No se puede hacer pactos con quien no quiere cumplirlos. El primer pacto mestizo fue el Estado de las Autonomías: se hizo un término medio entre el españolismo centralista y el nacionalismo. Nada más se firmó el pacto, Pujol ja estaba pensando cómo avanzar a más nacionalismo. El Estado cumplió toda su parte, pero la Generalitat violó su parte, por ejemplo, con los derechos lingüísticos de los castellanohablantes en la escuela y con infiltrar la sociedad civil para imponer el independentismo.
En cada nuevo pacto, los nacionalistas siempre avanzaban y los españolistas siempre retrocedían. Por ejemplo, Aznar regaló las competencias en policía a la Generalitat, como parte de su pacto de gobierno.
Después el siguiente pacto fue el Nou Estatut. Los nacionalistas se lo sacaron y lo aprobaron de forma unilateral. Después el Tribunal Supremo se eliminaron las partes más radicales. El Estado cumplió su parte (las partes aprobadas del Estatuto) pero los nacionalistas no cumplieron la suya (las partes anuladas del Estatuto).
Ahora quieren otro pacto mestizo, lo que quiere decir una nueva cesión al nacionalismo. Incluso yo estaría de acuerdo, si esto acaba el conflicto. Pero los nacionalistas, una vez llegue este nuevo pacto, exigirán al Estado su cumplimiento y ellos lo incumplirán y pedirán el enésimo pacto, siempre en dirección hacia la independencia. Ellos nunca estarán satisfechos si no se les da la independencia. Entonces, ¿qué sentido tiene pactar?
Es por eso que los independentistas se llenan la boca de diálogo y de pacto, porque saben que en cada pacto sólo extraen concesiones del Estado y avanzan en su proyecto, mientras que ellos no piensan cumplir su parte. El pacto se reduce a «dame más de lo tuyo que yo no te daré nada de lo mío».