Por Sam Gerrans, 4 mayo de 2004.
[original en inglés aquí]
No creo en la democracia. En algunos círculos progresistas esto me hace un hereje que debería ser disparado.
Los progresistas menos reactivos sonrieron con cara de tonto cuando vieron mi consternación porque nuestro gobierno británico colaboraba con Estados Unidos en crear el infierno en Yugoslavia a base de bombardeos – por razones humanitarias y adorables, por supuesto. Simplemente era demasiado bárbaro dejar que los yugoslavos se mataran entre ellos. Teníamos que hacerlo por ellos.
Entonces, después de una guerra que habíamos diseñado con la diplomacia, tuvimos nuestro genocidio largo y silencioso usando sanciones contra Irak, de lo que nadie quiso comentar entre gente educada. No importó que, para Madelaine Albright [secretaria de Estado de Estados Unidos], la muerte de medio millón de niños valiera la pena. Seguimos siendo los buenos.
Pero ahora los cambios en la forma de actuar estadounidense hacen que la gente simpática que viste cardigans y sirve crepas esté perdiendo la superioridad moral. La realidad de nuestras guerras […] está llegando a lo más hondo. Ya era hora.
Los progresistas permiten dos opiniones respetables sobre la democracia – y yo no acepto ninguna de ellas. La primera es que la democracia es algo bueno, pero el problema es que tenemos una versión imperfecta de ella. Todo estaría bien si pudiéramos tener una representación proporcional, un alto número de votantes y políticos decentes. La segunda es que la democracia es algo bueno que tenemos y que todo estaría bien si todos los otros pueblos lo tuvieran también. Para mí, las dos opiniones son dos variantes del mismo virus: el pensamiento confuso y lleno de fantasías.
La retórica de la democracia se basa en la idea de que la mayoría de personas son responsables y capaces de pensar por ellas mismas. Si esto fuera verdad, no se necesitaría un gobierno, nadie a quien pagar todos esos impuestos. No hace falta ser un genio para darse cuenta por qué esta idea no puede ni comenzar a funcionar.
«La mayoría» es una abstracción política necesaria dentro del marco de la hipocresía democrática, precisamente porque no puede pensar por sí misma. Es una fuerza ciega, divorciada de los hechos y fácilmente manipulable. Debe serlo. Su función es comprar cosas, pagar impuestos y distraerse – no atascar los mecanismos del poder.
Los gobernantes, por definición, forman una minoría. Bajo el sistema feudal, esto estaba completamente a la vista de todos. Bajo la democracia, tenemos que pretender que todos somos expertos en todo y que nuestra opinión cuenta. Ni somos expertos ni nuestra opinión cuenta y comenzamos, lentamente, a ser consciente de ello.
La diferencia básica entre el feudalismo y la democracia es de propaganda. Es parecido a cómo se crían los hijos. Es más eficiente que el niño crea que ordenar su habitación fue su idea. Es menos molestia. Pero el hecho es el mismo: habrá que ordenar la habitación.
Los que gestionan a la población muestran sus verdaderas intenciones cuando, de vez en cuando, la rueda se tuerce. Que Tony Blair ignoró la mayor concentración de personas de la historia en suelo británico (para protestar sus planes de lanzar una nueva ronda de genocidio en Irak) demuestra lo que realmente piensa de las opiniones de la gente. Su trabajo, tal como lo ve, es gestionarlas, no llevarlas a la práctica.
Algo que da gusto del país en el que vivo ahora – Rusia – es que nadie confía en el gobierno. Es lo único en que todos están de acuerdo. Se acepta como una verdad evidente que los gobernantes gobiernan para su propio beneficio y que todos los demás deben apechugar con las consecuencias de este hecho. No se te excluye de reuniones sociales por decir que la democracia es una ilusión absurda que disfraza una demagogia brutal. Sólo te preguntan si quieres otro plato. Las conversaciones aquí carecen de la ceguera autoimpuesta que controla lo que se puede decir en las fiestas occidentales.
