26 Marzo 2016
[Original en inglés aquí]
Cuando le digo a la gente que no creo en la igualdad, su respuesta siempre es una que combina horror con incomprensión. La gente pregunta: «¿Cómo es posible que no estés a favor de la igualdad?» Al fin y al cabo, como Tocqueville ilustra hábilmente, «¡la igualdad es de lo que se tratan los Estados Unidos! «¿Cómo es posible que no pienses que la igualdad es el estado más deseable al que puede aspirar la humanidad, y aquel objetivo que todos debemos trabajar juntos para alcanzar? «¿Cómo es posible que no quieras que el gobierno apruebe leyes para darnos más igualdad y que no desees que la igualdad sea un valor que se implante en el corazón de cada persona?»
Mi respuesta es que me han entendido mal. No digo «no creo en la igualdad» en el mismo sentido que digo que no creo en el objetivismo o el comunismo o la ideología de Sendero Luminoso. [Es decir, cuando digo «no creo en la igualdad» no quiero decir «no pienso que la igualdad sea buena«]. Digo «No creo en la igualdad» en el mismo sentido de que podría decir que no creo en los unicornios, o el ratoncito Pérez, o Papá Noel. [Es decir, cuando digo «no creo en la igualdad» lo que quiero decir es «no pienso que la igualdad exista»] . Quiero decir que no veo evidencia convincente de que lo que se discute realmente exista, ya sea a nivel individual o grupal.
Por lo tanto, es irrelevante si apoyo la igualdad, si la deseo o si creo que sería una gran idea si tuviéramos más igualdad. Quizás si realmente existiera la igualdad sería lo más maravilloso en todo el mundo , y quizás no pueda pensar en una sola razón por la que la igualdad no sería lo más maravilloso del mundo si existiera. Del mismo modo, me atrevería a decir que sería lo más maravilloso del mundo si el Papá Noel realmente existiera, y ciertamente no puedo pensar en una sola razón por la que no sería así. Y, sin embargo, la realidad sigue siendo lo que es.
Esto, por supuesto, va en contra de dos de las tendencias más antirrealistas de la izquierda. La primera tendencia es su incapacidad constante para comprender la diferencia entre lo descriptivo y lo normativo, entre lo que «es» y lo que «debe ser» [el autor se refiere a la famosa distinción «is-ought» del filósofo David Hume]. Para la izquierda, si algo debería ser de una cierta manera, entonces es de esa manera o, dicho de manera más clara, si algo debe ser verdadero para que sus creencias sean válidas, entonces es verdadero, y cuestionarlo es totalmente inaceptable [es decir, es racista, sexista, discriminatorio, intolerante, retrógrado, homófobo, transfobo, etc].
La segunda tendencia es su creencia que las leyes aprobadas por los gobiernos tienen el poder de reestructurar la realidad. Suelen protestar: “¡Pero hemos aprobado leyes para garantizar la igualdad! ¡El Tribunal Supremo ha fallado varias veces en favor de la igualdad! ¡La ley es clara!» Quizás lo sea, pero tampoco puede hacer nada frente a una realidad implacable.
Así que les contaré algo real: no se puede aprobar una ley que iguale a los seres humanos. Se puede aprobar una ley que obliga a todos a actuar como si los seres humanos fueran iguales, pero no es lo mismo. El gobierno podría aprobar una ley que obligue a todos a actuar como si existieran unicornios y aplicarla con sanciones tan duras que prácticamente nadie estaría dispuesto a desobedecerla. De hecho, se puede ir incluso más allá. El gobierno podría ordenar la enseñanza sobre unicornios en las escuelas y universidades, y de hecho, incluso podría establecer departamentos completos de estudios de unicornios. Podría asegurarse de que las películas y la televisión tuvieran cuidado de nunca cuestionar la existencia de los unicornios. Se podría echar a la gente de las redes sociales por burlarse de la creencia en los unicornios. Se podría conseguir que los que se atreven a no creer en los unicornios fueran despedidos de sus trabajos, incluidos en listas negras en profesiones enteras y no pudieran ganar suficiente dinero para alimentar a sus hijos.
Se podría hacer todo eso, y, aún así, ello no haría que existieran los unicornios.
Es en este punto que me imagino que los conservadores y los neoliberales responden: “Muy bien, aceptamos que los individuos no son inherentemente iguales. ¡Pero al menos deberíamos otorgar a las personas el mismo trato bajo la ley! ¡Esa [la igualdad ante la ley] es la piedra angular de la libertad! ¡Es el principio clave al que se suscriben los hombres libres! ¡Es por lo que lucharon los Padres Fundadores [de Estados Unidos]!
