«Los chalecos amarillos estarán ahí durante 100 años. Van a llegar a España»
El geógrafo Christophe Guilluy acaba de publicar ‘No Society. El fin de la clase media occidental’. Sus tesis anticiparon los grandes movimientos sociales contemporáneos
Sacado: https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2019-06-19/chalecos-amarillos-torquemada-medios-partidos_2079688/
Geógrafo de profesión, Christophe Guilluy es un heterodoxo que ha pagado un precio importante por el pecado de pensar fuera de las líneas ideológicas dominantes. Se hizo famoso en su país con su libro ‘La Francia periférica’, al que sucedió ‘Le crépuscule de la France d’en haut’ (‘El crepúsculo de la Francia de arriba’), y con ‘No Society. El fin de la clase media occidental’ (Ed. Taurus), sus tesis han cobrado nueva fuerza. Guilluy anticipó el fenómeno de los chalecos amarillos, así como la recomposición social y política que se está fraguando en nuestras sociedades.
PREGUNTA. Entendemos que la clase media está formada por personas con cierto nivel de renta o por profesionales y cuadros intermedios. Usted señala que el concepto de clase media es también cultural, que designa a personas que forman parte de un conjunto aunque entre ellas existan desigualdades salariales. ¿Quién es clase media hoy? ¿Quiénes forman parte de ella?
RESPUESTA. No, no se trata solo de cuadros intermedios. El concepto de clase media es social y cultural,y describe a una clase mayoritaria e integrada. Hasta la década de 1980, la mayoría de los empleados (trabajadores, profesiones intermedias, gerentes) estaban integrados económica, social y culturalmente. Todas estas categorías tenían la sensación de pertenecer a la clase media, que era mayoritaria porque nos encontrábamos en un proceso de ascenso social. Todo cambió con la aparición del modelo económico globalizado y la división internacional del trabajo, que conllevó una desindustrialización masiva y la precarización de algunos puestos de trabajo. Desde entonces, hemos sido testigos de un lento proceso de salida de la clase media de aquellas categorías sociales que ya no están integradas en el modelo económico.
Comenzó con los obreros, siguió después con los campesinos que perdieron sus empleos con la desindustrialización y continuó con los empleados y los cuadros intermedios de algunos sectores profesionales. Este desarrollo está vinculado a la polarización del empleo, y por un lado tenemos grupos profesionales bien retribuidos y por otro empleos precarios y mal remunerados. Es constatable que la mayoría de las categorías sociales que ayer fueron la base de la clase media se han fragilizado. Ya no están económicamente integradas y se sienten relegadas culturalmente. Por eso estoy hablando de la desaparición de la mayoría de la clase media.
P. Asegura que la socialdemocracia tuvo muchos problemas a la hora de hablar de lucha de clases y que esas mismas reticencias aparecen alrededor del concepto ‘Francia periférica’, que usted popularizó. ¿De qué hablamos cuando hablamos de las periferias?
R. Desde la década de 1980, el Partido Socialista abandonó la cuestión social al adoptar el modelo neoliberal. Este cambio contribuye al abandono de la clase obrera y de las clases populares. Al mismo tiempo, el electorado de la izquierda se aburguesó y gentrificó, y se reunió alrededor de las grandes ciudades. En Francia, el giro a la izquierda de París en 2001 supuso el divorcio definitivo del partido socialista con las clases populares. La izquierda ganó París y perdió a la gente.
La izquierda consideraba que las clases populares eran respetables y hasta gloriosas, y hoy las consideran deplorables o fascistas
El concepto de ‘Francia periférica’ trata de hacer visible la Francia olvidada, la de las categorías populares que ya no viven en metrópolis sino en las ciudades medianas y pequeñas y en las zonas rurales. Estos territorios representan el 60% de la población. La ‘Francia periférica ‘hace visible el conflicto de clases del siglo XXI que opone las periferias populares a las metrópolis gentrificadas. Esta geografía es la consecuencia de la concentración de la riqueza y del empleo en esas villas globales, lo que causa la desertificación del empleo en las periferias.
En Europa, como en los Estados Unidos, la izquierda está ahora prisionera de su electorado, se ha encerrado en las grandes metrópolis y ya no puede hablar con la clase obrera (el fracaso de Podemos es la consecuencia de su confinamiento en Barcelona o Madrid). Pero más importante que todo esto, es que la ruptura con las clases populares es sobre todo cultural. En el pasado, la izquierda consideraba que las clases populares eran respetables y hasta gloriosas, y hoy las consideran deplorables o fascistas.
