Discurso «Ríos de sangre» de Enoch Powell

[Se adjunta aquí el famoso discurso llamado «Ríos de sangre» que pronunció Enoch Powell en 1968, un año después de que  la prensa dio la noticia de que los londinenses de ascendencia británica ya eran minoría en Londres. Sólo añadiendo a los demás blancos de otros orígenes, la población blanca seguía siendo mayoritaria en la capital británica, aunque por un exiguo margen.]

Enoch Powell – 20 de abril de 1968

La función suprema de un estadista es tomar precauciones contra los males previsibles. En su intento de hacer esto, se encuentra con obstáculos que están profundamente enraizados en la naturaleza humana. Uno de ellos es que por regla general, estos males no son demostrables hasta que no han ocurrido: en cada comienzo de una etapa hay un espacio para la duda y para la discusión de si estos males serán reales e imaginarios.

Aun es más, reciben muy poca atención en comparación con los males y problemas actuales, que son al mismo tiempo acuciantes y reales: es por ello que la tentación obsesiva de todos los políticos sea dedicarse al inmediato presente a costa del futuro. Sobre todo, la gente esta dispuesta a equivocarse en su pronostico de los problemas para que no se la acuse de crear esos problemas o de haberlos deseado: “Si tan solo”, les encanta pensar. “si tan solo la gente no hablara sobre ello, probablemente no llegue a ocurrir”

Quizás este hábito se remonta a la primitiva creencia de que la palabra y la cosa, el nombre y el objeto, son idénticos. En todos los eventos, surge la discusión sobre el futuro, pero ahora con más fuerza, los males evitables son la cuestión más impopular y al mismo tiempo más necesaria para los políticos.

Aquellos que conscientemente eluden su responsabilidad, recibirán el castigo de los que vienen después. Hace una o dos semanas, conversé con un votante de mediana edad, un obrero empleado en una de nuestras industrias nacionalizadas. Después de una o dos frases sobre el tiempo, de pronto dijo “Si tuviese el dinero para irme, no me quedaría en este país” Yo le respondí jocosamente que, aunque el gobierno actual lo haga mal, no durará para siempre en el poder, pero ni me escuchó y continuó: “Tengo tres hijos, todos han pasado por la escuela y dos de ellos están ahora casados y tienen familia. Yo no estaré satisfecho hasta que no les haya visto establecidos en el extranjero. En este país, en 15 o 20 años los negros serán los que dominen a los blancos”.

Todavía puedo oír el coro de la abominación de estas ideas en mi cabeza. ¿Cómo puede atreverse alguien a decir una cosa tan terrible? ¿Cómo iba a arriesgarme yo a buscar problemas e inflamar los sentimientos repitiendo semejante conversación? La respuesta es que no tengo derecho a no hacerlo. Ahí estaba un decente hombre corriente ingles, que a plena luz del día en mi propia ciudad me dice a mi, miembro del Parlamento, que en este su país no merece la pena que vivan sus nietos. Simplemente yo no tengo derecho de cruzarme de hombros y pensar en otra cosa. Lo que él dice lo pensarán y dirán cientos y miles de personas, quizás no en toda Gran Bretaña, pero sí en la áreas que actualmente están sufriendo una transformación para la que no existe ningún paralelismo en cientos de años de historia inglesa. En 15 o 20 años, de continuar la actual tendencia, en este país habrá tres millones y medio de inmigrantes de la Commonwealth junto con sus descendientes. Y esta no es una cifra que me haya inventado yo. Es una cifra oficial ofrecida al parlamento por el representante de la Oficina General del Registro Civil. No hay una cifra oficial para el año 2000, pero seguramente pueda ser de entre 5 y 7 millones de inmigrantes, aproximadamente un 10% del total de la población, lo que equivaldría a la población total del Gran Londres. Por su puesto no se distribuirán por todo el país desde Margate a Aberystwyth, y desde Penzance a Aberdeen. Areas enteras, ciudades y partes de ciudades a lo largo de Inglaterra serán ocupadas por población inmigrante y descendiente de inmigrantes.

