Sentados en círculo alrededor de una llama. Adiós, humanismo cristiano. Hola, neopaganismo
Jorge Vestrynge afirmó a propósito de Fraga que era una lástima que fuese tan católico. “Con una dosis de paganismo, habría podido llegar muy lejos”. Que la persona que ha inspirado esa nueva ideología que persigue enterrar las señas de identidad de la cultura occidental dijera eso no es baladí. En esta época, se libra una denodada batalla para sustituir la religión y las tradiciones por algo nuevo. Es el advenimiento de la Era del Hijo que profetizó Aleyster Crowley. Hay que matar al Padre y sustituir a Dios por una nueva religión: la del estado.
Esa es la intención de algunos dirigentes políticos españoles, crear una nueva liturgia para el consumo de masas, con sus nuevas festividades, sus dogmas, sus rituales, sus mitos y su panteón de deidades. Se evidencia en el empeño que ponen en sacralizar determinadas fechas como el ocho de marzo. No son laicos, a pesar de que se queden afónicos de tanto gritarlo; por el contrario, son profundamente religiosos en tanto que creyentes, lo que sucede es que su fe es muy distinta de la nuestra, dado que es una fe que se fundamenta en la negación del espíritu y en la afirmación del materialismo.
Si alguien tenía dudas cerca del profundo cambio en nuestra sociedad, ahí tienen el denominado acto de homenaje a las víctimas de la pandemia, un funeral de estado que ni fue funeral ni de estado. Fue un acto mágico, puesto que la disposición del cuadrado dentro del circulo significa para los versados en ocultismo el triunfo de lo material sobre lo angélico, la cuadratura del círculo. Quienes así lo dispusieron no podían ignorar tal simbolismo. Lo repetimos: esa religión aparentemente laica ni es ajena al ocultismo, ni es tampoco inocente. Recordemos el acto. Vean esa llama en medio, en el centro del círculo, representando a los que ya no moran corpóreamente entre nosotros, pero sí en espíritu.
El acto que presenciamos este jueves no tiene equivalente en los que hemos podido ver en otros países. Su carga esotérica era tremenda y en modo alguno casual.
Es la llama purificadora que el antiguo Tubal Caín entregó a la humanidad para que aprendieran a dominar el fuego y a forjarlo; noten el círculo, representación del ciclo solar, ciclo también de fuego, que contiene un cuadrado en su interior, el ser humano, aherrojado en los límites del mundo material. Un erudito hebreo amigo mío, que vio por televisión aquello, me dijo que se había estremecido. “He ahí al hombre luciferino animado por la llama eterna consiguiendo dominar la materia, para su propia transformación”. Uno podrá o no estar de acuerdo con el hermetismo, el Zohar, la Kaballah, las tesis de Rosenkreutz o los rituales del Rito Escocés Antiguo y Aceptado que revelan como a través del nuevo Maestro el espíritu del fundador masónico, Hiram Abif, se reencarna y vive de nuevo. Da lo mismo. Pero, empíricamente, el acto que presenciamos este jueves no tiene equivalente en los que hemos podido ver en otros países. Su carga esotérica era tremenda y en modo alguno casual.
Resumiendo: desterrando los símbolos tradicionales – enseña nacional, cruces, liturgias católicas, entre muchas otras cosas – se ha introducido en la psique colectiva un nuevo tiempo, una nueva manera de hacer, de ritualizar el dolor. Es una fe que viene a asesinar a la antigua. Y la vida es símbolo y ritual, como afirmaron personas tan sabias como Gurdjieff, Fulcanelli, Robert Ambelain o Pawels y Bergier.
Fue un ritual neopagano, repito. Eso debería dar que pensar a aquellos que sepan de lo que estoy hablando. También a usted, Señor, que ostenta entre otros el título de Rey de Jerusalén y al que están intentando convencer de que la Era del Hijo ha llegado. Y ya sabe lo que ha de pasar para que tal cosa suceda…
Michael Pettis es estadounidense, nació en Zaragoza hace 62 años y lleva media vida viviendo en China. Algunas veces se le acusa de estar al servicio del régimen chino y otras de ser un agente americano, unas credenciales inmejorables para un debate desbordado por la propaganda. Es profesor en la prestigiosa Guanghua School of Management de la Universidad de Pekín y está entre los economistas más respetados por los sinólogos y por los corresponsales extranjeros en Asia.
Acaba de publicar junto a Matthew C. Klein uno de los ensayos del año: ‘Las guerras comerciales son guerras de clase: cómo el aumento en la desigualdad distorsiona la economía global y amenaza la paz internacional’. Ha sido calificado como el «el libro más polémico de la temporada» y alabado por figuras tan influyentes como Dani Rodrik, Adam Tooze o Martin Wolf.
En esta larga entrevista con El Confidencial, Pettis explica la tesis de su libro, pero también desgrana de forma pedagógica por qué los salarios en el mundo desarrollado son cada vez más desiguales, advierte contra la futorología con China e insiste en la superioridad de la democracia frente a la autocracia a la hora de resolver crisis a largo plazo. «Donald Trump y el resto de líderes europeos son un desastre necesario para que nuestras élites salgan de su complacencia», asegura.
PREGUNTA. La principal tesis de su libro es que el aumento de la desigualdad dentro de los países aumenta los conflictos comerciales entre ellos. También dice que las guerras comerciales no son conflictos entre países, sino guerra de clases, sobre todo entre banqueros y dueños de grandes activos financieros por un lado y la clase media y los trabajadores por otro. ¿Podría desarrollar su teoría?
RESPUESTA. En el libro, explicamos que en un ambiente de comercio mundial efectivo los desequilibrios comerciales persistentes son imposibles porque, al final, siempre se ajustan por sí solos. Si un país produce de forma más eficiente que sus socios comerciales y tiene superávit, provocará ajustes monetarios o cambiarios que permitirán consumir más a la gente del país y aumentar sus importaciones, ajustando los equilibrios comerciales de nuevo.