P. A pesar de que no tienen conciencia de clase, afirma en ‘No Society’, estas capas populares comparten una percepción común de los efectos que les ha causado la globalización. Esta reestructuración social no ha reactivado la lucha de clases, pero sí está causando cambios. ¿Cuáles son estos efectos?
R. En el conjunto de los países occidentales, estamos asistiendo a una recomposición social de las clases trabajadoras. Estas categorías no tienen conciencia de clase, pero comparten una percepción común de los efectos de la globalización. Hoy en día, los trabajadores (que antes votaban a la izquierda), los campesinos (que antes votaban a la derecha) o los empleados comparten la misma precariedad social y la misma relegación geográfica y cultural. Por primera vez en la historia, las clases trabajadoras ya no viven donde se crean la riqueza y el empleo. Esta situación conlleva una importante recomposición política y cultural en el seno de las clases populares, que han tomado conciencia de ser las perdedoras del modelo económico globalizado.
P. Ha calificado el triunfo electoral de Macron como una victoria pírrica, en parte porque lo contrapone al éxito de Trump. El primero sería fruto de una alianza de minorías y el segundo apuntaría a una clase mayoritaria.
R. Trump se dirige a un electorado que constituye una mayoría, ciertamente relativa, pero que posee continuidad sociocultural: es la vieja clase media de la América periférica. Se trata de un electorado cuya demanda se expresa claramente: la mayoría de estos votantes están demandando empleos pero también la conservación de su modelo social y cultural. A la inversa, el problema de Macron es la fragilidad y heterogeneidad de su electorado. Al contrario de lo que suele decirse, el presidente francés no solo fue votado por los ganadores de las grandes metrópolis sino también por un electorado mayor que hoy se precariza y que comienza a participar en movimientos de contestación (muchos chalecos amarillos son jubilados).
Este ‘bloque burgués’, ecologista y liberal, es una consecuencia mecánica y natural de la nueva organización económica y geográfica
Y por encima de todo, la geografía electoral Macron descansa sobre ciudadelas (las grandes ciudades) que son estructuralmente minoritarias, que le sostuvieron a causa de que el ‘bloque popular’ está dividido, pero que son en realidad son muy frágiles.
P. ¿Qué piensa de la alianza entre los partidos socialistas europeos, Macron y Alde y los Verdes? ¿Cuál es el futuro de esta alianza?
R. Sí, esta alianza es coherente porque estos partidos cubren la misma sociología y la misma geografía, la de las metrópolis globalizadas. La constitución de este ‘bloque burgués’, ecologista y liberal, es una consecuencia mecánica y natural de la nueva organización económica y geográfica. Al mismo tiempo, estamos presenciando en la Francia periférica la constitución de un ‘bloque popular’ que aún no ha encontrado un representante político unificador.
P. Insiste en algo bastante obvio, y que Christopher Lasch definió como la ‘rebelión de las élites’. Afirma que es una “élite sin moral”, ya que ha provocado que desaparezcan los valores mayoritarios y el proyecto de una vida en común.
R. A fines de la década de 1980, el historiador estadounidense Christopher Lasch habló de la secesión de las élites. Hoy el proceso ha llegado mucho más lejos, conformando unas clases altas que han generado una ruptura cultural y geográfica con las clases trabajadoras.
El problema es que no se puede hacer sociedad excluyendo a las clases populares mayoritarias. Este modelo no es duradero
Hoy en día, las capas superiores se repliegan en metrópolis que se parecen cada vez más a ciudadelas medievales. Encerrados en su burbuja cognitiva, abandonaron el bien común y denominan “deplorables” a las clases populares. Esta situación significa que las categorías populares, que ayer fueron la base de la clase media, ya no son referentes culturales, sino personas a las que uno no se debería parecer. El problema es que no se puede ‘hacer sociedad’ excluyendo a las clases populares mayoritarias. Este modelo no es socialmente sostenible ni duradero.
P. Hay un trasvase habitual desde la clase trabajadora hacia la pobreza, pero también desde las clases medias hacia el proletariado. La inseguridad social es una constante y solo una parte pequeña de la sociedad parece estar a salvo de ella.
