De todas las tiranías, la tiranía más opresiva es quizás aquella que se ejerce sinceramente por el bien de sus víctimas. Tal vez sea mejor vivir sometidos a ladrones corruptos que bajo entrometidos morales todopoderosos. La crueldad del ladrón corrupto puede a veces sosegarse, su avaricia puede en algún momento saciarse. Pero aquellos que nos atormentan por nuestro propio bien nos atormentarán sin fin, pues lo hacen con la aprobación de su propia conciencia.
Ellos pueden ser más propensos a ir al cielo pero al mismo tiempo más proclives a hacer un infierno de la tierra.
Esta bondad implica un insulto intolerable. «Curarnos” en contra de nuestra voluntad y curarnos de estados que quizás no consideramos una enfermedad es colocarnos en el nivel de aquellos que no han alcanzado aún la edad de la razón o aquellos que nunca la alcanzarán: ser clasificado junto a los niños, los deficientes mentales y los animales domésticos