La competitividad alemana no es la eficiencia en su producción, sino sus bajos salarios en comparación con la productividad
Pero eso no es lo que está ocurriendo hoy. Los desequilibrios comerciales persistentes no surgen de diferencias en la eficiencia de la producción, sino en los ingresos mal distribuidos del país que tiene superávit. Piensa, por ejemplo, en que el alemán, de media, produce aproximadamente un 70-75% del PIB en comparación con un estadounidense y un 110-115% en comparación a un inglés. Y, sin embargo, recibe menos del 60% del salario medio de un estadounidense y más o menos lo mismo que un inglés. La verdadera fuente de la competitividad alemana, en otras palabras, no es la eficiencia en su producción, sino sus bajos salarios en comparación con la productividad. Además, su elevada tasa de ahorro no se produce por la frugalidad de los hogares, sino por los altos beneficios de las empresas. Lo mismo ocurre con China, cuyos trabajadores son aproximadamente un 15% productivos en comparación con un trabajador estadounidense medio y un 20-25% como un británico, pero sus ingresos apenas alcanzan el 10% de un estadounidense y el 15-20% de un británico.
Mientras que los alemanes o los chinos cobren un salario tan bajo en comparación con lo que producen, no podrán aumentar su cuota de consumo total y, por tanto, seguirán produciendo más de lo que consumen. Eso hará que el desequilibrio —junto con el exceso de ahorro— deba ser exportado. Si no fuera por esta diferencia de salarios, los alemanes y los chinos podrían exportar todo aquello en lo que fueran relativamente más eficientes al producir, pero un mayor consumo [derivado del aumento de los salarios] significaría que esas exportaciones se igualarían con la importación de bienes extranjeros en vez de con la exportación del exceso de ahorro. El desequilibrio comercial se ajustaría.
La táctica del salami o cuánto queda para que estalle la guerra entre China y EEUU
Carlos Barragán
Si no fuese por una pandemia global y por la peor recesión desde el 29, la crisis entre China y EEUU sería lo más grave que ocurre en el planeta. ¿Qué es lo que está pasando exactamente?
P. Dice que “la profundización de la globalización y el aumento de la desigualdad se han reforzado el uno al otro”. ¿Qué significa esto? ¿Cómo se pueden mantener los beneficios de la globalización y, al mismo tiempo, mitigar sus desventajas?
R. Vivimos en un mundo globalizado y eso provoca que las políticas de un país para reducir los salarios obliguen a otros países a igualar esa bajada para mantenerse competitivos. Mucha gente diría que la solución para el problema discutido antes está muy clara: EEUU y Reino Unido deberían aumentar productividad o bajar los salarios. El problema es que para que las empresas aumenten la productividad se requieren inversiones enormes a largo plazo que pueden ser arriesgadas, especialmente cuando el consumo crece tan lento.
Es mucho más rápido obligar a que bajen los sueldos amenazando con trasladar la industria a países con salarios más bajos en comparación con su nivel de productividad. Tal y como explicó Bill Clinton en 1993 cuando firmó el acuerdo del NAFTA, “el hecho de que las factorías y la información fluya por todo el mundo, que la gente pueda mover su dinero a cualquier lado de un plumazo”, significa que la verdadera única solución para aumentar la competitividad en el extranjero es bajar los salarios. Los salarios pueden ser reducidos de forma directa, como hizo Alemania en 2003-2004 después de sus reformas laborales, o de forma indirecta, depreciando tu moneda, debilitando el sistema de bienestar, permitiendo la degradación ambiental, etc.
Los periodos de alta desigualdad de ingresos fueron periodos de desequilibrios comerciales muy grandes y una deuda rampante
El problema que tienen los países que tratan de aumentar su competitividad de esta forma es que, aunque funciona a nivel individual, lo empeora a nivel colectivo. Como los países reducen sus salarios en comparación con el PIB, también reducen el porcentaje del consumo y, con ello, las inversiones de las empresas para aumentar el consumo doméstico también caen. El resultado es que la demanda global disminuye. En ese caso, la caída del crecimiento mundial solo puede ser paliada con deuda, tanto nacional como individual. No es una coincidencia que durante los periodos de alta desigualdad de ingresos —como en la década de 1920, o entre 1890 y 1900 o en 1860— también fueran periodos de desequilibrios comerciales muy grandes y una deuda rampante.
P. Viendo lo que está ocurriendo en Estados Unidos, el modelo chino se ha revelado cada vez más atractivo para algunos países en desarrollo. Incluso en algunos países europeos como en España se pueden encontrar voces que dicen que el modelo chino podría ser inspirador para nosotros. ¿Qué opina?
R. Depende de a lo que te refieras con ‘modelo chino‘. El modelo de desarrollo chino está muy desequilibrado y depende mucho de mantener salarios muy bajos, tener una tasa de ahorro alta y tener un Estado que dirija la inversión nacional a la infraestructura y a la capacidad manufacturera. Esto puede ser bueno para un país bajo ciertas circunstancias y malo para otro país, pero no hay nada especialmente chino en este modelo. De hecho, cuando se habla del modelo de desarrollo chino algunos se refieren al ‘modelo Gershenkron’, en memoria de Alexander Gershenkron, y se puede aplicar al menos a dos docenas de países en las últimas décadas, también conocidos como «milagros del crecimiento».
En un país en vías de desarrollo con niveles muy bajos de inversión —como era el caso de China durante las décadas de los ochenta y los noventa— este modelo es una buena forma de garantizar un rápido crecimiento. El problema es que, una vez que los niveles de inversión han alcanzado su punto de saturación, el modelo de desarrollo provoca un aumento de deuda. De hecho, todos los países que han seguido este camino han pasado por tres etapas. Primero, pasan por muchos años de crecimiento rápido y saludable. Después, mantienen altas tasas de crecimiento, pero empeorando los desequilibrios internos y endeudándose mucho. Por último, llegan un reajuste muy complicado, bien sea a través de una crisis como Brasil en 1982-83 o Corea del Sur en 1997 o en forma de décadas de estancamiento, como la URSS a finales de los setenta y en la década de los ochenta, o Japón a partir de la década de los noventa.
En España, este modelo no funcionaría hoy. Las economías avanzadas no sufren de falta de acceso al capital y, en cualquier caso, los trabajadores españoles y la clase media no tolerarían políticas que obligaran a aumentar la tasa de ahorro porque estas implican reducir su participación en lo que producen. Las élites financieras, por supuesto, estarían encantadas ante este tipo de políticas.
China tiene mucha más infraestructura de la que puede usar de forma productiva para sus niveles de desarrollo
Pero eso no significa que no haya nada que aprender de China. En Occidente hemos desdeñado la inversión en infraestructura durante muchos años y ahora tenemos mucho menos de lo que necesitaríamos para nuestros niveles de desarrollo. Justo al contrario que China, que tiene mucha más infraestructura de la que puede usar de forma productiva para sus niveles de desarrollo. Podemos invertir en infraestructura y mejorarla sin tener que preocuparnos de la deuda porque, al contrario que la China de hoy, pero como la China de hace 10-20 años, el aumento en la deuda iría emparejado de un aumento incluso mayor del PIB.
