Original en inglés aquí
En los comentarios de mi artículo contra el pensamiento global, WS y yo hemos estado debatiendo sobre la Parábola del Buen Samaritano. WS ha estado proponiendo lo que yo llamo «la interpretación filantrópica» de esa famosa historia, mientras que yo he propuesto lo que aquí llamo «la interpretación misantrópica».
Como la gran mayoría de cristianos modernos, WS cree que la historia del Buen Samaritano nos exige identificarnos con el Buen Samaritano y socorrer a los maltrechos extraños que encontramos sangrando en las zanjas de este mundo. Por el contrario, cuando analizo las palabras concretas, me doy cuenta de que el protagonista de la historia es el judío que está en la cuneta, y por eso concluyo que sólo identificándonos con él podemos descubrir la lección moral de la parábola.
Como bien saben, la pregunta que impulsa a Jesús a contar esta parábola es “quién es mi prójimo”, y la interpretación natural de la historia es que mi prójimo es el que me hace el bien. Solo una interpretación muy antinatural de la historia nos da la respuesta de que mi vecino es el que necesita que yo le haga el bien.
Es obvio, por ejemplo, que el samaritano no se debate con la duda de si debe ayudar al judío que está en la zanja o continuar su camino. Simplemente lo ayuda porque es un buen hombre. El judío que está en la cuneta es el que se encuentra en un dilema moral, porque lidia con la duda de si debe reconocer que ese perro sucio samaritano es un buen hombre, o debe seguir creyendo que los dos farsantes (el sacerdote y el levita) son los buenos en este mundo.
Recuerda, el protagonista de una historia es el que cambia con la historia. Todos los demás son papeles secundarios, son sólo arquetipos. El buen samaritano no cambia. No comienza la historia lleno de odio a los judíos y termina la historia rebosando caridad. Por lo que sabemos, este hombre nació rebosando caridad. Pero la parábola del buen samaritano no se trata del buen samaritano.
Se trata del judío que está en la cuneta.
El judío comienza la historia pensando que los samaritanos son perros sucios y que los sacerdotes y los levitas son buenos hombres. Pero su desafortunada experiencia durante su trayecto a Jericó pone en duda este prejuicio y lleva al judío que está en la cuneta a una crisis moral. Después de recibir los frutos de caridad del samaritano, ¿continuará alabando y honrando los árboles sin fruto que son el sacerdote y el levita?
Ahora bien, creo que esto es una lección moral que tenía que hacerse, y que todavía debe hacerse, porque los humanos somos mucho más mezquinos con el elogio y la gratitud que con la compasión. Si mi peor enemigo se atragantara con un bocadillo de jamón, le administraría la maniobra de Heimlich y llamaría a una ambulancia. Pero si mi peor enemigo escribiera un libro excelente, yo encontraría motivos para que no me gustara, y ciertamente no lo nominaría para un premio.
Por eso llamo a mi interpretación de la historia del buen samaritano «una interpretación misantrópica». Según esta interpretación, Jesús va directamente al corazón negro de la humanidad, al corazón que realmente disfruta revolcarse en la piedad, pero que odia, odia, odia sentir gratitud y admiración.
No es de extrañar que sea así. La lástima es una emoción agradable porque (a) es agradable reflexionar que no soy el hombre que sangra en la zanja, (b) es agradable sentir que la caridad está en mi poder, y (c) es agradable que todos los demás me elogien como buen samaritano.
La gratitud y la admiración son emociones desagradables porque (a) es desagradable admitir la propia inferioridad, (b) es desagradable admitir que uno depende de otro, y (c) es desagradable admitir que uno ha despreciado injustamente a hombres buenos.
Puede ser necesario explicar un poco más lo del desprecio a los hombres buenos. Jesús dirigió esta parábola a los judíos, un pueblo que nunca ha dudado en ponerse de su propio lado en una discusión. En otras palabras, los judíos se inclinaban fuertemente a pensar que la mayoría de los hombres buenos (si no todos los hombres buenos) eran judíos, mientras que los gentiles [no judíos] eran una jauría de perros sucios.
Lo que Jesús les dice en la parábola del buen samaritano es que se trata de un prejuicio tremendamente injusto, y que entre los gentiles hay hombres con una estatura moral que se eleva por encima de los farsantes judíos, como el sacerdote y el levita.
Los judíos encontraron esta idea tan desagradable que mataron a Jesús.
No fue la única razón, pero ciertamente fue una de ellas. Mataron a Jesús porque hirió su orgullo, y este es el orgullo con el que el judío que está en la cuneta debe luchar cuando sufre la humillación de la caridad samaritana.
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Cuando observas el mundo actual, ¿observas una escasez de caridad o una escasez de gratitud por esa caridad? ¿Es más probable que encuentres el cuerpo de un hombre muerto en la calle porque se le negó el tratamiento médico o que escuches quejas del enfermo y sus defensores sobre la cantidad y calidad de la comida, la ropa, el alojamiento y el tratamiento médico que recibieron en el hospital? ¿Es más probable que encuentres niños abandonados analfabetos deambulando por las calles porque nadie pagó su matrícula en la escuela, o escuchar quejas de esos niños abandonados y sus defensores sobre las escuelas que se les han asignado?
Estas preguntas se responden por sí mismas, y las respuestas a estas preguntas nos llevan al corazón negro que Jesús expone en la Parábola del Buen Samaritano. Este corazón negro que el orgullo de los humanos tapó inmediatamente con tonterías caritativas sobre lo buenos que somos cuando ayudamos a nuestros hermanos a salir de una zanja.