Los críticos cobardes del Islam

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Nota: Traducido de http://citadelfoundations.blogspot.com/2016/10/islams-cowardly-critics.html Notas del traductor entre corchetes []

Existen muchas críticas sólidas de la religión islámica, incluyendo consistentes refutaciones teológicas de la concepción islámica de Dios, escepticismo sobre los orígenes del Corán y críticas legítimas de ciertas cualidades inadecuadas que demuestran aquellos individuos que se rigen por las principales interpretaciones de esta religión.  Todas estas críticas son interesantes e intelectualmente dignas.

Pero la mayoría de críticas del Islam no se centran en esos puntos sino que se basan en la perspectiva del progresismo burgués, el cual, en su versión más apegada a los principios,  se ofende con el invitado que llega a una casa y no cumple las reglas de esta casa. Estas reglas son la observancia de la doctrina del «yo» y la búsqueda eterna de la emancipación. No es coincidencia que el propio nombre «Islam» signifique «sumisión».

[Nota: Cuando el autor habla del progresismo burgués, se refiere al humanismo secular, la religión sin Dios surgida de la Ilustración y las revoluciones burguesas, que es la religión oficial de todos los países occidentales y, más concretamente, a su  última versión, que es la corrección política. Aquella que pone el «yo» y el placer como centro de la vida moral y  adora a la diosa libertad (por lo que la emancipación es un valor supremo).]

Comencemos reconociendo que la mayoría de progresistas no son nada críticos con el Islam, o, como mínimo, no lo son de forma abierta. Conoce pocos límites su fascinación casi sexual con «el otro», con aquel que desafía abiertamente la herencia ancestral de Occidente. Ello tiene que ver con la etnia tanto como con la religión. Aunque hay un número creciente de musulmanes blancos, es raro ver a un progresista lanzarse tan alegremente a su defensa como a la de un inmigrante afgano o libio. La mayoría de progresistas se rigen por la norma de intentar encontrar posibles sistemas de privilegio y discriminación, por lo que cualquiera que tenga un historial exótico se clasifica automáticamente como parte de un grupo de víctimas.

Sin embargo, hay otra escuela de progresismo (es cierto que bastante minoritaria) que se rige por otra norma diferente, que es la defensa del progresismo, incluso si esto significa violar ocasionalmente alguno de sus principios. Este tipo de progresismo es mucho más consciente de su entorno y, de forma usual, se percata normalmente del hecho de que sus hermanos y hermanas ideológicos se dirigen como sonámbulos hacia su desaparición [Nota: el autor se refiere al hecho de que el Islam con su mayor asertividad y mayor tasa de natalidad desplaza a los progresistas hasta extinguirlos]

¿Son cobardes estas personas? En algunos sentidos, no lo son. Muchos de ellos arriesgan sus vidas  por ser críticos por el Islam y la mayoría arriesgan sus reputaciones. Aunque la islamofobia no es una herejía tan grave como la homofobia, lo importante es que una vez te declaran islamófobo, es probable que te traten de la misma manera que a un racista, no importa cuánto defiendas que el Islam no es una raza.

Son contadlos los aspirantes a mártires por el liberalismo, pero existen [en la foto Geert Wilders, presidente del partido holandés Partido por la Libertad, opuesto al Islam]
Son contados los aspirantes a mártires por el progresismo, pero existen [en la foto Geert Wilders, presidente del partido holandés Partido por la Libertad, opuesto al Islam]

Así que no quiero decir que estas personas son cobardes en el sentido de que la amenaza del Islam los asusta hasta hacerlos callar (que conste que tampoco pienso que sus detractores son cobardes en este sentido). Por el contrario, pienso que estos críticos del Islam son culpables de cobardía en lo que se refiere a su introspección y valoración.

En cierta forma, los críticos del Islam tales como Douglas Murray, Pamela Geller, Geert Wilders, etc. son muy similares a aquellos que dicen que, si sólo tuviéramos un agradable país blanco, todo estaría bien. Eliminemos el parásito externo que, de alguna manera, ha conseguido pegársenos como una lapa, rodeemos nuestro territorio con un foso y nuestros problemas desaparecerán.

Recordemos por un momento una de las críticas principales al feminismo, que consiste en que el concepto del «patriarcado» (como un grupo internacional de hombres con malvados planes de quitar derechos a las mujeres a cada oportunidad) es una teoría de la conspiración que no tiene base en la realidad. Es una teoría de la conspiración necesaria para explicar la existencia de este sistema desigual que tenemos. En efecto, si no hubiera una conspiración, las feministas tendrían que admitir que la forma en que las sociedades tratan a los hombres y a las mujeres está basada en hechos reales sobre la conducta masculina y femenina.

Aunque teorías de la conspiración sobre la islamización de Europa como ZOG o el proyecto Eurabia no carecen de mérito (de hecho, algunos aspectos de estas teorías tienden a ser ciertos en algunos casos), se basan en los mismos problemas que el feminismo. Se trata de tirar la culpa a otro para evitar conclusiones no agradables.