P. Hace 10 años se hablaba sin parar del inminente colapso de China. Ahora está de moda pronosticar la ‘implosión’ de EEUU. Como poco ha cambiado la narrativa.
R. La gran ironía es que el prestigio de la democracia siempre está en mínimos justo cuando demuestra su superioridad. La gran ventaja de las democracias sobre otras formas de gobernanza es que, institucionalmente, son capaces de adaptarse. Churchill dijo que EEUU siempre hace lo correcto, pero solo después de haber intentado todo lo demás. De hecho, creo que esto no solo es verdad con EEUU sino con todas las democracias liberales. Cuando hay un gran cambio en las circunstancias subyacentes —como lo hubo en los sesenta o en la década de los treinta y como lo está habiendo ahora—, son las democracias las que se adaptan. Pero el proceso de ajuste es tan caótico, confuso y complicado que la gente ve crisis, caos y conflicto en todos lados y empieza a desconfiar de la democracia. Es justo durante esos periodos cuando el prestigio de las autocracias alcanza su pico, porque parece que consiguen gestionar la crisis de forma ordenada, estable y efectiva.
Sin embargo, yo diría que esto sucede solo por las rigideces del sistema autocrático, que evitan que el sistema se adapte tan rápido como debería. Igual que hacemos hoy, en su día admirábamos la mano dura de las autocracias durante los años treinta y sesenta y veíamos con malos ojos el caos y la debilidad de las democracias. Pero, al final, quedó patente que la fortaleza de las autocracias no era otra cosa que rigidez, mientras que el caos de las democracias era flexibilidad. Ya sé que se ha vuelto a poner de moda perder la esperanza por nuestras frágiles y débiles democracias. Pero espero que no olvidemos la lección. Trump es un desastre y la mayoría de los europeos están convencidos de que sus propios líderes también son un desastre, pero son desastres necesarios para obligar a nuestras élites a salir de su complacencia. El cambio siempre es feo, caótico, confuso. Pero es necesario. El miedo al cambio no da estabilidad, todo lo contrario..
Occidente ya ha perdido Hong Kong. Y te debería preocupar más de lo que imaginas
Carlos Barragán
Que se acepte perder la idiosincrasia de Hong Kong, entre la indiferencia y el conformismo de la opinión pública mundial, es el mayor síntoma de un cambio de era entre las superpotencias
P. Durante los últimos meses, se ha vuelto a repetir mucho el mantra de que «este es el siglo de China», «China es el futuro», etc. Algunos analistas dicen que China será la nueva superpotencia después de la crisis del covid. En una entrevista reciente con El Confidencial, el antiguo diplomático singapurense Kishore Mahbubani dijo, por ejemplo, que los pobres en China ya viven mejor que los pobres en EEUU. ¿Qué opina?
R. No tengo muy claro que los economistas se tomen en serio a Kishore Mahubabani. Para mis estudiantes chinos, una afirmación como esa sería inexplicable. A principios de junio, el Primer Ministro Li Keqiang dijo algo que sugería una visión totalmente diferente y hay rumores de que dicho discurso le podría haber causado problemas políticos. Por razones obvias, prefiero no decir mucho más sobre esto porque es un tema muy sensible en China.
En cuanto lo del ‘siglo de China‘… prefiero mantenerme escéptico. Muchos países han seguido el modelo de desarrollo de China y han creado expectativas muy altas que, después, no se cumplieron. Acuérdate de que en los años sesenta todo el mundo ‘sabía’ —incluso el propio Kennedy— que la URSS estaba creciendo tan rápido que superaría económica y tecnológicamente a EEUU a finales de la década de los ochenta. En su lugar, su PIB en relación al PIB global descendió un 15% en los primeros años de los setenta y 4-5% en las dos siguientes décadas. En los años ochenta todo el mundo ‘sabía’ que el crecimiento de Japón era imparable y superaría económica y tecnológicamente a EEUU en dos décadas. Su porcentaje de PIB en comparación con el resto del mundo alcanzó el pico del 17% en la década de los noventa. Ahora es inferior al 7%. Al principio de los años setenta era ampliamente conocido que Brasil, el primer país al que se le llamó ‘milagro económico’, sería una economía avanzada para final de siglo. Por supuesto, nada de esto ha ocurrido.
Que todas las películas acaben igual no quiere decir que la siguiente tendrá el mismo final. Pero deberíamos ser menos arrogantes
China ha seguido el mismo modelo de desarrollo que estos países, pero eso no significa que esté destinado a fracasar. Al fin y al cabo, que todas las películas acaben igual no quiere decir que la siguiente tendrá el mismo final, pero sí significa que deberíamos ser menos arrogantes a la hora de predecir el futuro. Una cosa está clara: los economistas no entienden por qué este modelo de desarrollo siempre parece conducir primero a un crecimiento espectacular, seguido de un crecimiento desequilibrado con mucha deuda y, por último, un ajuste económico complicado. En todos los casos de la historia moderna nuestras predicciones sobre el crecimiento continuo han sido completamente fallidas. Hasta que no entendamos por qué hemos fallado tanto, todo el mundo debería ser muy cauto a la hora de hacer las mismas predicciones de nuevo.
P. En ese sentido, da la sensación de que, cuando se analiza China, se tiende a olvidar que es un país con 600 millones que viven con menos de 140 dólares al mes. ¿Estamos sobreestimando la fortaleza de China o es precisamente esa su fortaleza?
R. China es un país en desarrollo muy grande, con todas las fortalezas y debilidades que eso implica. Continuará desarrollándose con el conjunto adecuado de instituciones políticas, financieras, legales, educativas y culturales, sobre todo si sus instituciones pueden adaptarse rápido a las nuevas condiciones. Sin las instituciones adecuadas, China fracasará a la hora de convertirse en una economía avanzada. Los precedentes históricos no son muy optimistas.
P. Cambiando de tema, ¿considera que el repunte de nacionalismo chino se ha convertido en un problema para los extranjeros que viven allí y que puede marcar los años por venir?
