Michael Pettis es estadounidense, nació en Zaragoza hace 62 años y lleva media vida viviendo en China. Algunas veces se le acusa de estar al servicio del régimen chino y otras de ser un agente americano, unas credenciales inmejorables para un debate desbordado por la propaganda. Es profesor en la prestigiosa Guanghua School of Management de la Universidad de Pekín y está entre los economistas más respetados por los sinólogos y por los corresponsales extranjeros en Asia.
Acaba de publicar junto a Matthew C. Klein uno de los ensayos del año: ‘Las guerras comerciales son guerras de clase: cómo el aumento en la desigualdad distorsiona la economía global y amenaza la paz internacional’. Ha sido calificado como el «el libro más polémico de la temporada» y alabado por figuras tan influyentes como Dani Rodrik, Adam Tooze o Martin Wolf.
En esta larga entrevista con El Confidencial, Pettis explica la tesis de su libro, pero también desgrana de forma pedagógica por qué los salarios en el mundo desarrollado son cada vez más desiguales, advierte contra la futorología con China e insiste en la superioridad de la democracia frente a la autocracia a la hora de resolver crisis a largo plazo. «Donald Trump y el resto de líderes europeos son un desastre necesario para que nuestras élites salgan de su complacencia», asegura.
PREGUNTA. La principal tesis de su libro es que el aumento de la desigualdad dentro de los países aumenta los conflictos comerciales entre ellos. También dice que las guerras comerciales no son conflictos entre países, sino guerra de clases, sobre todo entre banqueros y dueños de grandes activos financieros por un lado y la clase media y los trabajadores por otro. ¿Podría desarrollar su teoría?
RESPUESTA. En el libro, explicamos que en un ambiente de comercio mundial efectivo los desequilibrios comerciales persistentes son imposibles porque, al final, siempre se ajustan por sí solos. Si un país produce de forma más eficiente que sus socios comerciales y tiene superávit, provocará ajustes monetarios o cambiarios que permitirán consumir más a la gente del país y aumentar sus importaciones, ajustando los equilibrios comerciales de nuevo.
La competitividad alemana no es la eficiencia en su producción, sino sus bajos salarios en comparación con la productividad
Pero eso no es lo que está ocurriendo hoy. Los desequilibrios comerciales persistentes no surgen de diferencias en la eficiencia de la producción, sino en los ingresos mal distribuidos del país que tiene superávit. Piensa, por ejemplo, en que el alemán, de media, produce aproximadamente un 70-75% del PIB en comparación con un estadounidense y un 110-115% en comparación a un inglés. Y, sin embargo, recibe menos del 60% del salario medio de un estadounidense y más o menos lo mismo que un inglés. La verdadera fuente de la competitividad alemana, en otras palabras, no es la eficiencia en su producción, sino sus bajos salarios en comparación con la productividad. Además, su elevada tasa de ahorro no se produce por la frugalidad de los hogares, sino por los altos beneficios de las empresas. Lo mismo ocurre con China, cuyos trabajadores son aproximadamente un 15% productivos en comparación con un trabajador estadounidense medio y un 20-25% como un británico, pero sus ingresos apenas alcanzan el 10% de un estadounidense y el 15-20% de un británico.
Mientras que los alemanes o los chinos cobren un salario tan bajo en comparación con lo que producen, no podrán aumentar su cuota de consumo total y, por tanto, seguirán produciendo más de lo que consumen. Eso hará que el desequilibrio —junto con el exceso de ahorro— deba ser exportado. Si no fuera por esta diferencia de salarios, los alemanes y los chinos podrían exportar todo aquello en lo que fueran relativamente más eficientes al producir, pero un mayor consumo [derivado del aumento de los salarios] significaría que esas exportaciones se igualarían con la importación de bienes extranjeros en vez de con la exportación del exceso de ahorro. El desequilibrio comercial se ajustaría.
La táctica del salami o cuánto queda para que estalle la guerra entre China y EEUU
P. Dice que “la profundización de la globalización y el aumento de la desigualdad se han reforzado el uno al otro”. ¿Qué significa esto? ¿Cómo se pueden mantener los beneficios de la globalización y, al mismo tiempo, mitigar sus desventajas?
R. Vivimos en un mundo globalizado y eso provoca que las políticas de un país para reducir los salarios obliguen a otros países a igualar esa bajada para mantenerse competitivos. Mucha gente diría que la solución para el problema discutido antes está muy clara: EEUU y Reino Unido deberían aumentar productividad o bajar los salarios. El problema es que para que las empresas aumenten la productividad se requieren inversiones enormes a largo plazo que pueden ser arriesgadas, especialmente cuando el consumo crece tan lento.
