Hoy quisiera hablar de un héroe anónimo, de un trabajador que sostiene la economía de este país, de un valiente cuya verdadera historia pocos conocen. A falta de un mejor nombre, podemos llamarlo “el hermano lejano”.
La historia del hermano lejano comienza en un rincón de El Salvador, donde nuestro protagonista siente que la vida es cada vez más difícil. Quizás no puede mantener a sus hijos, quizás no puede darles el futuro que desearía para ellos, quizás ve como sus habilidades y ganas de trabajar no son valoradas y sólo consiguen un mísero salario. Otros se rendirían y se acomodarían, quejándose y criticando sin hacer nada. Pero el hermano lejano es diferente: se esfuerza y se rebusca, pero no encuentra la salida.
Un rayo de esperanza surge cuando un familiar que vive en Estados Unidos llega al aeropuerto de Comalapa para pasar las fiestas en su tierra. Este familiar trae regalos para todos sus conocidos, enseña a todo el mundo la foto del auto lujoso que tiene en el país del norte y explica a todo aquel que le quiera escuchar que, al contrario que en El Salvador, en Estados Unidos sí que es fácil triunfar y superarse económicamente, como él ha hecho.
El hermano lejano escucha cautivado esas historias de abundancia y prosperidad que su familiar repite una y otra vez con poco disimulado orgullo. Y sueña con triunfar en tierras lejanas. Otros se quedarían soñando despiertos y nunca harían nada. Otros se acobardarían ante un viaje carísimo y lleno de peligros. Pero el hermano lejano es diferente. Pide prestado a sus parientes y gasta todos sus ahorros para pagar al “coyote” que le llevará a Estados Unidos. Se despide de su familia con amargura: sabe que pasaran años hasta que la vuelva a ver, si es que alguna vez puede volverla a ver.
El día en el que se va el hermano lejano es un día triste para este país, pues se marcha uno de los salvadoreños con más iniciativa, valentía y ganas de trabajar. Su trabajo, que tanto se necesita para el desarrollo de El Salvador, se irá a ayudar a otros países que no lo necesitan.
El viaje del hermano lejano estará lleno de sinsabores. Atravesará ilegalmente Méjico, escondiéndose de la policía mejicana y alojándose en infectas pensiones para el camino. Cruzará la frontera de Estados Unidos caminando durante días por un desierto árido e infernal, intentando no deshidratarse y escondiéndose de la Migra. Quizás muera en el camino o quizás sea capturado y devuelto a El Salvador. O quizás, después de muchas penalidades, pueda llegar a una ciudad estadounidense, donde le esperan unos conocidos, que le ayudarán hasta que pueda establecerse. Así pasará a formar parte de ese tercio de la población salvadoreña que vive en tierras lejanas.
Pronto se sentirá decepcionado con lo que encuentra. Estados Unidos no es un país en el que las calles estén cubiertas de oro, sino en el que hay que trabajar muy duro para poder sobrevivir. Las cantidades de dinero que parecen grandes en El Salvador son insuficientes en el país del norte, pues todo es muy caro allí. El hermano lejano tiene dos empleos diarios de ocho horas cada uno y vende algunos artículos los fines de semana. Después del trabajo, maneja durante una hora para llegar a dormir a un apartamento que comparte con otros inmigrantes, en el cual cada familia vive en una habitación diferente. Para ello necesita un auto y no puede comprarlo al contado, así que pide un crédito de varios años que va pagando con esfuerzo.
Mientras se esconde de la policía para no ser deportado, soporta el desprecio de los norteamericanos a la gente de piel morena que no habla bien el inglés. Envía dinero a sus familiares, que estos despilfarran, pues piensan que es muy fácil ganarlo en un país tan rico. Y, de vez en cuando, va a un local de comida salvadoreña y allí, mientras se toma una cerveza Pilsener y come unas caras pupusas, recuerda a El Salvador y a los seres queridos que allí dejó. Pero no hay mucho tiempo para la nostalgia, pues hay que irse a dormir temprano para trabajar el día siguiente.
Después de varios años, si tiene suerte, conseguirá reunir algo de dinero y estabilizar su situación migratoria, de forma que podrá hacer un viaje a su tierra, a visitar a esa madre que está envejeciendo, a esos hijos que ya no lo conocen, a aquella esposa que tanto ha extrañado y que, después de tanto tiempo, sólo parece un sueño lejano.
Pero no quiere de ninguna manera que sus parientes lo vean como un perdedor o que conozcan el sufrimiento que le cuesta el dinero que envía a su familia. Él ansía ser admirado por aquellos que más quiere, por lo que gasta parte de sus ahorros en comprar regalos para todos sus conocidos, para dar la impresión de que vive en una gran abundancia. Saca una foto a ese auto que, en su mayor parte, todavía debe al banco. Y toma un vuelo a El Salvador, donde presumirá incesantemente de lo fácil que es triunfar y superarse económicamente en Estados Unidos, como él ha hecho.
Un conocido suyo escuchará cautivado esas historias exageradas de abundancia y prosperidad y soñará con triunfar en tierras lejanas. Este conocido pedirá prestado a sus parientes y gastará todos sus ahorros para pagar al “coyote” que le llevará a Estados Unidos, repitiendo el ciclo.
Y así comenzará de nuevo la historia de este héroe anónimo, de este trabajador que sostiene la economía de este país, de este valiente cuya verdadera historia pocos conocen. De aquel que, a falta de un mejor nombre, podemos llamar “el hermano lejano”.