R. En el libro que publiqué en 2013, expliqué por qué los grandes desequilibrios globales —como los altos niveles de desigualdad de ingresos y un considerable aumento de deuda global— muestran que el mundo se dirige, de manera inevitable, hacia un camino de desglobalización. Y parte de ese proceso también conduce a un aumento de tensiones geopolíticas, un auge del racismo y un mayor odio hacia los extranjeros y los inmigrantes. Creo que esto es inevitable y empeorará más aún antes de que mejore. Pero también pienso que deberíamos ser cuidadosos y no culpar a un país o a otro. Es cierto que están pasando cosas feas en China, pero también en EEUU, la Unión Europea, Reino Unido, América Latina, India y en cualquier sitio. No estamos ante un problema chino, estamos ante un problema global.
Esto es lo que pasa cuando plantas cara a China… y no eres Estados Unidos
A. Alamillos
La actitud de China con Australia en los últimos dos meses es —o debería ser— una fábula admonitoria para otros países sobre los límites en las críticas que China está pensando aceptar
P. Hablemos de la desigualdad salarial, una de sus mayores preocupaciones. En un reciente artículo en el ‘Financial Times‘, escribió que el porcentaje de riqueza de los hogares en China está “entre los más bajos de cualquier país en toda la historia”. Para algunos lectores en España podría ser un poco confuso el hecho de que la sociedad china sea más desigual que países occidentales.
R. La desigualdad de ingresos es un problema económico muy serio en todo el mundo, especialmente en países como EEUU y China. Las propias estadísticas chinas mostraban hace unos años, antes de que dejaran de publicar las cifras, que la desigualdad de ingresos en China es mucho más alta que en Europa. Hace 20 o 30 años no había mil millonarios en China. Ahora, China tiene más mil millonarios que cualquier otro país en el mundo, incluyendo a la UE y a EEUU.
P. En ese mismo artículo decía que “China no tiene otra opción que expandir la presencia del Gobierno”. ¿A qué se refiere?
R. La única forma de mantener altas tasas de crecimiento es que el Gobierno siga insuflando enormes cantidades de gasto en actividades no rentables ni productivas. Este es un problema muy comentado en China y hay un enconado debate sobre hasta cuándo se tiene que prolongar. Por ahora, sin embargo, los asesores más importantes del Ejecutivo están más preocupados por las consecuencias políticas derivadas de un crecimiento económico débil que de las consecuencias financieras de más deuda. Por lo tanto, las autoridades siguen gastando. Esto continuará hasta que los niveles de deuda obliguen a Pekín a cambiar sus políticas.
P. También insiste en la idea de que los hogares no consumen tan rápido como los países producen. Escribe: “Hemos alcanzado el límite de nuestra habilidad para absorber la creciente desigualdad de ingresos”. ¿Tiene alguna idea o política para cambiar esto?
R. En el libro demostramos por qué el problema del aumento de la desigualdad de ingresos es impulsado por los flujos de capital, característica clave de la globalización. Los países presionan a la baja los salarios para mejorar su competitividad internacional. El problema es que, si los salarios se reducen y los ahorros de los ricos aumentan, la gente encontrará cada vez más difícil consumir todo lo que se produce en el país, que acabará ahorrando mucho más de lo que puede invertir. La única forma para resolver este desequilibrio de demanda es exportar tanto el exceso de ahorro como el exceso de producción a otros países. Estos, a cambio, deberán reducir sus propios salarios directa o indirectamente para seguir siendo competitivos. Este proceso deja al mundo en un círculo vicioso en el que los bajos salarios debilitan la demanda y la baja demanda obliga a aumentar la competitividad que, en muchos casos, se consigue bajando los salarios. Y, en ese contexto, la única forma de mantener el crecimiento de la economía es con más deuda. Y es ahí donde estamos hoy.
En un mundo globalizado, es estúpido pensar que los verdaderos conflictos son nacionales
Para solucionar el problema del crecimiento, los países deben hacer dos cosas: deben redistribuir los salarios y deben emprender un proceso de reconstrucción de infraestructuras productivas. Pero, como demostramos en el libro, para lograr esto en un mundo globalizado todo el mundo debe cooperar y hacerlo conjuntamente. Si no, no funciona. Si un país emprende esta lucha solo, paga todo el coste de estas políticas, pero comparte los beneficios con los países que se niegan a hacerlo. Crea un serio problema de ‘free rider’ (parásito). Como somos escépticos sobre la habilidad del mundo para cooperar, recomendamos que las economías avanzadas occidentales tomen medidas unilaterales para impedir el libre flujo de capitales innecesario. Esto obligará a pagar los costes de esas políticas a los países que quieran mejorar su competitividad bajando salarios. En ese caso, las malas políticas dañarán a los países que las implementan. El comercio internacional es positivo si obliga a los países a competir aumentando la productividad. Es negativo si obliga a los países a competir reduciendo salarios.
P. El debate entre prochinos o antichinos finalmente ha aterrizado en España durante la crisis del covid. La gente cruza acusaciones igual que se hacía hace 10 o 12 años en la comunidad de ‘expats’ en Pekín. ¿Tiene algún consejo para atajar esta espiral de simplismo?
R. Vivimos en una época en la que las opiniones estarán cada vez más polarizadas y las tensiones geopolíticas aumentan de forma inevitable. Por lo tanto, mi único consejo para la gente inteligente es que se centre en los temas realmente importantes. Tal y como tratamos de explicar en el libro, el verdadero conflicto no es entre países sino entre las clases sociales y los sectores económicos. Las políticas que afectan a los trabajadores y clase media de China también afectan, al mismo tiempo, a los trabajadores y la clase media española. Al mismo tiempo, las políticas que fortalecen a la élite financiera en Alemania, fortalecerán a la élite financiera en EEUU. En un mundo globalizado es estúpido pensar que los verdaderos conflictos son nacionales, pero es inevitable que sea así como nos los presenten.
Los demócratas están cayendo en la trampa china de Trump
Fareed Zakaria. Nueva York
El verdadero enigma no es que Trump esté utilizando los ataques contra China en la carrera electoral, sino por qué los demócratas se están uniendo.
P. ¿Cómo de preocupado está Pekín por el protagonismo del dólar en el sistema de comercio internacional?
R. Algunos políticos en Pekín están muy preocupados, pero esta preocupación se complica por el fracaso de la gran mayoría de los políticos (no solo en China, sino también en el extranjero) a la hora de entender cómo funcionan las monedas en el sistema de comercio internacional. Todavía hay gente, tanto en China como en el resto del mundo, que te dicen que la prominencia del dólar tiene que ver con el número de portaaviones estadounidenses o por los acuerdos secretos de la OPEC para acordar los precios del petróleo en dólares. Todo esto no son más que tonterías. El dólar estadounidense es fundamental para la economía global, principalmente porque el sistema financiero estadounidense obliga a la economía estadounidense a adaptarse a las necesidades del resto del mundo. El mundo necesita más demanda y debe exportar su exceso de ahorro, por lo que el sistema financiero estadounidense se adapta obligando a EEUU a emitir deuda suficiente para satisfacer las necesidades extranjeras de activos estadounidenses. Eso es a lo que nos referíamos cuando escribimos que el uso global del dólar estadounidense perjudica a los trabajadores, a la clase media y a los pequeños productores estadounidenses y beneficia a los bancos y a la élite financiera de EEUU.