Según vaya pasando el tiempo, la proporción sobre el total de los que son descendientes de inmigrantes, los que nacieron en Inglaterra, crecerá rápidamente. Aun en 1985 los descendientes de nativos ingleses constituirán la mayoría. Este factor es lo que crea la extrema urgencia de actuar ahora, de llevar a cabo ese tipo de acción que es más difícil de llevar a cabo por los políticos; una acción cuyas dificultades radican en el presente, pero los males futuros que deben ser prevenidos o minimizados radican en los parlamentarios situados por delante de mi.

La natural y racional primera pregunta que se haría una nación confrontada frente a un futuro tal, sería preguntar: “¿Cómo puede ser reducida la dimensión de este problema?” Reconozcamos que no puede ser prevenido del todo, pero puede ser limitado, teniendo muy presentes en la mente que los siguientes números son la esencia de la pregunta: la significación y consecuencias de la introducción de un elemento extraño en la población de un país es profundamente diferente dependiendo sí este elemento es el 1% o el 10%. Las respuestas a esta sencilla y racional pregunta son también sencillas y racionales: parando más afluencias de inmigrantes, y promoviendo al máximo la salida de los mismos. Ambas respuestas son parte la política oficial del Partido Conservador.

Cuesta creer que en este momento 20 o 30 nuevos niños inmigrantes están llegando del extranjero a la región de Wolverhampton cada semana, pero es cierto. Y eso representa 15 o 20 familias adicionales de aquí en una o dos décadas adelante. A aquellos a los que los dioses quieren destruir primero les vuelven locos. Y nosotros debemos estar locos, total y literalmente locos, al ser una nación que permite la llegada anual de 50.000 inmigrantes, que son en su mayor parte el material constitutivo del futuro crecimiento de la población descendiente de inmigrantes. Es como ver a una nación atareada apilando leña para su propia pira funeraria. Somos tan dementes que actualmente permitimos a personas solteras que se establezcan en el país con el propósito de formar una familia con novias y cónyuges a los que jamas han visto. Supongamos que este flujo de llegada de inmigrantes no se corta automáticamente. Al contrario, incluso con la actual cuota de solo 5.000 personas admitidas con permisos, hay suficiente para 25.000 nuevos inmigrante por año y así hasta el infinito; eso sin tener en cuenta la gran cantidad de parejas inmigrantes que ya se encuentran en nuestro país, y estoy suponiendo que es una situación en la que que no se permite de ningún modo la entrada ilegal o fraudulenta al país. En estas circunstancias nada será suficiente, pero la llegada total de inmigrantes para establecerse debería reducirse a proporciones absolutamente mínimas, y por ello deben tomarse medidas legislativas y administrativas sin demora alguna.

Vuelvo a la re-emigración. Si la inmigración terminase mañana mismo, la tasa de crecimiento de los inmigrantes que están aquí y de sus descendientes se podría reducir sustancialmente, pero el tamaño futuro de este elemento en la población seguiría manteniendo intacto su carácter de peligro nacional.

Esto solo puede ser afrontado mientras una considerable proporción de los inmigrantes todavía se encuentre comprendida en el total de personas que han llegado en los últimos diez años. De aquí la urgencia de aplicar el segundo elemento de la política del Partido conservador: la incentivación del retorno a su tierra de origen. Nadie puede estimar el numero de personas que, con una generosa ayuda y asistencia, elegirían bien retornar a sus países o trasladarse a otros países que necesiten la fuerza de trabajo, la destreza y las habilidades que ellos representan. Nadie lo sabe porque nunca se ha intentado una política semejante. Yo sólo puedo decir que, incluso ahora, inmigrantes de mi propio distrito electoral de vez en cuando vienen a verme, preguntándome si les puedo encontrar asistencia para volver a su verdadera casa. Si una política así fuese establecida y continuada con la determinación que justifica la gravedad de la situación, el flujo de salida resultante podría alterar significativamente las perspectivas futuras.

