Como un español que vive en América Latina durante más de 20 años y la ama profundamente, me siento identificado. No digo que pase en todos los países (no los conozco), pero sí que pasa en el que vivo. (Nota: en el escrito posterior, donde ponga «latinoamericanos», lean «los latinoamericanos que yo he conocido». Sólo puedo hablar de lo que conozco)
No puedo contar las veces que alguien en el país que vivo me ha dicho «¡Somos pobres porque ustedes los españoles nos quitaron el oro y nos lo cambiaron por espejitos!». Yo soy aficionado a la historia y en este país no hubo nunca oro, pero es lo que les enseña en la escuela. Lo de los espejitos quizás pasó alguna vez en algún lugar de América, pero no fue la norma, pues los conquistadores conquistaron desde un principio. No se trató tanto de comercio.
Esto viene acompañado con una glorificación del pasado indígena, que se presenta como una Arcadia Feliz, un paraíso ideal de gente que vivía pacíficamente y en equilibrio ecológico antes de que los conquistadores llegaran y lo estropearan todo. Es una especie de versión del paraíso de la Biblia, donde los conquistadores desempeñan el papel de la serpiente.
En realidad, la sociedad indígena era de una crueldad inmensa y mucho peor a todos los niveles que la sociedad colonial. No es que los españoles no hicieran barbaridades (todos los pueblos lo han hecho y más en esa fase de la historia), pero es que los indígenas eran mucho peor. Para poner un ejemplo, los aztecas mataban a sus enemigos en las pirámides y se los comían. Cuando Cortés llegó a México, los tlaxcaltecas estaban hartísimos de dar un tributo anual de sus jóvenes a los aztecas para que los mataran y se los comieran. Odiaban a los aztecas, que se comían a sus niños. Cortés conquistó la ciudad de México con el ejército tlaxcalteca. En realidad, la mayoría de la conquista la hicieron los mismos indígenas, dirigidos por los españoles. Sin olvidar que la población indígena fue diezmada por las enfermedades que trajeron los españoles, que debilitaron la resistencia indígena.
Todas estas complejidades se olvidan. Se llega a un esquema maniqueo de Disney: los conquistadores malos, los indígenas buenos. En lo que resulta un esquema delirante, los latinoamericanos se identifican con los indígenas, cuando son de cultura española (hablan español, son católicos, su sistema político es occidental) y su sangre es mayoritariamente europea (como los estudios de ADN han demostrado). También identifican a los españoles actuales con los conquistadores. Se llega al extremo de los latinoamericanos (que descienden de los conquistadores) reclamando a los españoles actuales (que no descienden de los conquistadores sino de españoles que se quedaron en España) y diciéndoles «¡Sus antepasados nos conquistaron!» (Mi respuesta es «¡Fueron sus antepasados los que conquistaron a los indígenas!»). Por su parte, la independencia la hicieron los «criollos»: gente de familia española nacida en América. Una vez fueron independientes, los criollos quitaron a los indígenes sus tierras comunales, que habían tenido durante toda la colonia.
¿Por qué pasa esto? Simplemente, es una excusa fácil para explicar el subdesarrollo latinoamericano. Es doloroso para cualquier pueblo y para cualquier persona reflexionar sobre sus faltas y fallos y reconocer sus errores. Es mejor tirar la culpa a los otros. Los conquistadores españoles resultan la coartada perfecta. Están muertos, así que se les puede dar la culpa de la relativa pobreza latinoamericana. Las élites latinoamericanas, tanto de derechas como de izquierdas, han fomentado esto. Si el pueblo culpa a los conquistadores de su pobreza, no culpa a las élites. Es por eso que esta visión distorsionada de la conquista se enseña en la escuela y es mayoritaria en la sociedad.
Han pasado 200 años desde que América Latina se independizó de España y hay países que se han desarrollado en sólo unas décadas (países como Corea del Sur, Singapur, etc.). Pero los latinoamericanos no lo han hecho y siguen culpando a lo que pasó hace más de 200 años o, mejor dicho, a una visión distorsionada de lo que pasó hace 200 años. Es una salida fácil y muy cómoda para las élites. Es también algo nocivo para los latinoamericanos, porque no les deja avanzar e identificar las causas verdaderas de su subdesarrollo y luchar para cambiarlas.
Tampoco les deja apreciar las virtudes de su historia, mientras que admiran la historia de imperios como los ingleses o los holandeses que trataron mucho peor a sus indígenas que los españoles. Como muestra un botón, el matrimonio interracial en el imperio español fue legal en 1514 (sólo 22 años después del descubrimiento de América), mientras que en Estados Unidos fue legal en 1967 (Loving vs Virginia). Los latinoamericanos pueden ir muy orgullosos de su sociedad multirracial y pueden dar lecciones a los estadounidenses de esto. No tienen por qué imitar a los estadounidenses en muchas cosas, sino que pueden reivindicar sus propias tradiciones. No todo es blanco y negro: hay infinitos matices.
Sé que habré ofendido a más de uno con este escrito. Le pido disculpas. No tengo nada contra los latinoamericanos, entre los que me encanta vivir. Mi esposa es latinoamericana y mis hijos serán latinoamericanos, porque yo así lo decidí. Yo preferí pasar mi vida en América Latina y siempre los latinoamericanos me han tratado muy bien y me siento agradecido a ellos. Pero la historia es la historia.