R. De hecho, existe un vínculo orgánico entre la pobreza y las clases trabajadoras. Siempre digo que en el ‘Monopoly de las clases populares‘, hay casillas de pobreza cada dos de ellas. Por lo tanto, las clases trabajadoras tienen un 80% de probabilidad de caer al menos una vez en su vida en la casilla de la pobreza. Esto no significa que permanezcan siempre allí, porque la pobreza rara vez es un estado permanente, pero eso no significa tampoco que la movilidad sea en las dos direcciones y que algún día pasen a una clase social superior. Es algo que han integrado cultural y materialmente y que ven cómo afecta a sus vecinos, a sus padres, a sus hijos o a sus amigos. Esta situación es aún más pronunciada hoy porque las clases populares (y esta es la primera vez en la historia) ya no viven donde se crean empleo y riqueza. Cuando pierdes tu trabajo en estas áreas rurales, pueblos pequeños o ciudades medianas, es muy difícil encontrar otro. Por el contrario, las élites y las clases altas están protegidas porque viven en ciudadelas, en estas grandes ciudades donde sí se crean empleos y riqueza.
En España existe un potencial de protesta social y política idéntico al que se ha dado en Francia o Reino Unido
P. La mayoría de las personas solo quieren vivir decentemente de su trabajo y ser respetadas culturalmente, afirma. El problema es que ese deseo, para llevarse a la práctica, implica profundos cambios políticos y económicos. Casi una revolución.
R. El punto esencial es el del reconocimiento cultural. Las clases dominantes ahora deben aceptar que hay un pueblo en Francia, Estados Unidos o España, y que va a estar ahí durante mucho tiempo. Más que en una ‘revolución’ (que es el título del libro-programa de Macron), creo en la potencia del movimiento real de la sociedad, el que es iniciado por el mayor número de personas, las de las clases populares. La revolución que estamos viendo es la del gran retorno de las clases populares a los campos político y cultural. Esta ‘revolución lenta’ dibuja una confrontación democrática entre ‘el mundo de arriba’ y ‘el mundo de abajo‘.
P. ¿Los chalecos amarillos son un movimiento que llegará tarde o temprano a España?
R. Los chalecos amarillos, como los ‘brexiters’, van a estar ahí 100 años más. No son un accidente de la historia sino la consecuencia de un modelo de desigualdad que produce en España las mismas fracturas. En vuestro país existe un potencial de protesta social y política idéntico al que existe en Francia o Reino Unido.
La desaparición de la clase media hará desaparecer lógicamente los partidos tradicionales. Es inevitable
La precarización de la clase media española y la dinámica de concentración de la riqueza y el empleo conducen a una recomposición social y política que va a producir efectos en los años venideros. El eje izquierda/derecha, que todavía es poderoso en España, no va a impedir una recomposición política a partir de la oposición entre ganadores y perdedores de la globalización, entre los ‘somewhere’ y los ‘nowhere’, como los denomina David Goodhardt, entre la periferia española y las grandes ciudades globalizadas. Este eje fundamental es el del siglo XXI e incluso sobrepasa la cuestión independentista. Por ejemplo, la independencia de Cataluña no eliminaría la división social y territorial entre la Cataluña periférica y Barcelona.
P. ¿Sobrevivirá la democracia a este capitalismo globalizado?
R. No estamos viviendo el final de la democracia sino un tiempo de recomposición política. La desaparición de la clase media hará desaparecer lógicamente los partidos tradicionales que la representaban. La recomposición política que estamos presenciando es consecuencia de la recomposición social, y es inevitable.
Los medios de comunicación y el mundo académico producen sobre todo pequeños Torquemadas
Un partido político es principalmente una sociología, pero también una geografía. Cuando la sociología evoluciona, algunos partidos desaparecen y aparecen otros. Macron y Trump no son un accidente de la historia, sino el producto de la gran recomposición social, geográfica y política que afecta a todos los países occidentales.
P. ¿Los medios de comunicación y el mundo académico tienen una alianza? ¿Designan herejes? ¿Es usted uno de ellos?
R. Los medios de comunicación y el mundo académico producen sobre todo pequeños Torquemadas. Pero esta inquisición suscita muchas resistencias en los medios populares y ahora también en los círculos intelectuales. A partir de ahora va a ser difícil negar la realidad. La mayoría de los expertos y de los comentaristas recogen mis análisis sobre la Francia periférica y la recomposición política en torno al bloque burgués/bloque popular. Los medios de comunicación y el mundo académico han perdido hoy su hegemonía cultural y tendrán que adaptarse. Torquemada ha perdido su poder.