El tercer elemento de la política del Partido Conservador es que todos los que están en este país como ciudadanos deberían ser iguales ante la ley y no hacer ninguna discriminación entre ellos por parte de las autoridades públicas. Como el Sr. Heath ha dicho, no tendremos “ciudadanos de primera clase” y “ciudadanos de segunda clase”. Esto no significa que todos los inmigrantes y sus descendientes deban ser elevados a una clase privilegiada o especial, o que a los ciudadanos se les impida su derecho a discriminar en la administración de sus propios asuntos entre un conciudadano y otro, o que deba estar sujeto a imposiciones en lo relativo a sus motivos y razones legitimas para comportarse de una manera o de otra.

No puede haber mayor concepto erróneo de la realidad que la que es mantenida por esos que, a voz en grito, demandan una legislación “contra la discriminación”, ya sean los escritores de artículos de fondo de la misma índole (e incluso a sueldo de aquellos mismos periódicos) que aquellos que, a comienzos de los años 30, año tras año intentaban ocultar a este país del creciente peligro al que se enfrentaba; o los arzobispos que viven en palacios, de maneras delicadas y a los que la ropa de cama de seda les tapa los ojos. Lo han conseguido exactamente y diametralmente mal. La discriminación y la depravación, el sentimiento de alarma y de resentimiento no tienen relación con la población inmigrante establecida, sino con aquellos que han venido y siguen viniendo sin cesar. Es por ello que promulgar unas leyes de este tipo en el parlamento en estos momentos es como tirar una cerilla a un barril de pólvora. Lo más suave que se pude decir de quienes proponen y apoyan esto es que no saben lo que hacen.

Nada es más engañoso que las comparaciones entre los inmigrantes de la Commonwealth en Gran Bretaña con el negro americano. La población negra en los Estados Unidos, que ya existía antes de que los Estados Unidos se formasen como nación, empezó literalmente como esclava, y más tarde se le concedió el derecho de voto y otros derechos inherentes a la ciudadanía, cuyo ejercicio solo han alcanzado parcialmente y de forma gradual y aun no han completado del todo (1) . El inmigrante de la Commonwealth llega a Inglaterra como un ciudadano integral, a un país que no conoce la discriminación entre un ciudadano y otro, y entra instantáneamente en posesión de los derechos que tiene todo ciudadano, desde el voto hasta el tratamiento gratuito en el Servicio Nacional de Salud.

Cualquier inconveniente relacionado con los inmigrantes no deriva de la ley, o de las políticas publicas o de la administración, sino de las circunstancias personales y los accidentes que crean, y siempre crearán, del mismo modo que la fortuna y la experiencia de un ser humano es diferente a la de otro.

Pero, mientras que para el inmigrante entrar en este país era el ingreso a privilegios y oportunidades que surgían de un modo ilusionaste y atractivo, el impacto para la población autóctona era muy distinto. Por razones que no podían comprender, y en cumplimento de decisiones en las que nunca fueron consultados, se encontraron con que habían sido convertido en extraños en su propio país.

Se encontraron con que les era imposible encontrar camas en los hospitales en las maternidades, que sus hijos no podían obtener plazas en las guarderías y colegios, sus casas y barrios cambiadas de tal modo que eran irreconocibles, sus planes y proyectos para el futuro frustrados; en el trabajo se encontraron con que los patrones vacilaban a la hora de pedir a los inmigrantes los mismos estándares de disciplina y competencias requeridas a los trabajadores autóctonos de Inglaterra; empezaron a oír, mientras el tiempo pasaba, más y más voces que les decían que ahora ellos eran a los que no querían. Entonces aprendieron que un privilegio unilateral se establece por una ley del parlamento; una ley que no puede, y no esta diseñada para actuar en su protección ni para hacer justicia o reparar su quejas. Sin embargo sí esta promulgada para otorgar al extranjero, al descontento, refunfuñoso y agente provocador, el poder para humillar y acusar al honrado ciudadano inglés por sus acciones privadas.