Es obvio que la élite china, al igual que la élite estadounidense, se beneficia de un sistema que reprime los salarios
Algunos políticos en Pekín, por otro lado, creen que si el mundo deja de usar el dólar y se pasa al renmbimbi, China puede crecer más rápido obligando al mundo a acomodar sus necesidades a una mayor demanda. Esto no tiene ningún sentido. A no ser que China, como EEUU, esté dispuesta a mantener déficits comerciales grandes y deje de controlar su moneda y su mercado de bonos, la moneda china nunca podrá convertirse en una moneda internacional importante. La prueba es que hoy, después de 20 años de debate sobre el auge del yuan chino, apenas se usa en transacciones internacionales. De hecho, se usa menos hoy que hace tres años.
Esto no va a cambiar en las próximas décadas. Cuando entiendes cómo funciona una moneda como parte del engranaje del comercio globalizado y del régimen de capitales, es obvio que la élite china, al igual que la élite estadounidense, se beneficia de un sistema que reprime los salarios para convertir las ganancias por las exportaciones chinas en compras de deuda y activos estadounidenses.
P. Muchos expertos han estado vaticinando una crisis financiera en China durante los últimos años. Como hemos visto, de momento, estaban equivocados. ¿Será cierto en el futuro próximo? ¿Cómo ve el problema de la burbuja de la deuda en China?
R. Pese a que fui el primer economista que advirtió acerca de la insostenibilidad de la deuda china, siempre he dicho que es muy poco probable que China se enfrente a una crisis de deuda. Una crisis de deuda es solo una forma de resolver un problema de deuda y ocurre cuando un prestatario con graves desajustes en sus balances está obligado a una contracción de liquidez. En teoría, China tiene unos desajustes terribles en sus hojas de balance, pero en la práctica, siempre que el sistema bancario esté cerrado al resto de países y los reguladores controlen a los bancos, pueden reestructurar los pasivos como quieran.
La mayoría de los economistas no entienden que una crisis de deuda es solo una forma de resolver un problema de deuda
Una crisis en China no es imposible, pero es muy poco probable. El problema es que la mayoría de los economistas no entienden que una crisis de deuda es solo una forma de resolver un problema de deuda. Es brutal y doloroso, pero también muy rápido. Los países que no resuelven sus problemas de deuda a través de las crisis son capaces de evitar los problemas sociales y políticos derivados de ella, pero a largo plazo sufrirán problemas económicos mucho más grandes. Japón no ha sufrido una crisis financiera desde 1991, pero en dos décadas el porcentaje del PIB japonés en comparación con el resto del mundo se ha reducido más de la mitad. La URSS tampoco sufrió nunca una crisis financiera pero su porcentaje respecto al PIB mundial se redujo tres cuartas partes en dos décadas. Ambos países tenían problemas de deuda muy serios y, como nunca vivieron una crisis de deuda, a largo plazo lo hicieron mucho peor que los países que sí tuvieron crisis de deuda.
P. ¿Cómo valora la relación entre Xi Jinping y Donald Trump? Usted ha dicho que China infravaloró a Donald Trump en la guerra comercial, causando efectos negativos para la economía china, ¿por qué?
R. Trump y Xi han cometido errores en su gestión, pero creo que es un peligroso error ver un conflicto comercial mundial solamente como un enfrentamiento personal entre ambos líderes. Es un error incluso más grande limitar este choque a EEUU y China. Está claro que los conflictos comerciales y la desigualdad salarial son serios problemas internacionales que tienen terribles ramificaciones políticas en la gran mayoría de las primeras economías del mundo. Aquí podríamos incluir a Europa, en donde estos problemas se han manifestado en discusiones sobre el euro, la inmigración o el rol de Alemania a la hora de perjudicar la economía europea.
Tenemos que entender cómo estos profundos desequilibrios afectan a un mundo globalizado. Históricamente se ha visto que todos estos problemas están todos relacionados y se afectan entre sí. Tenemos que entender que estos desajustes benefician a un grupo determinado que es políticamente dominante y que no está dispuesto a arreglarlo. El problema no es China, o Europa, o EEUU, o India. Todos tienen grandes problemas domésticos, pero todos sufren de desequilibrios profundos similares que no solo empeoran sus problemas nacionales, sino que hacen que sea muy difícil resolverlos. Esto es especialmente importante para España y Europa, porque la UE no podrá sobrevivir en el futuro si no ataca las raíces de los verdaderos desequilibrios alemanes. El punto importante es no permitir que los conflictos entre países socaven la idea de que estamos ante un conflicto entre sectores económicos.
El que passa és que les etiquetes «dreta» i «esquerra» són relatives.
Si visites els blogs de dreta, te n’adonaràs que diuen que el món occidental cada vegada és més d’esquerra. Si visites els blogs d’esquerra, te n’adonaràs que diuen que el món occidental és cada vegada més de dreta.
Els dos tenen raó.
El món es cada vegada més d’esquerra quant a les polítiques socials: la família, https://twitter.com/alonso_dm/status/1283486910636273673?s=08
El món és cada vegada més de dreta quant a les polítiques financeres: més concentració de la riquesa, el poder econòmic va per damunt del políitic, precarització del treball, etc.
En realitat, el món avança en la mateixa direcció, cap a un major individualisme i una lluita de tots contra tots, allunyant-se de la realitat i de la veritat i de la civilització.
En termes financers, això vol dir llevar les barreres al lliure comerç i als bancs perquè lluitem tots contra tots i guanye el més fort.