Me temo que, sobre este asunto, los molestaré, no sólo por estar en desacuerdo con la premisa de igualdad ante la ley, sino por ilustrar mi punto con algo que estoy seguro que no les gustará: una defensa del Islam.
Para ello, comencemos observando la epidemia de violación que arrasa Europa, incidentes que van desde el escándalo de Rotherham hasta los ataques sexuales de Colonia, y preguntémonos por qué sucedió. Específicamente, ¿por qué la llegada de oleadas de hombres jóvenes de países musulmanes a las sociedades del norte de Europa esta relacionada automáticamente con una ola de delitos sexuales en esos países? La respuesta obvia es que se sienten que pueden cometer estos crímenes sexuales, pero en el fondo de ello, está la cruda realidad: la razón por la que, de repente, los jóvenes musulmanes sienten que pueden hacer en Europa lo que no harían en sus países es porque el sistema de restricciones (estatutarias, religiosas y culturales) que es suficiente para evitar que suecos, daneses e ingleses hagan estas cosas, no es suficiente para evitar que sirios, somalíes y pakistaníes las hagan. En sus propios países, probablemente serían azotados, decapitados o enfrentarían castigos por estos actos, castigos que los occidentales considerarían crueles, y serían sometidos a ellos después de un proceso legal mucho menos garantista al que están acostumbrados los occidentales. Y a esto se añaden todas las restricciones preventivas [de los delitos sexuales] que se encuentran en las sociedades musulmanas, como, por ejemplo, un sistema de control patriarcal sobre las esposas o las hijas solteras todavía intacto, que las mujeres se cubren con ropa que no revela nada y un código de honor que considera la indecencia sexual como algo serio que requiere castigo (que muchas veces lo aplica personalmente la familia de la mujer violada).
Este es un sistema serio de restricciones. ¿Tú o yo queremos vivir bajo este sistema? ¿Nos gustaría envolver a nuestras mujeres en tela negra de pies a cabeza y padecer latigazos (o linchamientos) por indiscreciones sexuales? Por supuesto que no. Pero somos europeos (genéticamente o por ciudadanía) , y estas restricciones serían innecesariamente severas si se nos impusieran. Por lo tanto, al criticar al Islam con respecto a estos casos, podemos estar confundiendo causa con efecto. Es probable que el Islam (y el conjunto de restricciones que representa), en lugar de causar incidentes como estos, es lo único que impide que sean tan comunes entre los jóvenes musulmanes en países musulmanes como lo son entre los jóvenes musulmanes en Europa.
(Nota: Voy a dejar constancia de que pienso que, en Occidente, no le damos al Islam el crédito que merece. Se las arregla para mantener una apariencia básica de orden en muchos lugares muy difíciles (y entre muchos pueblos muy duros), la cual, sin duda, sería mucho peor sin él. Por lo tanto, no cuestiono en absoluto la utilidad del Islam cuando se practica en esos lugares. Solo cuestiono 1) su validez como revelación genuina de Dios, y 2) su compatibilidad con otras culturas, especialmente con las culturas cristiano-europeas.)
(Señalaré aquí que, durante mucho tiempo, el sistema de justicia estadounidense ha aplicado el grado de dureza necesario para hacer frente a la criminalidad desproporcionada de los negros. Esto significa que, en general, [el sistema de justicia estadounidense] es mucho más duro y estricto que los sistemas de justicia que hay en lugares como Suecia, los cuales se crearon básicamente para restringir sociedades totalmente blancas. Dejaré que mis lectores decidan si este nivel más alto de dureza tiene algo que ver con el hecho de que los musulmanes estadounidenses no han producido oleadas importantes de violación en Estados Unidos.)
La respuesta obvia para los países del norte de Europa afectados [por esa oleada de violaciones] (además de no permitir la inmigración de tierras musulmanas) sería establecer diferentes conjuntos de restricciones para los pakistaníes que para los ingleses y para los sirios que para los alemanes. De hecho, muchas comunidades musulmanas lo han solicitado abiertamente, al pedir que se les permita establecer tribunales de justicia basados en la sharia [ley islámica] para tratar las infracciones en sus comunidades ubicadas en naciones europeas. Y sin embargo, sus anfitriones europeos se oponen constantemente a ello. La fe inquebrantable de estos anfitriones en la teoría de la tabula rasa, la igualdad humana y la igualdad ante la ley no les permite dar una respuesta tan obvia que la aceptarían con entusiasmo incluso las supuestas «víctimas» de esta desigualdad.
