Por Ted Kaczynski (muy abreviado)
“La sociedad tecnológica podrá permitirse el lujo supremo de tolerar la rebelión inútil con una sonrisa indulgente”. Jacques Ellul.
El sistema se la está jugando a los presuntos revolucionarios y rebeldes. […]
La forma en que el Sistema explota el impulso de rebelión.
Todos en la sociedad moderna estamos atrapados en una tupida red de normas y regulaciones. Estamos a merced de grandes organizaciones tales como grandes empresas, gobiernos, sindicatos, universidades, iglesias y partidos políticos y, en consecuencia, carecemos de poder. Como resultado de la servidumbre, de la impotencia y de otras vejaciones que el Sistema nos inflige, existe un sentimiento de frustración generalizado, que conduce a un impulso de rebelión. Y aquí es dónde el Sistema realiza su mejor truco: mediante un brillante juego de manos, convierte la rebeldía en algo que le resulta beneficioso.
Muchas personas no comprenden las raíces de su propia frustración y, en consecuencia, su rebeldía está mal encaminada. Saben que quieren rebelarse, pero no saben en contra de qué. Casualmente, el Sistema es capaz de aplacar su necesidad de rebeldía proveyéndoles de una lista de injusticias prefabricadas y estereotipadas en contra de las cuales puedan rebelarse: el racismo, la homofobia, los problemas de las mujeres, la pobreza, la explotación laboral… el “kit” completo con todo el batiburrillo de ridiculeces propias del manual del activista.
Una inmensa cantidad de aspirantes a rebeldes se tragan el anzuelo. Al combatir el racismo, el sexismo, etc., lo único que hacen es trabajar en favor del Sistema. En vez de darse cuenta de ello y reconocerlo, se imaginan que están rebelándose en contra del Sistema. ¿Cómo es posible que esto suceda?
Primero, hace cincuenta años el Sistema no promovía aún la igualdad para los negros, las mujeres y los homosexuales, así que, entonces, las acciones en favor de esas causas realmente eran una forma de rebelión. En consecuencia, esas causas llegaron a ser consideradas convencionalmente como causas rebeldes. Y han mantenido ese estatus hasta hoy simplemente debido a la tradición, ya que cada nueva generación de rebeldes imita a las anteriores. […]
De este modo, los activistas son capaces de mantener la ilusión de que se están rebelando contra el Sistema. Pero esa ilusión es absurda. La agitación contra el racismo, el sexismo, la homofobia y temas similares no supone mayor rebelión contra el Sistema que protestar contra el fraude o la corrupción en la política. Aquellos que luchan contra el fraude y la corrupción no se están rebelando sino que actúan en favor del Sistema, lo refuerzan: ayudan a que los políticos obedezcan las normas del Sistema. Y, de un modo similar, aquellos que actúan en contra del racismo, el sexismo y la homofobia están también reforzando el Sistema: ayudan al Sistema a suprimir las actitudes racistas, sexistas y homofóbicas que se desvían de sus necesidades y le causan problemas.
[…]
El mejor truco del Sistema.
Así que, en resumen, el mejor truco del Sistema consiste en lo siguiente:
a) Por el bien de sus propias eficiencia y seguridad, el Sistema precisa llevar a cabo cambios sociales profundos y radicales para irse adaptando a las condiciones resultantes del progreso tecnológico.
b) La frustración debida a las condiciones de vida impuestas por el Sistema produce impulsos de rebeldía.
c) Los impulsos de rebeldía son aprovechados por el Sistema en favor de los cambios sociales que éste precisa; los activistas se “rebelan” contra viejos y obsoletos valores que carecen ya de utilidad para el Sistema y en favor de nuevos valores que el Sistema necesita que aceptemos.
d) De este modo, los impulsos de rebeldía, que de otro modo podrían ser peligrosos para el Sistema, encuentran una forma de expresión que no sólo no es dañina para el Sistema, sino que le es útil.
e) Buena parte del descontento resultante de la imposición de cambios sociales, en lugar de dañar al Sistema y a sus instituciones, es dirigida contra los radicales que promueven los cambios sociales. […]
Un ejemplo
Tengo frente a mí un libro de texto de antropología en el cual he encontrado algunos buenos ejemplos del modo en el cual los intelectuales universitarios ayudan al Sistema a llevar a cabo su truco disfrazando de crítica de la sociedad moderna lo que no es sino conformismo.
