El extranjero, de Rudyard Kipling

El extranjero que entra en mi casa
puede ser sincero o amable,
pero no habla mi idioma,
no puedo conocer su espíritu.

Veo su cara, sus ojos y su boca
pero no el alma que hay detrás.

Los hombres de mi propia sangre,
pueden hacer el mal o el bien,
pero dicen las mentiras que yo conozco.

Ellos conocen las mentiras que yo digo,
y no tenemos necesidad de intérprete
cuando vamos a comprar o vender.

El extranjero que entra en mi casa,
puede ser malo o bueno,
pero no puedo saber qué poder lo controla,
qué razón domina su humor,
ni cuando los dioses de su lejano país
retomarán posesión de su sangre.

Los hombres de mi propia sangre
pueden ser muy malos,
pero por lo menos comprenden lo que yo comprendo
y ven las cosas que yo veo,
sea lo que pienso de ellos y de sus gustos,
o lo que ellos piensen de mis gustos.

Esta era la creencia de mi padre
y es también la mía:
El grano debe formar una sola gavilla
y el racimo debe dar un sólo vino,
y los hijos deben hacerse los dientes
sobre el amargo pan y el vino.