(Vale la pena señalar que los musulmanes de estas comunidades estaban tan frustrados por la negativa de las autoridades europeas a permitirles sus propios tribunales que, en ciudades de Gran Bretaña y Alemania, llegaron a implementar «Patrullas de la Sharia» (grupos privados de justicieros) para mantener el orden en sus vecindarios. Las autoridades tomaron medidas enérgicas contra estas ofensas contra la igualdad con una rapidez y seguridad que uno desearía que se reservara para organizaciones como Al-Qaeda o ISIS).
Y aquí nos enfrentamos a la trampa de la que Blake nos advirtió. Si bien es imposible promulgar un código legal separado para tratar con cada individuo diferente, es posible (y, si hay justicia verdadera, es necesario) promulgar un código legal separado para tratar con cada grupo que pueda identificarse como diferente.
¿Qué pasa si no lo hacemos? Entonces debemos tener una ley para todos. Pero si hacemos eso, ¿a qué nivel establecemos la dureza de sus restricciones? Si lo establecemos al nivel de aquellos que necesitan menos dureza, entonces tendremos un caos interminable causado por aquellos que necesitan más. Si lo establecemos al nivel de aquellos que necesitan más dureza, tiranizaremos innecesariamente a aquellos que necesiten menos dureza. Si chapoteamos entre los dos extremos en un intento desesperado de dividir de alguna manera la diferencia, obtenemos lo que Sam Francis llamó anarco-tiranía [el Estado crea una ley que está a medio camino entre la que se necesita para los grupos más rebeldes y más pacíficos. Para estos últimos, es un control insoportable, por lo que se siente tiránica. Para los que necesitan mayor dureza, es ineficiente, por lo que no sirve para nada y estos grupos se comportan con una total anarquía]
Esta es la razón por la cual el sistema [de segregación racial] llamado «Jim Crow», [en que los blancos y los negros estaban separados y que acabó con los movimientos de derechos civiles en los años 60], que ahora es vilipendiado universalmente en el sur de los Estados Unidos, era de hecho sensato y necesario. Y oh, sí, ¡está vilipendiado! ¡Una marca nacional de vergüenza! ¡Pensar que alguna vez exigimos que los negros se sentaran en la parte trasera del autobús, lejos de todos los demás! ¡Qué barbarie!
Y sin embargo … ¿cuáles han sido los resultados de la abolición de este sistema? Consideremos el caso de los autobuses. Medio siglo después de la desegregación, ¿cómo son? La triste verdad es que nuestras carreteras están llenas de automóviles, muchos de ellos viejos, oxidados y eructamdo humo, porque, en este país, nadie que pueda evitar tomar el transporte público lo toma. Y si bien hay varias razones para eso, una que no se puede ignorar es el deseo de evitar los enjambres de negros ruidosos y atemorizantes que son omnipresentes en el transporte público en cualquier gran ciudad de Estados Unidos. Al fin y al cabo, es por eso que [el humorista] Jay Leno una vez se refirió a los autobuses como «malos barrios sobre ruedas».
Ello tiene un efecto de bola de nieve. Mantiene baja la cantidad de pasajeros, lo que evita la expansión. Hace que las rutas existentes fuera de las zonas pobres negras sean económicamente difíciles de mantener, y que las nuevas rutas fuera de ellas sean políticamente difíciles de crear
(¿Por qué el MetroLink [enlace metropolitano] de St. Louis, conocido por los lugareños como «CrimeLink» [enlace del crimen], nunca se expandió a los suburbios ricos al oeste de la ciudad? ¿Por qué el sistema de trenes de cercanías BART del área de la Bahía de San Francisco nunca se expandió al condado de Marin (rico, blanco y progresista), a pesar de los planes iniciales para hacerlo? La razón es obvia y rara vez se menciona).
¡Menudo chasco con el sueño progresista de que todos nosotros renunciemos a nuestros autos para usar el transporte público! Hay más autos en la carretera, más tráfico, más gastos para los trabajadores pobres, más contaminación. Todo esto son consecuencias no deseadas del ideal de igualdad ante la ley.
Consideremos otro ejemplo: la izquierda tiene toda la razón de que las leyes [policiales] de «detener y registrar» [a los sospechosos de delito] se han dirigido desproporcionadamente a las minorías visibles, especialmente a los negros, en muchas ciudades (quizás de forma especial en Nueva York). Y cuando lo hicieron, el crimen cayó drásticamente. Como resultado, los barrios negros se volvieron drásticamente más seguros. Muchos no delincuentes que vivían en estos vecindarios aumentaron su nivel real de libertad, porque ya no estaban encarcelados en sus casas por miedo a caminar por las calles. Los blancos llegaron y gastaron dinero en esos barrios, pues ya no tenían miedo. Las empresas comenzaron a prosperar nuevamente. Las cosas mejoraron.