Es mucho más rápido obligar a que bajen los sueldos amenazando con trasladar la industria a países con salarios más bajos en comparación con su nivel de productividad. Tal y como explicó Bill Clinton en 1993 cuando firmó el acuerdo del NAFTA, “el hecho de que las factorías y la información fluya por todo el mundo, que la gente pueda mover su dinero a cualquier lado de un plumazo”, significa que la verdadera única solución para aumentar la competitividad en el extranjero es bajar los salarios. Los salarios pueden ser reducidos de forma directa, como hizo Alemania en 2003-2004 después de sus reformas laborales, o de forma indirecta, depreciando tu moneda, debilitando el sistema de bienestar, permitiendo la degradación ambiental, etc.
Los periodos de alta desigualdad de ingresos fueron periodos de desequilibrios comerciales muy grandes y una deuda rampante
El problema que tienen los países que tratan de aumentar su competitividad de esta forma es que, aunque funciona a nivel individual, lo empeora a nivel colectivo. Como los países reducen sus salarios en comparación con el PIB, también reducen el porcentaje del consumo y, con ello, las inversiones de las empresas para aumentar el consumo doméstico también caen. El resultado es que la demanda global disminuye. En ese caso, la caída del crecimiento mundial solo puede ser paliada con deuda, tanto nacional como individual. No es una coincidencia que durante los periodos de alta desigualdad de ingresos —como en la década de 1920, o entre 1890 y 1900 o en 1860— también fueran periodos de desequilibrios comerciales muy grandes y una deuda rampante.
P. Viendo lo que está ocurriendo en Estados Unidos, el modelo chino se ha revelado cada vez más atractivo para algunos países en desarrollo. Incluso en algunos países europeos como en España se pueden encontrar voces que dicen que el modelo chino podría ser inspirador para nosotros. ¿Qué opina?
R. Depende de a lo que te refieras con ‘modelo chino‘. El modelo de desarrollo chino está muy desequilibrado y depende mucho de mantener salarios muy bajos, tener una tasa de ahorro alta y tener un Estado que dirija la inversión nacional a la infraestructura y a la capacidad manufacturera. Esto puede ser bueno para un país bajo ciertas circunstancias y malo para otro país, pero no hay nada especialmente chino en este modelo. De hecho, cuando se habla del modelo de desarrollo chino algunos se refieren al ‘modelo Gershenkron’, en memoria de Alexander Gershenkron, y se puede aplicar al menos a dos docenas de países en las últimas décadas, también conocidos como «milagros del crecimiento».
En un país en vías de desarrollo con niveles muy bajos de inversión —como era el caso de China durante las décadas de los ochenta y los noventa— este modelo es una buena forma de garantizar un rápido crecimiento. El problema es que, una vez que los niveles de inversión han alcanzado su punto de saturación, el modelo de desarrollo provoca un aumento de deuda. De hecho, todos los países que han seguido este camino han pasado por tres etapas. Primero, pasan por muchos años de crecimiento rápido y saludable. Después, mantienen altas tasas de crecimiento, pero empeorando los desequilibrios internos y endeudándose mucho. Por último, llegan un reajuste muy complicado, bien sea a través de una crisis como Brasil en 1982-83 o Corea del Sur en 1997 o en forma de décadas de estancamiento, como la URSS a finales de los setenta y en la década de los ochenta, o Japón a partir de la década de los noventa.
En España, este modelo no funcionaría hoy. Las economías avanzadas no sufren de falta de acceso al capital y, en cualquier caso, los trabajadores españoles y la clase media no tolerarían políticas que obligaran a aumentar la tasa de ahorro porque estas implican reducir su participación en lo que producen. Las élites financieras, por supuesto, estarían encantadas ante este tipo de políticas.
China tiene mucha más infraestructura de la que puede usar de forma productiva para sus niveles de desarrollo
Pero eso no significa que no haya nada que aprender de China. En Occidente hemos desdeñado la inversión en infraestructura durante muchos años y ahora tenemos mucho menos de lo que necesitaríamos para nuestros niveles de desarrollo. Justo al contrario que China, que tiene mucha más infraestructura de la que puede usar de forma productiva para sus niveles de desarrollo. Podemos invertir en infraestructura y mejorarla sin tener que preocuparnos de la deuda porque, al contrario que la China de hoy, pero como la China de hace 10-20 años, el aumento en la deuda iría emparejado de un aumento incluso mayor del PIB.