El más sofisticado de todos estos ejemplos se encuentra en las páginas 132-136, donde el autor cita, “adaptándolo” a su manera, un artículo de Rhonda Kay Williamson, una persona hermafrodita (esto es, una persona que nació con caracteres físicos de ambos sexos, masculino y femenino).
Williamson afirma que los indios americanos no sólo aceptaban a las personas hermafroditas sino que las apreciaban especialmente. Y contrasta esta actitud con la de los euroamericanos, que ella identifica con la actitud que sus propios padres mostraron hacia ella.
Los padres de Williamson la maltrataban cruelmente. La despreciaban por su condición de hermafrodita. Le decían que estaba “maldita y que servía al diablo” y la sometieron a extravagantes ritos religiosos para hacer salir al “demonio” de su interior. Le dieron incluso pañuelos en los cuales debía “toser para expulsar el demonio fuera de sí”.
Sin embargo, es obviamente ridículo equiparar todo esto con la moderna actitud euroamericana. […] El estadounidense de clase media típico de la actualidad puede que no acepte la condición hermafrodita del modo que lo hacían los indios, pero pocos habrá que no reconozcan que el modo en que Williamson fue tratada es cruel.
Los padres de Williamson obviamente eran gente estrafalaria, chiflados cuyas actitudes y creencias estaban muy alejadas de los valores del Sistema. Por tanto, a pesar de que pretende estar criticando la sociedad euroamericana moderna, Williamson realmente está atacando solamente ciertas minorías atípicas y ciertas antiguallas culturales que aún no se han adaptado a los valores dominantes en los Estados Unidos del presente.
Haviland, el autor del libro, en la página 12 presenta la antropología cultural como iconoclasta, como algo que desafía los valores asumidos por la sociedad occidental moderna. Esto es tan profundamente contrario a la verdad que resultaría divertido si no fuera tan patético. La corriente predominante en la antropología moderna estadounidense está abyectamente al servicio de los valores y creencias del Sistema. Cuando los antropólogos de la actualidad pretenden poner en cuestión los valores de su sociedad, normalmente lo único que cuestionan son valores del pasado -valores obsoletos y pasados de moda que hoy en día no son mantenidos ya por nadie salvo por algunos excéntricos y reliquias vivientes que no han seguido el ritmo de los cambios culturales que el Sistema nos exige.
El uso que Haviland hace del artículo de Williamson ilustra esto muy bien y representa la tónica general de todo su libro. Haviland usa hechos etnográficos para inculcar en sus lectores lecciones políticamente correctas, pero suaviza u omite totalmente hechos etnográficos que son políticamente incorrectos. Así, mientras que cita el caso de Williamson para exaltar la aceptación de los hermafroditas por parte de los indios, no menciona, por ejemplo, que en muchas tribus indias a las mujeres que cometían adulterio se les cortaba la nariz, mientras que tal castigo no se inflingía a los hombres adúlteros; o que entre los indios crow un guerrero que recibiese un golpe por parte de un extraño tenía que matarlo inmediatamente o, de lo contrario, caería inevitablemente en desgracia a los ojos de su tribu; tampoco menciona Haviland el uso habitual de la tortura por parte de los indios del este de los Estados Unidos. Por supuesto, hechos de este tipo representan violencia, machismo y discriminación entre sexos, por tanto son incompatibles con los valores actuales del Sistema y tienden a ser censurados por ser políticamente incorrectos.
Sin embargo, no dudo que Haviland cree sinceramente que los antropólogos ponen en cuestión los fundamentos de la sociedad occidental. La capacidad para el autoengaño de nuestros intelectuales fácilmente puede alcanzar tales extremos.
Para acabar, quiero dejar bien claro que no estoy sugiriendo que esté bien amputar narices en caso de adulterio, o que cualquier otro maltrato hacia las mujeres deba ser tolerado, ni tampoco me gustaría ver a nadie discriminado o rechazado por ser hermafrodita o por su raza, religión, orientación sexual, etc., etc., etc. Pero en nuestra sociedad hoy en día luchar contra esos problemas supone, como mucho, defender meras reformas. El mejor truco del Sistema consiste en haber conseguido transformar poderosos impulsos de rebeldía, que de otro modo podrían haber tomado una dirección revolucionaria, y ponerlos al servicio de esas modestas reformas.