La yihad contra el centro comercial
Gary Brecher
NSFWCORP. 20 septiembre 2013
Cuando la mayoría de expertos hablan de la oposición en Siria, la distinción usual es entre moderados e islamistas. Sospecho que para muchos de los consumidores casuales de noticias estas categorías parecen perfectamente reales y satisfactorias. De una parte, tenemos los moderados, los simpáticos […]. Contra ellos, tenemos los malos, los yihadistas, conectados con Al-Qaeda y alzando la bandera negra. [..]
Actualmente, en los twitters progresistas, hay la idea que los yihadistas son sólo una fantasía de las víctimas de Fox-News [canal conservador de televisión de Estados Unidos]. […]
El problema es que si eres un progresista de Estados Unidos […] acabas cayendo en tu propia versión del excepcionalismo estadounidense, que dice que no puede haber nada como un yihadista loco, que esa gente son sólo progresistas incomprendidos que, si Estados Unidos los dejara en paz e Israel dejara de provocarlos, pensarían de forma bastante similar a la nuestra.
Esto es un error. El excepcionalismo estadounidense es siempre provincialismo estadounidense […] No todo el mundo es como nosotros y mucha gente está intentando activamente no hacerse como nosotros. Los yihadistas son, a grosso modo, el ala armada de ese grupo.
La verdad sobre el choque de civilizaciones […] es que es en el otro sentido. El centro comercial está invadiendo el Islam, el centro comercial está tomando el control. No hay ninguna ley de sharia en Carolina del Norte [Nota del traductor: esto no es cierto en Europa, donde ciudades como Londres tienen áreas de sharia]. Sin embargo, es bien cierto que hay centros comerciales de estilo estadounidense en incluso los países islámicos más conservadores.
En Najran, en el rincón más remoto de Arabia Saudita (un estado con tanto miedo de la contaminación occidental que no emite ni siquiera visados de turismo) hay un centro comercial. Y, cuando viví allí, podía ver literalmente el conflicto entre la ley de la sharia y la cultura del centro comercial, cinco veces al día.
El centro comercial tenía un hipermercado enorme, HyperPanda […] que vendía cualquier cosa, de carne de camello a iPods. Era casi el único lugar en la ciudad donde podías caminar sin atraer la atención de la policía, sin arriesgar tu vida para cruzar la calle o morir de insolación.
Era un alivio enorme salir del sol y entrar en el centro comercial amplio, fresco y con vidrios tintados. El sol quema en Najran y el paisaje no tiene más color que el caqui del ejército, siena quemado y ocre – las ceras menos favoritas de la caja. Vas al centro comercial y los logos de todos los minoristas lujosos de Europa y Asia te guiñan el ojo y hay incluso sillas y bancos para que la abuela cansada se desplome mientras los niños prueban sus patines sobre los pisos de mármol. Nadie te disputa el espacio, para variar. El sudor se seca, te sientes más bondadoso conforme te relajas, ya no luchas con otros conductores por el derecho de continuar viviendo. Eres casi anónimo, algo muy raro en lugares como Najran.
Naturalmente, toda la ciudad va al centro comercial todas las veces que puede. Y, naturalmente, el Estado, o la cultura local – Arabia Saudí no intenta separar esos conceptos- hace todo lo que puede para mantener a raya el elemento extranjero del centro comercial. La demostración más dramática de esta contención se da en la hora de la oración. HyperPanda cubre toda la parte posterior de la segunda planta del centro comercial. Está ampliamente abierto – la pared frontal tenía 25 metros de anchura, sin nada más que unos pocos pilares para evitar que entraras.
Pero esto cambia cuando el muecín del centro comercial […] ubicado en un quiosquito bajo las escaleras mecánicas anuncia la hora de la oración.[…] Por la ley saudí todos los establecimientos comerciales deben cerrar durante la oración. Esto era bastante fácil en las tiendas tradicionales locales: espantaban los últimos clientes y colocaban una rejilla metálica alrededor de la puerta antes que los Mutawín [policía religiosa] pudieran venir y arrestarlos por atender a clientes en la hora de la oración.
Con un centro comercial moderno como HyperPanda, el cierre por oración es mucho más dramático, más parecido a un castillo preparándose para un sitio. Las primeras llamadas llegan por megafonía 15 minutos antes de la hora de la oración. Los compradores dejan de deambular en su feliz aturdimiento y comienzan realmente a buscar los productos. Las hermanas mayores reúnen a los niños pequeños. Todo el mundo empuja hacia las cajas y se forman líneas ridículamente largas. Todos están ansiosos porque la hora de la oración dura 40 minutos y nadie quiere estar atorado [atascado] en un centro comercial cerrado por tanto tiempo.[…]
Después, se produce la siguiente etapa del cierre. Un empleado de HyperPanda toma una podadera de nueve metros y engancha una de las enormes puertas enrejadas de hierro ondulado. Hay doce de esas, que cubren toda la ancha entrada y normalmente comienzan por la del medio […]
La primera puerta de hierro se cierra y las cajeras y los embolsadores trabajan ahora muy rápido, tirando los huevos con los melones. No hay tiempo para la delicadeza. Cinco minutos para la oración. Otra puerta se cierra chocando contra el suelo. Ahora los clientes deben esquivar entre las cajas y las puertas cerradas de hierro para alcanzar las pocas salidas abiertas.