P. Hace 10 años se hablaba sin parar del inminente colapso de China. Ahora está de moda pronosticar la ‘implosión’ de EEUU. Como poco ha cambiado la narrativa.
R. La gran ironía es que el prestigio de la democracia siempre está en mínimos justo cuando demuestra su superioridad. La gran ventaja de las democracias sobre otras formas de gobernanza es que, institucionalmente, son capaces de adaptarse. Churchill dijo que EEUU siempre hace lo correcto, pero solo después de haber intentado todo lo demás. De hecho, creo que esto no solo es verdad con EEUU sino con todas las democracias liberales. Cuando hay un gran cambio en las circunstancias subyacentes —como lo hubo en los sesenta o en la década de los treinta y como lo está habiendo ahora—, son las democracias las que se adaptan. Pero el proceso de ajuste es tan caótico, confuso y complicado que la gente ve crisis, caos y conflicto en todos lados y empieza a desconfiar de la democracia. Es justo durante esos periodos cuando el prestigio de las autocracias alcanza su pico, porque parece que consiguen gestionar la crisis de forma ordenada, estable y efectiva.
Sin embargo, yo diría que esto sucede solo por las rigideces del sistema autocrático, que evitan que el sistema se adapte tan rápido como debería. Igual que hacemos hoy, en su día admirábamos la mano dura de las autocracias durante los años treinta y sesenta y veíamos con malos ojos el caos y la debilidad de las democracias. Pero, al final, quedó patente que la fortaleza de las autocracias no era otra cosa que rigidez, mientras que el caos de las democracias era flexibilidad. Ya sé que se ha vuelto a poner de moda perder la esperanza por nuestras frágiles y débiles democracias. Pero espero que no olvidemos la lección. Trump es un desastre y la mayoría de los europeos están convencidos de que sus propios líderes también son un desastre, pero son desastres necesarios para obligar a nuestras élites a salir de su complacencia. El cambio siempre es feo, caótico, confuso. Pero es necesario. El miedo al cambio no da estabilidad, todo lo contrario..
Occidente ya ha perdido Hong Kong. Y te debería preocupar más de lo que imaginas
P. Durante los últimos meses, se ha vuelto a repetir mucho el mantra de que «este es el siglo de China», «China es el futuro», etc. Algunos analistas dicen que China será la nueva superpotencia después de la crisis del covid. En una entrevista reciente con El Confidencial, el antiguo diplomático singapurense Kishore Mahbubani dijo, por ejemplo, que los pobres en China ya viven mejor que los pobres en EEUU. ¿Qué opina?
R. No tengo muy claro que los economistas se tomen en serio a Kishore Mahubabani. Para mis estudiantes chinos, una afirmación como esa sería inexplicable. A principios de junio, el Primer Ministro Li Keqiang dijo algo que sugería una visión totalmente diferente y hay rumores de que dicho discurso le podría haber causado problemas políticos. Por razones obvias, prefiero no decir mucho más sobre esto porque es un tema muy sensible en China.
En cuanto lo del ‘siglo de China‘… prefiero mantenerme escéptico. Muchos países han seguido el modelo de desarrollo de China y han creado expectativas muy altas que, después, no se cumplieron. Acuérdate de que en los años sesenta todo el mundo ‘sabía’ —incluso el propio Kennedy— que la URSS estaba creciendo tan rápido que superaría económica y tecnológicamente a EEUU a finales de la década de los ochenta. En su lugar, su PIB en relación al PIB global descendió un 15% en los primeros años de los setenta y 4-5% en las dos siguientes décadas. En los años ochenta todo el mundo ‘sabía’ que el crecimiento de Japón era imparable y superaría económica y tecnológicamente a EEUU en dos décadas. Su porcentaje de PIB en comparación con el resto del mundo alcanzó el pico del 17% en la década de los noventa. Ahora es inferior al 7%. Al principio de los años setenta era ampliamente conocido que Brasil, el primer país al que se le llamó ‘milagro económico’, sería una economía avanzada para final de siglo. Por supuesto, nada de esto ha ocurrido.