En termes socials, això vol dir llevar totes les barreres al comportament sexual, perquè siga una lluita de tots contra tots i guanye el més fort (el que té més diners, per exemple, pot divorciar-se de la dona i aconseguir una més jove, o una xica guapa pot deixar al seu home i buscar un marit més ric)
Això és una consequència de la religió de l’egoisme («llibertat» ho diuen perquè egoisme sonava malament). Si tot el món fem els que ens dona la gana, obviament els més poderosos (financerament o sexualment) són els que guanyen. La religió de l’egoisme és, en realitat, la religió del poder
Conforme el món occidental avança en una direcció autodestructiva, el que ahir era esquerra hui és dreta. No és que Felipe González ha canviat tant: és que el món occidental ha canviat
Ara si no penses per exemple que un trans és una dona, no eres de l’esquerra. Abans això no era requisit per ser d’esquerres. Ara si no jalees amb entusiasme als homosexuals, no eres d’esquerra. Però el Che Guevara es va carregar a un munt d’homosexuals per ser-ho i Pablo Iglesias (el fundador del PSOE) quan va saber què era un homosexual va dir: «En nuestro partido no puede haber eso. Nuestro partido es un partido decente». Ningú els va acusar de no ser d’esquerres.
En termes històrics, en lo que es refereix al tema social, Vox és un partit d’esquerra rabiosa. Els seus postulats (llibertat i igualtat) són completament aberrants a totes les civilitzacions de la història, perquè són postulats anti-civilització. Només s’accepten els últims segles en la decadència de la civilització occidental.
Llibertat vol dir «fes el que et done la gana». Quina civilització es pot mantindre així? Es que cada òrgan del cos pot fer el que li dona la gana? Igualtat vol dir «tots som iguals». Quina civilització es pot mantindre així? Es que el cor és igual que el fetge? El motor del cotxe és igual que les rodes?
Són idees anti-civilització i anti qualsevol estructura. Per això, la nostra societat va de mal en pitjor.
«La gran marcha de la destrucción mental continuará. Todo será negado. Todo se convertirá en un credo. Es una posición razonable negar que hay piedras en la calle: será un dogma religioso afirmarlo. Es una tesis racional que todos vivimos en un sueño: será una cordura mística decir que todos estamos despiertos.
Se encenderán fuegos para testificar que dos y dos son cuatro. Se sacarán espadas para demostrar que las hojas son verdes en verano. Nos quedaremos defendiendo, no solo las increíbles virtudes y cordura de la vida humana, sino algo aún más increíble, este enorme universo imposible que nos mira a la cara.» G.K. Chesterton, Heretics
Reconéixer la veritat limita el nostre egoisme. Si diem que dos i dos són quatre, no podem fer que dos i dos siguen el que ens dona la gana.
Si Jesús va dir «la veritat us farà lliures», es referia a que reconéixer la veritat (i el bé) ens allibera de l’esclavitut a l’egoisme (al pecat). — Yo os aseguro —les contestó Jesús— que todo el que comete pecado es esclavo del pecado.» ( Joan. 8,34, veure també Romans 6,16-20; Romans 7,14)
Però en el món modern: la llibertat és fer el que ens dona la gana, és a dir, dedicar-nos a l’egoisme, justament el contrari. Per això, Zapatero es creu amb dret d’emmendar-li la plana a Jesús («la veritat us farà lliures») i dir «la libertad os hará verdaderos»
I és que per tindre llibertat a l’estil modern (és a dir, egoisme) cal que no existisca la veritat, perquè esta posa límits al nostre egoisme. Es per això que la dita de Zapatero dona en el clau.
Estic segur que este desecho humano es creu que és la persona més solidària, tolerant i bona del món, només perquè és d’esquerres.
Quan Cristina Pedroche va dir que «ser de izquierdas es querer el bien para todo el mundo», el problema és que és tan tonta que ho va dir. La clau és pensar-ho i no dir-ho.
La majoria dels progres estan convençuts de la seua superioritat moral, només perquè «estan del costat del bé i del progrés». Això d’estar «del costat del bé i del progrés», es limita a
1) repetir com lloros, les consignes que la tele diu que defineixen la bondat (com que els trans són dones)
2) odiar als del altre bàndol («els odie perquè són roins, així que el meu odi està justificat, perquè sóc una persona bona»)
3) fer el que volen en la seua vida privada. Com són dels bons, tot està perdonat.
Ahí tenim a Echenique que, després de pagar en negre a la seua assistent, ens dona lliçons de moral.
Tot excuses per a l’egoisme. Darrere de totes les frasses grandiloquents (llibertat, igualtat, progrés), només està l’egoisme pur i dur.
Som l’única cultura de la història de la humanitat en què l’egoisme està ben vist i es fomenta . Es la inversió moral. Una cultura que és capaç de tindre una regidora com la de la imatge és una societat que se suicida en una lluita de tots contra tots, perquè la gent només pensa en ella.
On the long term, though, humans have so far coped with the disappearance of many professions by simply inventing new ones.
Yes, but this time is different. When a farmer became a factory worker, he went from a low-IQ trade to a low-IQ trade. Now most of the low-IQ trades are being drastically reduced by automation. New professions are being created, but they usually are high-IQ professions. When a factory worker becomes a coder, he goes from a low-IQ trade to a high-IQ profession.
I don’t see the equivalence with the past. There are people who will never be coders, because their brain does not have the intelligence required to code (the same way I cannot be a professional soccer player because my body does not have the strength required for that).
I don’t see new low-IQ trades appearing. And if some low-IQ trade appears, I will doubt that it will have as many job positions as the low-IQ trades of the past.
I think the elite knows that the number of real work hours needed in the economy has been drastically reduced and will be reduced even more. This is why all the noise about the Universal Basic Income (UBI). In fact, there are lots of jobs that don’t add anything to the economy: a lot of people push paper and don’t give any value (this is a hidden UBI). This is one of the forces behind the increase of size of Administration. And higher education has been extended to low-IQ people so they don’t become part of the workforce early. (Then these low-IQ people think that they are entitled to a high-IQ job and, when they don’t get it, they get angry, as the recent riots have manifested).
Finally, I disagree with Kadczynski, but I think Kadczynski has a point. I think your analysis is too rational. So, when Kadczynski says “people in primitive societies are happier”, you reply by giving objective data (people lived shorter lives, there were more diseases, more work, worse sanitation, etc.). You also acknowledge the disadvantages of civilized society (too many rules, etc.). You make a rational analysis of pros and cons and conclude that modern life is not that bad. I wholeheartedly agree with this.
But your analysis only shows that people in the past lived worse lives than ours. Not that people weren’t happier back then. Because “living worse lives” is an objective measure, but happiness is something subjective.