Por el tiempo que la oración resuena en los amplificadores de estilo heavy-metal, sólo unas pocas cajas aún trabajan.[…] Entonces la última puerta de metal se cierra. Desaparece toda la luz del comercio, todos los colores comerciales. La entrada de 25 metros es una pared de hierro ondulado de 8 metros de altura.
En teoría, en este punto, los Mutawín podrían ordenar que todo el mundo saliera del centro comercial en este momento […] Pero el centro comercial es el único espacio público en la ciudad y su Zona de Juegos ofrece el único lugar donde los tropecientos mil niños de Najran pueden jugar en temperaturas que no son suficientemente altas para freír un huevo.
Así que los Mutawín ignoran las familias que están sentadas en las sillas cuadradas durante la hora de la oración […]. Los viejos se desmoronan allí, los padres se desconectan, los niños no paran de moverse. Se puede ver que, para algunas de las madres, 40 minutos de ocio obligatorio son muy bienvenidos.
Y esto, solo doce kilómetros de la frontera con el Yemen. Es increíble, en serio. Increíble que el régimen tolera todo esto, porque, como los yihadistas saben, o sienten, todo cambio social es corrosivo e, incluso peor, impredeciblemente corrosivo, destruyendo normas que no parecen tener ninguna conexión directa con el cambio.
La afrenta más directa de HyperPanda a la cultura es que produce un atractivo […] a la población adolescente […] Los Mutawín (“Sociedad para la Promoción de la Virtud y la Supresión del Vicio”) tienen cientos de hombres, e incluso unas pocas mujeres, trabajando en Najran. Algunos llevan largas barbas y tocados especiales, pero otros están disfrazados. Y esa policía de la moralidad que va de incógnito lo que más hace es patrullar HyperPanda para ver si los chicos hablan con las chicas, o miran a las chicas, o tiran a las chicas trocitos de papel doblado con sus números de celular. Esto último es quizás la mayor amenaza a la moralidad de la ciudad e HyperPanda es la escena de la mayoría de esos crímenes. Los Mutawín montan rutinas de vigilancia con varios policías, con algunos disfrazados como malayos y filipinos, para detectar cualquier contacto heterosexual en el centro comercial.
La cultura, la ley, son muy claras. Nada de tontear antes del matrimonio y esto incluye el coqueteo en HyperPanda. Las reglas del centro comercial son muy claras también: es un lugar obvio para los chicos y las chicas para mirarse entre ellos. Cuando el centro comercial choca con la cultura, se producen travesuras – y a veces, siguen asesinatos, con los familiares de la chica que ha sido puesta en peligro cazando y matando el chico que la abordó.
Hace diez años, el centro comercial no existía. Los teléfonos celulares, el otro aspecto que contribuye a la delincuencia de los menores en Najran, sólo han existido por 20 años, como la Internet que da a las chicas nociones románticas, gracias a las telenovelas sudcoreanas que todas ven.
Todo se inclina hacia el centro comercial, se aleja de las viejas normas, y la resistencia es siempre inútil y, aún peor, ridícula. Cada día, un trozo de esa resistencia se rompe. Ayer fue el nuevo jefe de los mutawín admitiendo que no hay base en las escrituras para prohibir a las mujeres manejar autos.
Esto enfurecerá a los hombres saudíes, porque, aunque se consideran muy devotos, este nunca fue un argumento religioso. La ortodoxia nunca lo es; es siempre lo que es cómodo y familiar.[…]
Los chicos en Najran ya odian a los mutawín. Ven a jóvenes coqueteando en la televisión occidental y a policías cazando criminales adultos, y les parece ridículo que tantos policías se dedican todo su tiempo a la prevención del coqueteo. Ahora que el Rey ha ordenado a los mutawín ser simpáticos, el odio se volverá desprecio. Fragmentos de las antiguas paredes comenzarán a caer todavía más rápido.
Es difícil ver cómo de defensiva es la yihad, cuando llegas de la patria de los centros comerciales. Al principio, cuando llegas a un sitio como Najran, notas qué extraño y molesto es todo, qué diferente es de California. Poco a poco, comienzas a darte cuenta que se están añadiendo todos los ingredientes de California a la mezcla.
Es increíble lo bien que la mayoría de gente maneja esta mezcla volátil e inestable. Cuando se inunda a la gente con tanta cultura y tecnología extranjeras, se esperarían agitaciones más salvajes de las que se ven, especialmente en patriarcados rurales como los que una vez funcionaron sin desafíos en Arabia Saudita. No es una sorpresa – en absoluto – que una parte de los hombres jóvenes de ese país se unan a la yihad. La sorpresa es que son tan pocos los que lo hacen.