En las cientos y cientos de cartas que recibí la ultima vez que hable de este tema hace dos o tres meses, había una impactante característica que era completamente nueva y que encontré premonitoria y preocupante. Todos los Miembros del Parlamento están acostumbrados a la típica correspondencia anónima; pero lo que me sorprendió y alarmó fue que una alta proporción de gente normal, sensible, que escribía una carta sensata, y casi siempre correcta y bien escrita, pensaba que tenían que omitir su dirección porque era peligroso comprometerse con una carta enviada a un Miembro del Parlamento mostrándose de acuerdo con los puntos de vista que yo había expresado, y que podrían sufrir algún castigo o represalia si se llegaba a saber que ellos habían hecho eso. La sensación que está creciendo entre la gente inglesa corriente de ser una minoría perseguida, en aquellas áreas del país que están afectadas, es algo que aquellos sin una experiencia directa pueden difícilmente imaginar. Voy a permitir tan solo a una de esas cientos de personas que hable por mí:

“Hace ocho años en una respetable casa de Wolverhampton se vendió una casa a un negro. Ahora sólo una persona blanca (una anciana pensionista) vive allí. Esta es su historia. Ella perdió a su marido y a sus hijos en la II Guerra Mundial, y convirtió su casa de siete habitaciones, su única posesión, en una casa de huéspedes. Trabajó duro y lo hizo bien, pagó la hipoteca y empezó a guardar algo para su vejez. Entonces los inmigrantes se mudaron al barrio. Con una preocupación creciente, vio como una casa tras otra era ocupada. Aquella calle tranquila se volvió un lugar de ruido y confusión y pesarosamente sus inquilinos blancos se trasladaron. El día después de que se fuese el ultimo inquilino, fue despertada a las 7 de la mañana por dos negros que querían utilizar su teléfono para llamar a su patrón. Cuando se negó, como se lo hubiese negado a cualquier extraño a tales horas, fue insultada y temió que si no hubiese sido por la cadena de la puerta habría sido atacada. Familias inmigrantes habían intentado alquilar habitaciones en su casa de huéspedes, pero ella siempre se negó. Cuando sus pequeñas reservas de dinero se agotaron, y después de pagar los impuestos municipales, ella sólo tenia menos de dos libras por semana. Fue a pedir una reducción de la cuota de sus impuestos, y fue vista por una chica joven que, al oír que tenia una casa de huéspedes de siete habitaciones, le sugirió que podría alquilar una parte de ella. Cuando la anciana dijo que los únicos que la alquilarían serian los negros, la chica dijo ‘En este país los prejuicios raciales no te conducen a ninguna parte’. Y la anciana volvió a casa.

El teléfono es su cordón umbilical. Sus hermanos pagan la factura, y la ayudan sobrevivir lo mejor que pueden. Los inmigrantes la han ofrecido comprarle su casa de huéspedes, pero a un precio que cualquier propietario con un poco de vista sería capaz de recuperar de sus inquilinos en semanas, o a lo sumo en unos pocos meses. Ahora esta empezando a tener miedo de salir. Le rompen las ventanas. Encuentra excrementos en el buzón. Cuando va a comprar a las tiendas, la siguen niños pequeños mulatos que le hacen muecas. No saben hablar ingles, pero hay una palabra que conocen. ‘Racista’ le gritan. Cuando se apruebe la nueva ‘Ley de Relaciones entre Razas’ (1), esta mujer está convencida de que irá a prisión. Y yo me pregunto ¿Estará equivocada?

