Original en inglés aquí. Traducción rápida y no cuidada.
El campo de batalla todavía está caliente, después de la guerra de Canadá contra los no vacunados. Los mandatos sanitarios se han aflojado, y ambas partes vuelven a encontrarse con algo que se parece a la vieja normalidad, excepto que se ha dañado reciente y actualmente a aquellas personas que tratamos de romper. Y nadie quiere hablar de eso.
Hace solo unas semanas, nuestros propios líderes admitían que su objetivo era hacer que la vida fuera insoportable para los no vacunados. Y, como siervos del gobierno, hicimos que se multiplicara ese dolor, llevando la lucha a nuestras familias, amistades y lugares de trabajo. Hoy, enfrentamos la dura verdad de que nada de eso estaba justificado y, al hacerlo, hemos descubierto una valiosa lección.
Pasamos rápidamente de sentirnos moralmente superiores a ser crueles, y por mucho que culpemos a nuestros líderes porque lo impulsaron, somos responsables de caer en la trampa, a pesar de que, en el fondo, sabíamos que no debíamos hacerlo.
Sabíamos que había un gran número de personas completamente vacunadas junto con una minoría cada vez menor de personas sin vacunar, pero pusimos una marca a los últimos para someterlos a una persecución especial. Dijimos que no habían “hecho lo correcto” al no entregar sus cuerpos al cuidado del estado, aunque sabíamos que, en cualquier circunstancia, es invaluable oponerse por principios a esto . Y nos permitimos creer que sería culpa de ellos que volviéramos a padecer otro confinamiento ineficaz, en vez de culpar a una política sanitaria tóxica.
Y fue así como presionamos a los no vacunados en la medida en que lo hicimos, porque quisimos ignorar la ciencia, la educación cívica y la política.
Inventamos una nueva rúbrica para el buen ciudadano y, al no serlo nosotros mismos, nos complació convertir a cualquiera que no estuviera a la altura en chivo expiatorio. Después de meses de confinamientos diseñados, simplemente se sentía bien tener a alguien a quien culpar y quemar .
Así que no podemos mantener la cabeza en alto, como si creyéramos que tenemos la lógica, el amor o la verdad de nuestro lado mientras deseábamos con saña la muerte de los no vacunados. Lo mejor que podemos hacer es sentarnos conscientes de nuestra rabiosa inhumanidad por haber dejado de lado a tantos.
La mayoría de nosotros que ridiculizamos a los que no cumplían lo hicimos porque parecía una victoria segura, como si los no vacunados nunca saldrían adelante sin ser vencidos. De hecho, la nueva normalidad prometida parecía imbatible, así que nos pusimos del lado de ella y convertimos a los que se resistían en sacos de boxeo.
Pero apostar en su contra ha sido una vergüenza mordaz para muchos de nosotros que ahora hemos aprendido que los mandatos solo tenían el poder que les dimos. No fue a través del cumplimiento sumiso cómo evitamos la dominación interminable de las compañías farmacéuticas y los puntos de control médico en cada puerta. Fue gracias a las personas que tratamos de derribar.
Entonces, para aquellos de nosotros que no estamos entre los pocos desesperanzados que rezan por el regreso de los mandatos sanitarios, podríamos cultivar un poco de gratitud interior hacia los no vacunados. Mordimos el anzuelo odiándolos, pero su perseverancia nos dio tiempo para ver que estábamos equivocados.
En este momento parece que los mandatos volverán, pero esta vez hay esperanza de que más de nosotros los veamos por lo que son: un autoritarismo creciente que no se preocupa por nuestro bienestar. Si hay un enemigo, es el juego de confiar en el poder estatal y el intento transparente de separarnos. Prestar atención a eso parece ser nuestra mejor oportunidad de redención.