La persona que le gusta analizar las cosas se da cuenta de que vivimos en una época muy decadente. Cuando la comparamos con la época más decadente de la historia (el final del Imperio Romano), nuestra época sale ganando en decadencia, demencia y maldad con mucha diferencia.
¿Qué hacer con toda esa información? ¿Qué hicieron los romanos cuando vieron que su mundo iba a desaparecer? San Agustín tiene un libro dedicado a este tema («La ciudad de Dios»). En nuestros días, un comentarista en Internet lo ha explicado con palabras que no traduciré exactamente, pues las adaptaré al tema de que estamos hablando.
Como personas individuales, no hay mucho que podamos hacer para cambiar el sistema tal como es. Ser consciente del sistema es importante y útil, pues la comprensión de la situación y del entorno es una clave del éxito. […]
Así que comprende la situación bien, archívala en tu cerebro como información sobre el entorno. Y después vuelve a vivir en el mundo real y lucha por tus metas personales según tu propio criterio. Hay un montón de cosas buenas que se pueden conseguir en este mundo, a pesar de que el sistema está podrido. Esto es más importante y más eficaz en tu vida que tratar de «cambiar el sistema» – lo que básicamente es imposible.
Hay que comprender el entorno, decir la verdad, seguir los buenos principios, educar bien a nuestros hijos, cultivar las amistades y familia, tratar de hacer el bien con el próximo («el que está cerca de nosotros¨), luchar por nuestras metas personales y confiar en la misericordia de Dios. Esto está en nuestras manos y es algo por lo que vale la pena luchar, en vez de «cambiar el mundo», lo que está muy por encima de nuestras posibilidades.
César Vidal lo dijo de forma mucho más escueta: «El día siguiente a la caída del Imperio Romano, las personas seguían casándose y teniendo hijos».
Diocleciano fue un emperador que intentó parar la decadencia del Imperio Romano. Incluso con el poder que tenía como emperador, no consiguió tener éxito. Se jubiló en su finca de Dalmacia y se dedicó a cultivar su huerto (una versión antigua de «El Zurrón»).
Años después, fueron a buscarlo a su finca para pedirle que volviera a meterse en la política del Imperio Romano. El contestó algo así como: «Si pudieras ver la col que yo planté con mis propias manos en mi propio huerto, no me hablarías del Imperio». De la misma manera, debemos concentrarnos en cultivar «nuestro propio huerto» y dejar «el Imperio» en manos de Dios.