Tomado de El Confidencial. 29/08/2020
La vuelta al cole se ha organizado con un desinterés previsible. ¿Cuánto hace que la educación dejó de importar a los políticos españoles? ¿Alguien puede darme una cifra -en décadas- aproximada? Mi apuesta: han pensado que la inmensa mayoría de los menores no sufre el virus como los viejos y que se puede ir improvisando, así de claro. Verlos decir -tan morenos- que llevan meses trabajando en la planificación de la vuelta al cole y que ofrezcan unas recomendaciones, como quien entrega deberes a última hora copiados del Rincón del Vago, es patético. A los profesores que conozco, claro, esto no les ha extrañado. Se lo vieron venir.
De entrada, ellos ya están acostumbrados a que muchos alumnos hagan lo mismo y a que sus padres vengan luego a quejarse por la mala nota. La responsabilidad fue expulsada de las escuelas e institutos a base de prebendas a la esterilidad, el descuido y la pantalla. Si para que un chaval suspenda la ESO hace falta que se líe a tiros con el mobiliario del aula, si las jornadas de evaluación terminan siendo zocos de puntos donde se regatea y el centro hace política de notas para dar buena imagen al exterior, ¿a qué profesor honrado podía extrañarle? A los políticos los evaluamos con la misma manga ancha y, hagan lo que hagan, se les vuelve a votar.
Muchos padres son conscientes de que no digo ninguna mentira. Les basta consultar el infierno de los grupos de Whatsapp del cole para confirmarlo. Allí a los profesores duros se les difama, a los blandos se les tienden trampas y a los brillantes se les considera como simples empleados. Esto es así porque mucha gente ha terminado convencida, en un arrebato de lo que Mark Fisher llamó “realismo capitalista”, de que la escuela es una empresa que presta un servicio. Y como Gregorio Luri ha resumido lacónico, ahora habría que darse con un canto en los dientes si los pobres chicos salen de la ESO sabiendo leer y escribir.
Los planes de innovación pedagógica son responsabilidad de los mismos políticos que ahora dicen que todo va a salir bien. Suelen trazarse sin contar con los profesores y son el producto de las mentes idealistas de gurús que jamás dieron clase. Ellos estudiaron la carrera y el máster, no para enseñar a los niños –eso es cosa de pobres– sino para educar a los gobiernos en la fe de la ingeniería social. Pero me pregunto: ¿cómo van a trabajar los niños “con competencias”, como se dice ahora, si cada nuevo plan educativo ha sido producto de la incompetencia?
La mediocridad que se inyecta a los alumnos por la vía de la innovación pedagógica está muy relacionada con la dejadez de una vuelta al cole a base de frases hechas y generalidades. Y por supuesto, gracias a la descentralización, todas las Comunidades Autónomas han querido sacar pecho con el mejor plan de España pero a ninguna se le ha ocurrido que hay que poner el dinero suficiente. Es el mismo problema que antes de la pandemia: queremos una educación que arrase en el informe PISA pero hemos alcanzado la natalidad más baja de la historia de España con clases absolutamente masificadas. De verdad: ¿alguien se extraña?
Solo hay que pensar que los mismos políticos responsables de la seguridad de la vuelta al cole son los que tenían que evitar que el rebrote de verano se produjera. Aunque no esté de moda yo sigo recordando aquello que dijo Fernando Simón antes del 8-M («Si mi hijo me pregunta si puede ir, le diré que haga lo que quiera») porque creo que ahí teníamos una clave: la deserción de la autoridad por tener miedo a ser visto como autoritario. «Deja los chavalotes, Pablo, déjales… Si quieren darle un poquito a la lejía o un poco a la mandanga pues déjales».
Todos los profesores que conozco -todos- se quejan de que no se les escucha. La educación en España se planea igual que la vuelta al cole: de espaldas a los que más saben de educación, porque llevan toda la puta vida luchando contra la ignorancia de los alumnos. Ya lo notaron y lo sufrieron tras el confinamiento, cuando su esfuerzo titánico por improvisar una educación ‘online’ desde la nada fue agradecido por los responsables educativos con reproches por querer irse de vacaciones. A los profesores, que han pasado horas y horas delante del ordenador para construir un aula donde no la había, los han cubierto de reproches. Cuando vi en la portada en los medios conservadores y las tertulias aquella condena a los profesores de Madrid que se quieren ir a la huelga pensé que ahí estaba todo el pescado vendido.
¿Cómo van a respetar los alumnos a sus profesores si la sociedad los desprecia de esta forma? Hay gente que cree que porque tengan tres meses de vacaciones al año son una especie de casta privilegiada, como si la educación no fuera la columna que sostiene a la sociedad y evita que se desmorone. La mentalidad de nuestro tiempo ha quedado clara con este plan delirante de vuelta al cole a toda costa. Los profesores son canguros y animadores para los hijos, y la escuela tiene que abrir no porque los niños necesiten educación, sino porque los padres necesitan tenerlos al cuidado de alguien mientras salen a buscarse la vida.
En el plan de vuelta al cole, la escuela se concibe como un centro de internamiento para los hijos de los trabajadores precarios que pasan diez horas fuera de casa. Este ha sido el eje de toda la operación. ¿Qué podía salir mal?