Los textos del Concilio no pueden calificarse como heterodoxos, sino que entran dentro de la ortodoxia católica. Pero están redactados en un lenguaje poético, poco preciso (al contrario que concilios anteriores que eran textos precisos y algo áridos). Así que pueden ser interpretados de varias maneras y nada más se acabó el Concilio, fueron interpretados de la manera más contraria a la tradición católica, por una generación de obispos que tenían más orgullo que sabiduría (eran los años 60). Creían que ellos podían hacer algo mucho mejor que lo que habían recibido y así nos fue.
Los mismos obispos que estuvieron en el Concilio, fueron los mismos que interpretaron los textos como quisieron cuando el Concilio acabó. Por ejemplo, de nada sirve decir que el Concilio no acabó con la Misa Tradicional (no lo hizo), si después del Concilio ir a una misa de esas es misión imposible. Yo estoy intentando ir a una desde hace más de diez años y no hay ninguna ni en el país donde vivo, ni en los seis o siete países vecinos. Después del Concilio se eliminaron casi completamente. Entonces, ¿de qué sirve que los textos del Concilio no la prohíban si en la práctica la Iglesia no la ofrece?
El Concilio comenzó la costumbre (ahora firmamente establecida) de hacer textos ambiguos que quepan en la ortodoxia pero que sean usados como excusa para la heterodoxia. Como la infame nota a pie de página de Amoris Laetitia, que puede interpretarse como ortodoxa, pero que da pie a que algunos obispados den la comunión a divorciados. Es por eso que nuestro Salvador nos advirtió contra el lenguaje ambiguo: » Decid sencillamente sí o no. Lo que pasa de esto viene del maligno.» (Mateo 5,37)