I have lived in USA, in my country (Southern Europe) and I have lived for the last 20 years in Central America. When you compare countries, USA is the country with the best standard of living but where people are more miserable (and have a higher rate of use of antidepressants). The country I live now is the happiest one, despite being dirt poor and violent. Southern Europe is like USA but not that extreme (less rich, less miserable).
(I used to play a game when I lived in the US. When I walked, I counted the number of people I came across until I saw a person who had a “good” expression on his face -a expression of happiness, a expression of contentment or peace-. Sometimes the number was higher than 100).
How is this possible? It is because unhappiness is the difference between reality and expectations. People in rich countries have very high expectations that are often unfulfilled (see the riots). People in poorer countries are trained to have lower expectations so they are happy with less.
In addition, the abandonment of (popular) religion also adds to unhappiness. In the country I live, even if they are not particularly religious and don’t attend religious services, people are positive that God will help them and that everything will end up OK (sometimes against all evidence). This makes them endure the highest storms with more tranquility.
Finally, modern life is an artificial construct. The natural state of mankind is to be dirt poor (this natural state was 99% of the history of humanity). Therefore, in order to sustain a wealthy civilized society, you have to psychologically change the people so they fit in this artificial construct. People have to be more selfish and focus more on material things that in extended family, etc. This Theodore Dalrymple article explains it very well: https://www.city-journal.org/html/after-empire-12420.html
This makes them richer but more alienated. Their biological nature is wired for a poor primitive society and the behaviors adapted to this poor society. If you give your dog a life of leisure and wealth but you don’t allow him to bark and run, you will get an unhappy dog.
(I know that there is a rebuttal, “if they are so happy, why do they come here? why don’t they stay in their countries?” But the reasons for immigration are complex and this comment is already too long).
Hablar es gratis y siempre puedes encontrar argumentos para justificar cualquier opinión. Pero los hechos son hechos. Cuando el cristianismo era fuerte, Occidente era fuerte. Ahora que el cristianismo es débil, Occidente es débil. Como dicen los estadounidenses, «that’s a fact, Jack».
Hoy, Hagia Sophia (la hermosa iglesia construida por el emperador Justiniano) vuelve a ser una mezquita después de décadas de ser un museo. Erdogan firmó hoy el decreto. El mismo Erdogan que dijo:
«Los minaretes son nuestras bayonetas, las mezquitas son nuestros cuarteles, los creyentes son nuestros soldados»
No vas a una guerra de civilizaciones sin una religión. Entre un mundo musulmán lleno de fervor sagrado y una Europa escéptica que no cree en nada, ¿quién ganará?
La respuesta es clara. Soy de Europa y hace treinta años, no había ninguna persona musulmana en mi ciudad natal. Ni siquiera sabíamos qué era el Islam. Ahora tienen una mezquita (construyeron otra porque la primera se hizo pequeña), tienen un vecindario entero y se reproducen mucho más rápido que nosotros. Ves hiyabs habitualmente.
¿Está sucediendo lo contrario? ¿Hay barrios llenos de escépticos en los países musulmanes? No me hagas reír. El mundo musulmán es más religioso ahora que hace 30 años. ¿Quién está ganando y quién está perdiendo?
Así que disfruta de las fábulas de Esopo mientras dure. Está claro que un zorro que habla tratando de conseguir uvas te inspirará a luchar de la misma manera que Alá inspira a los musulmanes a luchar. Y los cerdos vuelan.
Talking is cheap and you can always find arguments to justify any opinion. But facts are facts. When Christianity was strong, the West was strong. Now that Christianity is weak, the West is weak. As you American people say, «that’s a fact, Jack».
Today Hagia Sophia (the beautiful church built by emperor Justinian) reverts to being a mosque after decades of being a museum. Erdogan signed the executive order today. The same Erdogan that said:
«The minarets are our bayonets, the mosques are our barracks, the believers are our soldiers»
You don’t go to a civilization war without a religion. Between a Muslim world full of holy fervor and a skeptic Europe that does not believe in anything, who will win?
The answer is clear. I am from Europe and thirty years ago, there was no Muslim person in my hometown. We didn’t even know what Islam was. Now they have a mosque (they built another one because the first one got small), they have an entire neighborhood and they reproduce much quickly than us. You see hiyabs everywhere.
Is the opposite happening? Are there neighborhoods full of skeptics in Muslim countries? Don’t make me laugh. The Muslim world is more religious now that 30 years ago. Who is winning and who is losing?
So, yes, enjoy your Aesop’s fables while it lasts. It is clear that a fox who talks trying to get some grapes will inspire you to fight the same way Allah inspires Muslim to fight. And pigs fly.
[El periodista preguntó al ministro:] «¿Tomará medidas el gobierno francés para […] atenuar sufrimientos que rayan lo intolerable?» Nada era tolerable ya para Occidente, tenía que meterse eso en la cabeza, a golpes de neurosis provocadas. Si moría de miseria, entre millones de humanos, un solo indio de los Andes, un negro del Chad o un pakistaní, ciudadanos de naciones libres, responsables y orgullosos de serlo, Occidente creía un deber suyo extasiarse de arrepentimiento. Quienes lo agitaban lo conocían bien. No le pedían siquiera que se sacudiera la cartera de una buena vez y adoptara a los cuatro quintos del Globo que flotaban vagamente a remolque suyo. Apuntaban a la cabeza, nada más, a los lóbulos lejanos de donde el remordimiento, la autoacusación y el asco de sí mismo, exasperados por mil pinchazos, acababan por escaparse y extenderse a través de un cuerpo sano súbitamente aquejado de leucemia. ¡Era intolerable!… ¡Evidentemente! ¡Era intolerable! ¡Vaya pregunta!
en nombre de la libertad de
prensa imprime usted cualquier porquería e intoxica a un millón de imbéciles.
Porque, en nombre de la libertad de prensa, puedesocavar tranquilamente los
cimientos de la nación, bajo la careta cómoda de la sátira. Ahora bien, el pueblo,
aun en el punto donde ha caído, todavía no está completamente obcecado y usted
necesita, para ser creído y apreciado, algo que parezca una oposición. Por el
momento, mientras usted y sus cómplices no hayan ganado definitivamente la
partida, yo les sigo siendo indispensable. Soy su coartada. Sin mí y algunos
supervivientes más, en las mismas difíciles circunstancias, ya no habría libertad deprensa porque ya no habría divergencia de opiniones. Llegado el momento, eso nole estorbará, pero deberá esperar aún un poco.