La conclusión no agradable a la que podemos llegar sobre la islamización de Europa es una que no aceptarán muchos críticos del Islam: que hay algo intrínsicamente equivocado en nuestras sociedades occidentales y que es por ello que están siendo erosionadas y transformadas por una potencia extranjera hostil [como es el Islam].

Decir que las sociedades progresistas o la civilización occidental simplemente merece sobrevivir es como decir que las especies animales extinguidas merecían sobrevivir. Uno se puede quejar tanto como quiera, pero las leyes de Darwin se siguen cumpliendo. Si tu sociedad falla al competir contra otras, entonces, o bien eres la víctima de una espantosa mala suerte (algo que Occidente no puede afirmar de ninguna manera) o tu estrategia de supervivencia es defectuosa.

Algunos toserán y dirán «¿Has visto el Producto Interior Bruto de Gran Bretaña? Mira nuestros niveles educativos, mira nuestra tecnología». Esos son argumentos válidos, pero, si estos aspectos son tan importantes en el gran juego de las civilizaciones, ¿por qué te sientes amenazado por el Islam? Quizás te das cuenta de forma subconsciente de que todo el desarrollo empresarial del mundo no sirve de nada si causa que ricos monopolios importen mano de obra barata. Te das cuenta de que las universidades con demasiados fondos que dicen a los jóvenes que deben «replantear su masculinidad» están criando chicos dóciles mientras que las mujeres son violadas en grupo en el metro. Y te das cuenta de que el armamento más avanzado del mundo no sirve de mucho si gran parte de tu población está en el asilo de ancianos. Conforme Occidente ha escalado la jerarquía de Maslow, se ha dedicado a la extravagante práctica de dar patadas a los peldaños que dejaba por debajo para eliminarlos. Ahora está atrapado en la cima y tiene por delante una larga distancia para caer.

Mientras Occidente subió la pirámide de Maslow hacia necesidades más sofisticadas, descuidó las necesidades más básicas, como la reproducción y la familia. Ahora está atrapado en los niveles superiores de la pirámide sin tener los inferiores en una posición inestable que sólo puede caer.
[El autor compara a la pirámide de necesidades de Maslow con una escalera. Mientras Occidente subió la pirámide de Maslow para conseguir necesidades cada vez más sofisticadas, rechazó las necesidades más básicas, como la reproducción y la familia (son las patadas a los peldaños inferiores). Ahora está atrapado en los niveles superiores de la pirámide, pero le falta lo más básico. Se encuentra flotando en el aire, en una posición inestable, previa a la caída. Esta imagen fue añadida por el traductor para aclarar la frase anterior.]

Hay dos aspectos que considerar y estos son: la propia supervivencia y el valor de esta supervivencia. Es fácil confundir los dos pero son diferentes. Sin embargo, lo que normalmente pasa es que los dos coinciden. Las sociedades que carecen de un valor intrínseco no sobreviven. Es así de simple.

Cuando hablamos de supervivencia, hacemos juicios positivos [afirmaciones sobre lo que es cierto o falso, pertenecientes al SER de Hume]. Una civilización sobrevivirá o no. Cuando hablamos del valor de esta supervivencia, hacemos juicios normativos [afirmaciones sobre lo que es bueno o malo, pertenecientes al DEBER SER de Hume], cuyos fundamentos objetivos se basan en la Tradición y, por extensión, en Dios. El presente régimen progresista no sólo carece de cualquier valor espiritual sino que, además, la purga de esos valores ha mutilado la voluntad de nuestra civilización de defenderse. El valor intrínseco de una civilización determina su supervivencia, al menos en el largo plazo.

El principal impulso de la modernidad [otro nombre para el humanismo secular] ha sido que la civilización no es importante. En vez de eso, los individuos son importantes. Es imposible seguir siendo consistente con el progresismo y seguir afirmando que la civilización (incluso la tuya) es importante. Por el contrario, los musulmanes todavía valoran la civilización. No importa qué defectos puedan tener y no importa qué extraños nos puedan parecer, su continuada comprensión de verdades básicas es una de las razones principales de que vayan superando al hombre occidental, que gruñe desde su sillón mientras la demografía se escabulle entre sus manos.

En un artículo del The Spectator, Douglas Murray se opone a una política de puertas abiertas para los refugiados, señalando que Europa no puede asimilar a los musulmanes que ya tiene. Lo que no admitirá es que decirle a un musulmán que se asimile es como decir a tu oponente en un duelo de armas que vacíe su pistola y tire sus balas al suelo. ¿Cuál es la motivación para hacerlo? Es como cuando los estadounidenses denuncian a China porque roba las ideas patentadas en Estados Unidos ¿Por qué China cambiaría de actitud si Estados Unidos no sólo está dispuesto a permitir este robo, sino que sus ciudadanos compran productos chinos en el mercado sin hacer preguntas? El musulmán está en la misma situación. Un número cada vez menor aceptará la asimilación, pero la mayoría no lo hará porque claramente nuestra cultura progresista nos ha hecho poco bien. «Morito haber visto, morito ni acercarse.» Asimismo, podrían tener algo de resentimiento al ver aviones estadounidenses continuar bombardeando bodas paquistaníes y funerales yemeníes, al ver, como una vez y otra y por diversos medios, Occidente se inmiscuye en asuntos árabes y persas cuando no se les quiere allí.