Que todas las películas acaben igual no quiere decir que la siguiente tendrá el mismo final. Pero deberíamos ser menos arrogantes
China ha seguido el mismo modelo de desarrollo que estos países, pero eso no significa que esté destinado a fracasar. Al fin y al cabo, que todas las películas acaben igual no quiere decir que la siguiente tendrá el mismo final, pero sí significa que deberíamos ser menos arrogantes a la hora de predecir el futuro. Una cosa está clara: los economistas no entienden por qué este modelo de desarrollo siempre parece conducir primero a un crecimiento espectacular, seguido de un crecimiento desequilibrado con mucha deuda y, por último, un ajuste económico complicado. En todos los casos de la historia moderna nuestras predicciones sobre el crecimiento continuo han sido completamente fallidas. Hasta que no entendamos por qué hemos fallado tanto, todo el mundo debería ser muy cauto a la hora de hacer las mismas predicciones de nuevo.
P. En ese sentido, da la sensación de que, cuando se analiza China, se tiende a olvidar que es un país con 600 millones que viven con menos de 140 dólares al mes. ¿Estamos sobreestimando la fortaleza de China o es precisamente esa su fortaleza?
R. China es un país en desarrollo muy grande, con todas las fortalezas y debilidades que eso implica. Continuará desarrollándose con el conjunto adecuado de instituciones políticas, financieras, legales, educativas y culturales, sobre todo si sus instituciones pueden adaptarse rápido a las nuevas condiciones. Sin las instituciones adecuadas, China fracasará a la hora de convertirse en una economía avanzada. Los precedentes históricos no son muy optimistas.
P. Cambiando de tema, ¿considera que el repunte de nacionalismo chino se ha convertido en un problema para los extranjeros que viven allí y que puede marcar los años por venir?
R. En el libro que publiqué en 2013, expliqué por qué los grandes desequilibrios globales —como los altos niveles de desigualdad de ingresos y un considerable aumento de deuda global— muestran que el mundo se dirige, de manera inevitable, hacia un camino de desglobalización. Y parte de ese proceso también conduce a un aumento de tensiones geopolíticas, un auge del racismo y un mayor odio hacia los extranjeros y los inmigrantes. Creo que esto es inevitable y empeorará más aún antes de que mejore. Pero también pienso que deberíamos ser cuidadosos y no culpar a un país o a otro. Es cierto que están pasando cosas feas en China, pero también en EEUU, la Unión Europea, Reino Unido, América Latina, India y en cualquier sitio. No estamos ante un problema chino, estamos ante un problema global.
Esto es lo que pasa cuando plantas cara a China… y no eres Estados Unidos
P. Hablemos de la desigualdad salarial, una de sus mayores preocupaciones. En un reciente artículo en el ‘Financial Times‘, escribió que el porcentaje de riqueza de los hogares en China está “entre los más bajos de cualquier país en toda la historia”. Para algunos lectores en España podría ser un poco confuso el hecho de que la sociedad china sea más desigual que países occidentales.
R. La desigualdad de ingresos es un problema económico muy serio en todo el mundo, especialmente en países como EEUU y China. Las propias estadísticas chinas mostraban hace unos años, antes de que dejaran de publicar las cifras, que la desigualdad de ingresos en China es mucho más alta que en Europa. Hace 20 o 30 años no había mil millonarios en China. Ahora, China tiene más mil millonarios que cualquier otro país en el mundo, incluyendo a la UE y a EEUU.
P. En ese mismo artículo decía que “China no tiene otra opción que expandir la presencia del Gobierno”. ¿A qué se refiere?
R. La única forma de mantener altas tasas de crecimiento es que el Gobierno siga insuflando enormes cantidades de gasto en actividades no rentables ni productivas. Este es un problema muy comentado en China y hay un enconado debate sobre hasta cuándo se tiene que prolongar. Por ahora, sin embargo, los asesores más importantes del Ejecutivo están más preocupados por las consecuencias políticas derivadas de un crecimiento económico débil que de las consecuencias financieras de más deuda. Por lo tanto, las autoridades siguen gastando. Esto continuará hasta que los niveles de deuda obliguen a Pekín a cambiar sus políticas.
P. También insiste en la idea de que los hogares no consumen tan rápido como los países producen. Escribe: “Hemos alcanzado el límite de nuestra habilidad para absorber la creciente desigualdad de ingresos”. ¿Tiene alguna idea o política para cambiar esto?
