Nuestra cultura oscila entre dos concepciones contradictorias de la mujer. 1) Por una parte, nos dice que las mujeres son fuertes y tan capaces como los hombres (son adultas). 2) Pero, cuando hacen algo malo, las mujeres son víctimas y no son responsables de sus acciones. El responsable es un hombre cercano, que las ha obligado a actuar mal, porque ellas son ángeles (incapaces de maldad) y débiles como los niños (incapaces de enfrentar a los hombres malvados). Esta es la visión de los romanos, que consideraban a la mujer un menor de edad y el responsable de las acciones de ellas era un hombre cercano: el padre o el marido.
Esto hace que se proponga que las mujeres tengan la misma libertad que los hombres (para eso son adultas, concepción 1) pero no se les puede pedir responsabilidad por sus acciones (porque son menores, concepción 2). Hay que indultarlas o hay que protestar cuando los jueces los condenan, porque las pobrecitas eran víctimas. El objetivo del feminismo es obtener la libertad total de las mujeres sin ninguna responsabilidad. Esto lo vemos en temas como el aborto, donde la mujer debe tener toda la libertad sin ninguna responsabilidad y el hombre debe tener toda la responsabilidad sin ninguna libertad.
Lo mismo pasa entre la izquierda con los pueblos no occidentales, que cuando matan a alguien es porque algún occidental hizo alguna cosa mala. Este es el mecanismo de chivo expiatorio que analizó con tanta maestría el antropólogo René Girard y que no tengo espacio de explicar aquí.