El otro peligroso engaño de aquellos que son testarudos, o bien que están ciegos ante la realidad, se aglutina en torno a la palabra ‘integración’. Estar integrado en una población significa ser para todos los fines prácticos indistinguible frente a los otros miembros. Hoy en día, y desde siempre, cuando hay diferencias culturales y físicas, especialmente el color, la integración es difícil durante un largo periodo, cuando no imposible. Hay, entre los inmigrantes de la Commonwealth personas que han venido aquí en los últimos 15 años, cientos de ellas cuyos propósitos y deseos son integrarse y cuyos únicos pensamientos y esfuerzos se dirigen en esa dirección. Pero imaginar que tal cosa pueda entrar en la cabeza de una gran y creciente mayoría de inmigrantes es una absurda equivocación, y además es peligrosa.

Estamos justo en el límite de un cambio. Hasta ahora han sido la fuerza de las circunstancias y el entorno los que han proporcionado la idea de que la integración es inaccesible para la mayor parte de la población inmigrante, que ellos nunca han concebido ni intentado tal cosa, y que su número y concentración física significan que la presión hacia la integración que normalmente apunta hacia cualquier pequeña minoría no funciona.

Actualmente estamos viendo el crecimiento de fuerzas poderosas que actúan contra la integración; de intereses creados en la preservación y agudización de las diferencias raciales y religiosas con vistas a ejercer su verdadera tiranía, primero entre sus conciudadanos inmigrantes, y después sobre el resto de la población. La nube no mayor que el tamaño de la mano de un hombre, que puede encapotar el cielo tan rápidamente, se ha visto recientemente sobre Wolverhampton, y ha dado señales de expandirse rápidamente. Las palabras que voy a usar ahora mismo, las cito tal cual aparecieron en la prensa local el 17 de febrero. No son mías, sino de un laborista Miembro del Parlamento, que es Ministro en el Gobierno actual: “La campaña de la comunidad sikh para mantener costumbres inapropiadas en Inglaterra es muy deplorable. Al trabajar en Gran Bretaña, especialmente en los servicios públicos, deben estar preparados para aceptar los términos y condiciones de su trabajo. El pedir derechos especiales para su comunidad (¿o deberían decir ritos?) (3) conducen a una peligrosa fragmentación de la sociedad. Este régimen de autonomía comunitaria es un cáncer, ya sea practicado por personas de un color o de otro, y debe ser duramente condenando.” Todo el mérito para John Stonehouse por tener la perspicacia para verlo, y el coraje para decirlo.

Para estos peligrosos y divisivos elementos, la legislación que se propone en la ‘Ley de Relaciones entre Razas’ es el mejor abono que necesitan para florecer. Con esto que acabo de exponer he querido mostrar que las comunidades de inmigrantes pueden organizar a sus miembros, agitarlos y hacer campañas contra sus conciudadanos, y sobrepasar y dominar al resto con las armas legales que los ignorantes y los mal informados les han proporcionado. Según miro hacia adelante, me llena un presentimiento: como el Romano, me parece ver “el Río Tiber con mucha espuma ensangrentada”. (4) Ese trágico e intratable fenómeno que contemplamos con horror al otro lado del Atlántico, pero que está entretejido con la misma historia y existencia de los Estados Unidos mismos, esta viniendo aquí hacia nosotros por nuestra propia voluntad y nuestra propia negligencia. De hecho, ya ha llegado plenamente.

En términos numéricos, será de la misma proporción que en los Estados Unidos para el fin del siglo XX.

Sólo una firme resolución y acciones urgentes podrían evitarlo todavía hoy. Si la gente será quien demande esas acciones y las obtenga es algo que ignoro. Lo único que sé es que verlo, y no decirlo, será la gran traición.

(1) Recuerde el lector que este discurso se pronunció en abril de 1968)

(2) Race Relations Bill

(3) Aquí se hace un juego de palabras en ingles entre ‘rights’ y ‘rites’)

(4) Ésta es una cita de Virgilo prediciendo la guerra