Y luego apareció [el movimiento negro de protesta] Black Lives Matter y exigió la igualdad ante la ley, o de lo contrario, que se atuvieran a las consecuencias. Las ciudades ardieron y los policías fueron juzgados por hacer su trabajo (después de una intensa presión de Black Lives Matters o sus aliados en la izquierda) . El nuevo alcalde de Nueva York declaró su apoyo a los manifestantes y su antipatía hacia la policía. Como resultado, los policías comenzaron a quedarse en sus autos en lugar de patrullar, y comenzaron a hacer la vista gorda ante lo que antes habrían detenido. Como era de esperar, el crimen comenzó a aumentar de nuevo. Esto no terminará bien para nadie.
En Europa, una ley para los blancos nativos y para los musulmanes es un desastre. En Estados Unidos, una ley para blancos y negros es un desastre. Es obvio por qué. Los orientales no son ingleses; los negros no son blancos. Tampoco hay dos grupos distintos de personas que sean iguales entre sí. Por ejemplo: los judíos no son árabes (un hecho reflejado en la ley de repatriación de los judíos) ni son blancos. Las mujeres no son hombres. Los aristócratas no son artesanos, los artesanos no son campesinos y los campesinos no son esclavos (**). Sí, existen excepciones a casi cualquier observación mayoritariamente cierta. Pero no podemos hacer una ley sensata basada en excepciones y casos extremos.
El 10% más talentoso de un grupo puede verse incomodado por leyes como la de Jim Crow, pero el problema de qué hacer con el 90% sin talento debe abordarse de manera realista. Además de lo cual, las autoridades pueden aplicar el discernimiento y el juicio para tratar adecuadamente con las excepciones y casos extremos. (Aunque esto es excepcionalmente difícil bajo el sistema actual, porque los modernos tienen un horror a juzgar y discernir [lo llaman «discriminar»]. Prefieren creer que un liderazgo justo y sabio será producido por sistemas impersonales, automáticos y universales en la ley y la Administración pública.
En nuestro mundo, o bien la gente acepta impotente la anarco-tiranía que inevitablemente acompaña a la igualdad ante la ley, o bien se aplican planes que tratan de manera diferente a diferentes grupos de personas sin que se note demasiado (por ejemplo, encarecer artificialmente los precios [de la vivienda o de las escuelas en ciertos barrios] para hacer que ciertos grupos [étnicos] de gente no puedan acceder a ellos, con lo que el costo de vida se dispara para todos).
Entonces, ¿por qué no aplicamos abiertamente de la solución obvia, que es tratar de manera diferente a diferentes grupos de personas que tienen atributos claramente diferentes ? La respuesta a esta pregunta es bastante sencilla: porque eso sería una solución basada en en la verdad, y somos una sociedad que teme y odia la verdad.
Pero la ley que no se basa en la verdad no puede ser justa ni puede durar mucho tiempo. Los leones no son bueyes, es un engaño pretender que lo son y es realmente opresivo tener una sola ley para los dos. Esta es la verdad, y al final, la verdad no puede ser ignorada por siempre. Como dice el viejo refrán: «Naturam expellas furca, tamen usque recurret» [«puedes expulsar a la naturaleza con una horca, pero la naturaleza sigue regresando» (frase del escritor romano Horacio)]
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(**) Nota: Hay algunas personas que son aristócratas naturales del alma, y hay otras personas que, como señaló Aristóteles, son esclavos naturales.
Es básicamente imposible evitar que un aristócrata natural se convierta en parte de la élite de la sociedad que lo rodea. De la misma manera, también es básicamente imposible liberar a los esclavos naturales, porque «esclavo» no describe su empleo o su estatus legal, sino que simplemente describe su carácter. Los esclavos naturales no pueden evitar convertirse en alguna variedad de esclavos dentro de la sociedad que los rodea.
Un ejemplo [en Estados Unidos] son los descendientes de los esclavos de hace 150 años, que hoy forman parte de una clase social que vive de las ayudas del Estado. Estos descendientes de esclavos son totalmente dependientes de sus amos [políticos y funcionariales], los cuales les piden que trabajen sólo un día al año (pues el el trabajo tradicional de los esclavos se ha vuelto obsoleto en nuestra época postindustrial) . Este único día de trabajo es el día de las elecciones, en el que se necesita que estos descendientes de esclavos dediquen tiempo y esfuerzo para votar con el fin de que sus amos mantengan el poder sobre ellos. Ellos proporcionan este tiempo y esfuerzo con mucho gusto.