso representaba claramente la libertad humana extrema en la que el movimiento creía en un inicio.

Para los intelectuales occidentales, el doloroso amanecer empezó con la publicación de “Archipiélago Gulag” en 1973. Solzhenitsyn insistió en que el villano que había detrás de la red soviética de campos de concentración no era Stalin o Lenin (que inventó el término “campo de concentración”), ni siquiera el marxismo. Por el contrario, era la extraña noción del siglo XX por la cual los soviets podían desechar no sólo el viejo orden social sino también su ética religiosa, que había ido desarrollándose durante milenios (“decencia común”, la llamó Orwell) y reinventar la moral… aquí… ahora… “a punta de pistola”, como decía la famosa frase de los maoístas. Mucho antes de que cayera el muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, el reaprendizaje había alcanzado el punto en el que incluso los círculos gobernantes de la Unión Soviética y China habían empezado a preguntarse la mejor manera de convertir el comunismo en algo que no fuera un “barbarismo con rostro humano”, para usar la frase memorable de Bernard Henri-Levy.

La gran contribución estadounidense al comienzo desde cero del siglo XX fue en el área de maneras y costumbres, especialmente en lo que remilgadamente se llamó “la revolución sexual”. En cada aldea, incluso en el antiguo “cinturón bíblico” [estados más religiosos de Estados Unidos] puede encontrarse el burdel del pueblo, que ya no está escondido en una casa de luces rojas o azules o detrás de una puerta verde, sino publicitado de forma abierta a la orilla de una carretera con un letrero de plástico iluminado por detrás con una luz de mil vatios: MASAJE DE MUCHACHAS COMPLETAMENTE DESNUDAS EN SAUNA Y MARATÓN DE SESIONES DE ENCUENTRO. Hasta 1985, los cines porno estaban tan extendidos como el 7-eleven, incluyendo autocines al aire libre con pantallas de seis, siete u ocho pisos de altura, para poder proyectar mejor todos los pliegues húmedos, los nódulos brillantes y los menudillos duros a unos campesinos estadounidenses jadeantes. En 1985, los cines porno comenzaron a ser reemplazados por el videocasete porno, que podía llevarse a cualquier casa. En el estante de arriba de la sala de estar, al lado de los tomos de la “World Book Encyclopedia” y los “Clasicos Modernos de Biblioteca”, uno ahora encuentra los videos: “El Callejón de Asunción”, “Bañada y colgada”, “¡Oye! ¡Pequeña Rambo!” y “La maestra latina: ella chupa, ella ha chupado, ella habrá chupado”.

En el otoño de 1987, una secretaria de iglesia de 25 años llamada Jessica Hahn provocó un frenesí de risitas en la prensa sensacionalista cuando se anunció la noticia de que había posado desnuda para la revista Playboy. ¿Su castigo? Una gira triunfal por todos los programas televisivos de entrevistas y variedades de la nación. Por lo que a mí respecta, el punto máximo se produjo cuando una niña de diez años, una estudiante de escuela privada, que llevaba una blusa de botón de oro, una chaqueta de punto y una falda de su uniforme escolar, se acercó a ella en el exterior de un estudio de televisión con una pila de revistas Playboy que mostraban a la secretaria con los pechos desnudos y los muslos entreabiertos y le pidió que se las firmara. Con la bendición de sus maestros, pensaba llevar las copias firmadas a la escuela y montar allí una subasta pública. Los beneficios se destinarían a los pobres.

Pero, para la revolución sexual, se produjo también un amanecer doloroso en los años ochenta, y así empezó el reaprendizaje, en forma de profilaxis. Todo ello puede resumirse en una única palabra que no requiere explicación: SIDA.

Se debería pensar en el Gran Reaprendizaje – si algo tan prosaico como las clases de recuperación puede llamarse “grande” – no tanto como el punto final del siglo XX como el tema del siglo XXI. No hay ninguna ley de la historia que diga que un nuevo siglo debe empezar diez o veinte años por adelantado, pero ha sido así dos veces seguidas. El siglo XIX comenzó con las revoluciones americana y francesa de finales del siglo XVIII. El siglo XX comenzó con la formulación del marxismo, el psicoanálisis y el modernismo a finales del siglo XIX. Y el siglo XXI comenzó con el Gran Reaprendizaje – en forma de la destrucción del muro de Berlín en un único día, escenificando el completo fracaso del comienzo desde cero más trascendental de todos.

Predigo que el siglo XXI probará que es falsa la noción del siglo XX del Futuro como algo emocionante, novedoso, inesperado o radiante; como el Progreso, para usar una vieja palabra. Ya es claro que las ciudades, gracias al Reaprendizaje, ni siquiera tendrán la apariencia de nuevas. Muy al contrario: las ciudades del año 2000 están comenzando a parecerse más a las de 1900 que a las de 1990. Del Sur del Bronx en Nueva York al Sudeste de Atlanta, las viviendas públicas ya no se construyen con la apariencia de torres comerciales. La nueva apariencia: las villas suburbanas anchas y bajas con jardín de Hampstead Heath en Londres. El siglo XXI tendrá un aire retrogrado y una atmósfera mental retrógrada. La gente de nuestro mundo, acomodados en sus complejos de apartamentos de estilo neo georgiano, rememorarán con asombro el siglo que acaba de finalizar… Contemplarán el siglo XX como el siglo en que las guerras se volvieron tan enormes que fueron conocidas como guerras mundiales, el siglo en que la tecnología dio un salto adelante tan rápido que el hombre desarrolló la capacidad de destruir el mismo planeta – pero también la capacidad de escapar a las estrellas en naves espaciales si el planeta estalla – y de manipular sus propios genes.

Pero, por encima de todo, rememorarán el siglo XIX como el siglo en que sus antepasados tuvieron la confianza asombrosa, el descaro prometeico de desafiar a los dioses e intentar empujar el poder y la libertad del hombre a extremos divinos, sin límite. Mirarán el pasado con asombro… sin la mínima tentación de emular la osadía de los que quisieron desechar todas las reglas y quisieron comenzar desde cero. Por el contrario, se hundirán cada vez más hondo en sus poltronas de estilo Luis XVI, navegando perezosamente entre la información de Internet, matando el tiempo como las matronas victorianas que hacían ganchillo, encaje, tejido, bordado y punto de cruz; satisfechos de vivir en lo que se conocerá como el Siglo Somnoliento o la Resaca del Siglo XX.

[Nota del traductor: el tiempo desde la escritura del artículo ha demostrado que el autor era demasiado optimista. El reaprendizaje sólo se produce cuando las consecuencias de no hacerlo son abrumadoramente costosas. Para algunos aspectos muy básicos, el reaprendizaje requiere un derrumbamiento general de la civilización, como pasó en la caída del Imperio Romano.]