R. En el libro demostramos por qué el problema del aumento de la desigualdad de ingresos es impulsado por los flujos de capital, característica clave de la globalización. Los países presionan a la baja los salarios para mejorar su competitividad internacional. El problema es que, si los salarios se reducen y los ahorros de los ricos aumentan, la gente encontrará cada vez más difícil consumir todo lo que se produce en el país, que acabará ahorrando mucho más de lo que puede invertir. La única forma para resolver este desequilibrio de demanda es exportar tanto el exceso de ahorro como el exceso de producción a otros países. Estos, a cambio, deberán reducir sus propios salarios directa o indirectamente para seguir siendo competitivos. Este proceso deja al mundo en un círculo vicioso en el que los bajos salarios debilitan la demanda y la baja demanda obliga a aumentar la competitividad que, en muchos casos, se consigue bajando los salarios. Y, en ese contexto, la única forma de mantener el crecimiento de la economía es con más deuda. Y es ahí donde estamos hoy.
En un mundo globalizado, es estúpido pensar que los verdaderos conflictos son nacionales
Para solucionar el problema del crecimiento, los países deben hacer dos cosas: deben redistribuir los salarios y deben emprender un proceso de reconstrucción de infraestructuras productivas. Pero, como demostramos en el libro, para lograr esto en un mundo globalizado todo el mundo debe cooperar y hacerlo conjuntamente. Si no, no funciona. Si un país emprende esta lucha solo, paga todo el coste de estas políticas, pero comparte los beneficios con los países que se niegan a hacerlo. Crea un serio problema de ‘free rider’ (parásito). Como somos escépticos sobre la habilidad del mundo para cooperar, recomendamos que las economías avanzadas occidentales tomen medidas unilaterales para impedir el libre flujo de capitales innecesario. Esto obligará a pagar los costes de esas políticas a los países que quieran mejorar su competitividad bajando salarios. En ese caso, las malas políticas dañarán a los países que las implementan. El comercio internacional es positivo si obliga a los países a competir aumentando la productividad. Es negativo si obliga a los países a competir reduciendo salarios.
P. El debate entre prochinos o antichinos finalmente ha aterrizado en España durante la crisis del covid. La gente cruza acusaciones igual que se hacía hace 10 o 12 años en la comunidad de ‘expats’ en Pekín. ¿Tiene algún consejo para atajar esta espiral de simplismo?
R. Vivimos en una época en la que las opiniones estarán cada vez más polarizadas y las tensiones geopolíticas aumentan de forma inevitable. Por lo tanto, mi único consejo para la gente inteligente es que se centre en los temas realmente importantes. Tal y como tratamos de explicar en el libro, el verdadero conflicto no es entre países sino entre las clases sociales y los sectores económicos. Las políticas que afectan a los trabajadores y clase media de China también afectan, al mismo tiempo, a los trabajadores y la clase media española. Al mismo tiempo, las políticas que fortalecen a la élite financiera en Alemania, fortalecerán a la élite financiera en EEUU. En un mundo globalizado es estúpido pensar que los verdaderos conflictos son nacionales, pero es inevitable que sea así como nos los presenten.
Los demócratas están cayendo en la trampa china de Trump
P. ¿Cómo de preocupado está Pekín por el protagonismo del dólar en el sistema de comercio internacional?
R. Algunos políticos en Pekín están muy preocupados, pero esta preocupación se complica por el fracaso de la gran mayoría de los políticos (no solo en China, sino también en el extranjero) a la hora de entender cómo funcionan las monedas en el sistema de comercio internacional. Todavía hay gente, tanto en China como en el resto del mundo, que te dicen que la prominencia del dólar tiene que ver con el número de portaaviones estadounidenses o por los acuerdos secretos de la OPEC para acordar los precios del petróleo en dólares. Todo esto no son más que tonterías. El dólar estadounidense es fundamental para la economía global, principalmente porque el sistema financiero estadounidense obliga a la economía estadounidense a adaptarse a las necesidades del resto del mundo. El mundo necesita más demanda y debe exportar su exceso de ahorro, por lo que el sistema financiero estadounidense se adapta obligando a EEUU a emitir deuda suficiente para satisfacer las necesidades extranjeras de activos estadounidenses. Eso es a lo que nos referíamos cuando escribimos que el uso global del dólar estadounidense perjudica a los trabajadores, a la clase media y a los pequeños productores estadounidenses y beneficia a los bancos y a la élite financiera de EEUU.