Vuelvo a lo que quería destacar. Aunque, no hay que decirlo, me duele lo que pase con la gente iraquí (sin mencionar con las divisiones de muchachos estadounidenses cuya única ocupación legítima sería defender su propia tierra), percibo una refrescante brisa de realismo que llega a las playas lujosas de la conciencia progresista. Estamos empezando a despertar al hecho de que a nuestros gobernantes les importa un pito lo que pensamos. La ironía de imponer la Libertad a naciones a base de bombas ha comenzado a ser detectada tímidamente en nuestro radar. Ha saltado el tapón de la retórica por exceso de uso y el motor pierde fuerza. Al fin, se está descubriendo el timo de la democracia.
Por supuesto, esto ya ha sido previsto. No se iba a mostrar el puño de hierro que hay debajo del guante de seda sin tener funcionando todas las medidas necesarias. Por eso, la «Patriot Act» [que pone restricciones a la libertad en nombre de la seguridad], la obligación de tarjetas de identidad, las leyes contra «crímenes de odio», la vigilancia en todos lados y las iniciativas para prohibir las armas de fuego. Porque, puedes estar seguro, la guerra de verdad es contra nosotros – la gente que lo pagamos todo.
Estos terroristas, estos espantapájaros contra los que se nos debe proteger, son muy útiles para dar razones a la gente que gasta nuestro dinero para que reduzca nuestra libertad. No puedes evitar preguntarte quién los financia.
Pero no es este el tiempo de llorar por la democracia. No es que la democracia se convierta en algo diferente. La democracia se hace madura y revela su verdadera naturaleza: la de una oligarquía [gobierno de pocos] brutal dedicada a destruir el orden natural [es decir, la forma en que las cosas deben ser, por ejemplo, la familia]. Su objeto: desconectarnos de la tierra y de la tribu y reemplazarnos por una casta sin raíces vigilada por medidas de seguridad de alta tecnología.
Este escenario no es antidemocrático. Es precisamente el resultado de la abdicación de la responsabilidad que es inherente en la democracia de masas. Así que acepta los hechos: el totalitarismo es la conclusión natural de la democracia [Nota del traductor: Platón ya detectó esto].
Sugiero que- sin importar las querellas internas – los fuertes y poderosos hacen más o menos lo que quieren y el resto es sólo propaganda. Esta opinión es desagradable para aquellos atrapados en la retórica de la democracia, pero no se puede evitar. Sin embargo, felizmente para mí, conforme las cosas empeoran en el Oriente Medio, los progresistas encontrarán cada vez más difícil justificarse su visión del mundo. Es una pequeña satisfacción dadas las circunstancias, pero algo es algo.
La ventaja principal de la democracia para quienes realmente tienen el poder es el hecho de que la creencia extendida de que somos libres es un medio eficiente de control. [Goethe lo puso así: «Nadie está más irremediablemente esclavizado que aquel que cree falsamente que es libre]. Pero la democracia nunca es y nunca ha sido la Libertad; es solo una dictadura «light». Y ahora que la infraestructura totalitaria está en su lugar, nuestros gobernantes ya no necesitan la propaganda.
Por supuesto, la democracia se aferrará a sus eslóganes cursis por tanto tiempo como sea útil. Pero, como el verdadero plan estadounidense es subir las apuestas en el Oriente Medio al nivel de guerra necesario para completar el proyecto del Gran Israel (y como la historia de los últimos cien años muestra que ningún sacrificio es demasiado grande para conseguir este fin), no te sorprendas si nuestros gobernantes dejan de fingir que es algo diferente que una masacre como la de los viejos tiempos y empiezan a arrasar ciudades iraquíes enteras.
Lo que quiero no es llegar a conclusiones morales. Tengo mi opinión, por supuesto. Pero, para mí, todo se resume en lo siguiente: los fuertes y los astutos hacen lo que quieren y el resto de nosotros necesitamos decidir qué vamos a hacer con esto – si es que vamos a hacer algo.
Sólo no me pases el dogma de la democracia por delante de mi cara, porque no creo en él.
Así que dispárame.