¡Vayamos ahora a los hechos! En este momento, a unas cien millas de nuestro litoral o, para ser más exactos, según los últimos partes, en la latitud de Durban, progresa hacia El Cabo una flota invasora procedente del Tercer Mundo. Sus armas son la endeblez, la miseria, la conmiseración que inspira y el valor de su simbolismo ante la opinión universal. Ese símbolo significa el desquite. Y nosotros, los afrikanders, nos preguntamos sin comprenderlo qué masoquismo anima al mundo blanco hasta el punto de desear ese desquite contra sí mismo. Aunque mejor sería decir que lo comprendemos demasiado bien. De resultas, rechazamos dicho símbolo con tanta más energía cuanto que se trata precisamente de eso. ¡Ni un solo inmigrante del Ganges, cualesquiera que sean sus motivos, entrará vivo en el territorio de la República
Sudafricana! Ahora pueden hacer preguntas.
E: —¿Debemos entender, señor Presidente, que no vacilará en abrir fuego
contra mujeres y niños indefensos?
R.: —Me esperaba tal pregunta. Evidentemente, dispararemos sin vacilar. En esta guerra racial desencadenada al nivel de las ideas, la «no violencia» es el arma de las turbas. Y la violencia, la de las minorías asediadas. Nosotros nos defenderemos. Seremos violentos.
esto signifique una forma moderna de hacer la guerra cuando el enemigo ataca sin armas, protegiéndose con su miseria.
Las naciones de Occidente creen poseer ejércitos poderosos cuando, en realidad, no tienen ya Ejército. Desde hace años se viene inculcando con todos los medios a nuestros pueblos el carácter deshonroso de sus respectivos ejércitos. Por ejemplo, se han filmado películas destinadas a millones de espectadores, en las que se exponen matanzas de indios, árabes o negros, carnicerías olvidadas hace cien años y exhumadas para servir a la conspiración. Se ha dado una interpretación equívoca a las guerras de supervivencia —aunque todas hayan sido perdidas por Occidente—, se las ha hecho pasar por tentativas bárbaras para imponer la hegemonía blanca. Y como ya no quedan suficientes militares vivos con quienes desahogar ese odio, se ha recurrido a los guerreros fantasmales del pretérito, personajes incontables, multiplicables hasta el infinito e incapaces de protestar, muertos, mudos y abandonados, expuestos sin riesgo al desprecio público. No hablemos de la literatura, las obras teatrales y los oratorios destinados a un público intelectual limitado. Refirámonos más bien a los medios informativos, el escandaloso falseamiento de un instrumento creado para la comunicación de masas, manipulado por quienes, a socapa de la libertad, practican el terrorismo intelectivo. No obstante las advertencias formuladas por los supervivientes de la lucidez, nos hemos entregado a un masoquismo frenético y desorbitado, corriendo en pos de aventuras alucinantes y, a fuerza de querer admitir todo cuanto se nos imputa, hemos terminado aceptando el disparatado riesgo de afrontar también todo al mismo tiempo… y solos. ¡Acuérdese, señor presidente! Mediante operaciones de desmoralización nacional y disolución cívica, concebidas con sabiduría y escenificadas diabólicamente, se ha logrado que el fin de las guerras coloniales — incluyendo Vietnam— sea tan sólo el comienzo. Es algo irreversible. En lo sucesivo, el pueblo llano se espantará de un Ejército al que le han endosado demasiados genocidios. Respecto a la policía, su destino quedó sellado cuando el tiempo de Guignol, y uno se pregunta estupefacto cómo ha podido resistir tanto sin sentir aborrecimiento de sí misma. Ahora ya es un hecho. Y el Ejército ha seguido la pauta. Sea voluntario o no, profesional o no, se horroriza de su propia imagen. Así, pues, señor presidente, no cuente con el Ejército para un nuevo genocidio. —¿Para qué, entonces? —Para nada, señor presidente. Se ha perdido la partida. —Sin embargo, habrá genocidio, otra modalidad, y seremos nosotros quienes desapareceremos.
Pero ello implica, evidentemente, una condición exclusiva: el matar con remordimientos o sin ellos a un millón de infelices. En las guerras precedentes se generalizaron estos crímenes, pero las conciencias de aquellas épocas no habían aprendido todavía a dudar. Entonces la supervivencia justificaba la matanza. Por lo pronto, aquellas guerras se libraban entre grupos opulentos. Hoy, si cometemos el mismo crimen cuando nos ataquen gentes pobres, cuya única arma es la pobreza, sabed que nadie nos absolverá y que, una vez preservada nuestra integridad, quedaremos marcados para la eternidad. Eso lo saben muy bien las fuerzas ocultas empeñadas en destruir nuestra sociedad occidental que se aprestan a seguir la estela del invasor escudándose con el cómodo broquel de nuestras inquietas conciencias.
Durante su larga carrera, el Ministro había presenciado demasiadas abjuraciones, había sido testigo de demasiadas derrotas presentadas a los pueblos como otras tantas victorias, de renunciamientos sublimes
o resurrecciones, todo ello sustentado con grandiosos himnos cuyo diluvio verbal
bastaba para lavar la deshonra.
Las ratas no soltarán el queso «Occidente» hasta devorarlo por entero, y como es una pieza grasa de respetable tamaño, eso tardará lo suyo. Ellos están todavía en plena faena. Pero las ratas más hábiles se han reservado los mejores bocados, consecuencia inevitable de toda revolución
Mientras escribimos estas líneas nos viene a la memoria una antigua
ley americana de 1970, madre de todas las leyes antirracistas, denominada «ley
sobre intercambio escolar». Como blancos y negros habitaban por aquella época,
en Estados Unidos, en barrios «unirraciales» bastante distanciados entre sí, se ideó en nombre de la integración transportar cada día niños blancos a las escuelas negras y una partida equivalente de niños negros a las escuelas blancas. Eso se llamaba busing, de bus o autobús. Eran muy numerosos los escolares que recorrían cada día cien kilómetros mientras otros tantos hacían exactamente el mismo camino en dirección contraria. Hubo protestas. Se alegó el cansancio inútil, lo costoso que resultaba, la libertad de elección, todo cuanto se pueda imaginar, pero jamás se mencionó el racismo. Era ya demasiado tarde y el vocablo causaba repugnancia. Así, pues, el busing triunfó y hoy día se celebra el busing-day en el mundo entero..
el Tercer Mundo se había propuesto no deber nada a nadie, ni atenuar la significación radical de su victoria compartiéndola con los tránsfugas. Agradecerles sus esfuerzos o siquiera reconocerlos era otra forma de perpetuar la sujeción