Es obvio que la élite china, al igual que la élite estadounidense, se beneficia de un sistema que reprime los salarios
Algunos políticos en Pekín, por otro lado, creen que si el mundo deja de usar el dólar y se pasa al renmbimbi, China puede crecer más rápido obligando al mundo a acomodar sus necesidades a una mayor demanda. Esto no tiene ningún sentido. A no ser que China, como EEUU, esté dispuesta a mantener déficits comerciales grandes y deje de controlar su moneda y su mercado de bonos, la moneda china nunca podrá convertirse en una moneda internacional importante. La prueba es que hoy, después de 20 años de debate sobre el auge del yuan chino, apenas se usa en transacciones internacionales. De hecho, se usa menos hoy que hace tres años.
Esto no va a cambiar en las próximas décadas. Cuando entiendes cómo funciona una moneda como parte del engranaje del comercio globalizado y del régimen de capitales, es obvio que la élite china, al igual que la élite estadounidense, se beneficia de un sistema que reprime los salarios para convertir las ganancias por las exportaciones chinas en compras de deuda y activos estadounidenses.
P. Muchos expertos han estado vaticinando una crisis financiera en China durante los últimos años. Como hemos visto, de momento, estaban equivocados. ¿Será cierto en el futuro próximo? ¿Cómo ve el problema de la burbuja de la deuda en China?
R. Pese a que fui el primer economista que advirtió acerca de la insostenibilidad de la deuda china, siempre he dicho que es muy poco probable que China se enfrente a una crisis de deuda. Una crisis de deuda es solo una forma de resolver un problema de deuda y ocurre cuando un prestatario con graves desajustes en sus balances está obligado a una contracción de liquidez. En teoría, China tiene unos desajustes terribles en sus hojas de balance, pero en la práctica, siempre que el sistema bancario esté cerrado al resto de países y los reguladores controlen a los bancos, pueden reestructurar los pasivos como quieran.
La mayoría de los economistas no entienden que una crisis de deuda es solo una forma de resolver un problema de deuda
Una crisis en China no es imposible, pero es muy poco probable. El problema es que la mayoría de los economistas no entienden que una crisis de deuda es solo una forma de resolver un problema de deuda. Es brutal y doloroso, pero también muy rápido. Los países que no resuelven sus problemas de deuda a través de las crisis son capaces de evitar los problemas sociales y políticos derivados de ella, pero a largo plazo sufrirán problemas económicos mucho más grandes. Japón no ha sufrido una crisis financiera desde 1991, pero en dos décadas el porcentaje del PIB japonés en comparación con el resto del mundo se ha reducido más de la mitad. La URSS tampoco sufrió nunca una crisis financiera pero su porcentaje respecto al PIB mundial se redujo tres cuartas partes en dos décadas. Ambos países tenían problemas de deuda muy serios y, como nunca vivieron una crisis de deuda, a largo plazo lo hicieron mucho peor que los países que sí tuvieron crisis de deuda.
P. ¿Cómo valora la relación entre Xi Jinping y Donald Trump? Usted ha dicho que China infravaloró a Donald Trump en la guerra comercial, causando efectos negativos para la economía china, ¿por qué?
R. Trump y Xi han cometido errores en su gestión, pero creo que es un peligroso error ver un conflicto comercial mundial solamente como un enfrentamiento personal entre ambos líderes. Es un error incluso más grande limitar este choque a EEUU y China. Está claro que los conflictos comerciales y la desigualdad salarial son serios problemas internacionales que tienen terribles ramificaciones políticas en la gran mayoría de las primeras economías del mundo. Aquí podríamos incluir a Europa, en donde estos problemas se han manifestado en discusiones sobre el euro, la inmigración o el rol de Alemania a la hora de perjudicar la economía europea.
Tenemos que entender cómo estos profundos desequilibrios afectan a un mundo globalizado. Históricamente se ha visto que todos estos problemas están todos relacionados y se afectan entre sí. Tenemos que entender que estos desajustes benefician a un grupo determinado que es políticamente dominante y que no está dispuesto a arreglarlo. El problema no es China, o Europa, o EEUU, o India. Todos tienen grandes problemas domésticos, pero todos sufren de desequilibrios profundos similares que no solo empeoran sus problemas nacionales, sino que hacen que sea muy difícil resolverlos. Esto es especialmente importante para España y Europa, porque la UE no podrá sobrevivir en el futuro si no ataca las raíces de los verdaderos desequilibrios alemanes. El punto importante es no permitir que los conflictos entre países socaven la idea de que estamos ante un conflicto entre sectores económicos.
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