Desde los inicios del terrorismo contemporáneo, la izquierda se ha dedicado a purgar toda referencia al Islam cuando considera sus opciones. Para ellos, el problema no es el Islam sino el vago terrorismo. Los conservadores responden repitiendo Islam radical hasta perder el aliento. Por su parte, los contra-yihadistas van un paso más allá y dicen que no se trata en absoluto del radicalismo islámico, se trata del Islam.

El libro "Se trata del Islam" de Glenn Beck
[El libro «Se trata del Islam» de Glenn Beck]

Todos se equivocan. La crisis actual no se trata del Islam, cuya expansión es sintomática [es un síntoma, no la enfermedad]. El problema somos nosotros. El problema son las suposiciones sobre las que hemos basado nuestro mundo moderno, muchas de ellas defendidas por los críticos del Islam.

¡Esto es horrible! Deberían estar en la clase de educación sexual, aprendiendo a masturbarse analmente
¡Esto es horrible! Deberían estar en la clase de educación sexual, aprendiendo a masturbarse analmente.

Si los pueblos de los países occidentales van a sobrevivir, y si quieren que esta supervivencia tenga algún valor, deben examinarse a ellos mismos. Su respuesta contra el Islam no puede basarse en la bilis de la liberación femenina, derechos de los gays, la libertad de satirizarlo todo, la expulsión de la religión de la vida pública, etc, etc. Debe fundamentarse en dos verdades muy fáciles de entender que justifican la resistencia a la islamización y que nuestros antepasados usaron como base de su resistencia al Islam:

El Islam es una religión falsa

Los musulmanes no pertenecen a nuestras tierras

 

El Gran Reaprendizaje

Sacado del libro “Hooking up” (“enrollarse”), Tom Wolfe, 2000

En 1968, en San Francisco, me tropecé con una curiosa nota a pie de página al movimiento hippie. En la Clínica Haight-Ashbury había médicos que trataban enfermedades que ningún doctor vivo había encontrado antes, enfermedades que habían desaparecido hace tanto tiempo que nunca se les habían dado nombres en latín, enfermedades como la sarna, el “grunge”, el picor, la sacudida, el “afta”, el “scroff”, el podrido. Y, ¿cómo era que habían vuelto ahora? Tenía que ver con el hecho que miles de jóvenes de ambos sexos habían migrado a San Francisco para vivir en comunas, en lo que creo que la historia registrará como una de las fiebres religiosas más extraordinarias de todos los tiempos.

Los hippies no querían otra cosa que desechar todos los códigos y restricciones del pasado y comenzar desde cero. Una vez, el novelista Ken Kesey, líder de una comuna llamada los “Merry Pranksters” (“bromistas felices”), organizó un peregrinaje a Stonehenge con la idea de retornar al punto cero de la civilización anglosajona, que imaginó que era Stonehenge y comenzar de nuevo para hacerlo mejor esta vez. Entre los códigos y restricciones que desechó la gente en las comunas – muy a propósito – estaban los que decían que no debes usar los cepillos de dientes de otras personas o dormir sobre los colchones de otra gente sin cambiar las sábanas (o, lo que era más probable, sin usar ninguna sábana), o que tú y otras cinco personas no deberían beber de la misma botella de Shasta o tomar chupadas del mismo cigarrillo. Y, ahora, en 1968, estaban reaprendiendo…las leyes de la higiene…por medio de enfermarse de la sarna, el “grunge”, el picor, la sacudida, el “afta”, el “scroff”, el podrido.

Me parece que este proceso, es decir, el reaprendizaje – que sigue un comienzo desde cero prometeico y sin precedentes – es el leitmotiv del siglo XX en Estados Unidos.

“Comenzar desde cero” era el eslogan de la escuela Bauhaus. Por ser familiar, no volveré a contar la historia de cómo los Bauhaus (un movimiento diminuto de artistas en la Alemania de los años veinte) desechó todos los estilos arquitectónicos del pasado y creó la apariencia de caja de cristal de la ciudad americana moderna durante el siglo veinte [se refiere a los rascacielos]. Pero debería mencionar la desorbitada exuberancia espiritual con la que el movimiento empezó, la convicción apasionada del líder de Bauhaus, Walter Gropius, que comenzar desde cero en la arquitectura y diseño le liberaría de la mano muerta del pasado. Sin embargo, a finales de los años setenta, los mismos arquitectos comenzaron a quejarse de la mano muerta de la escuela Bauhaus: los techos planos (que tenían goteras con la lluvia y se derrumbaban con la nieve), los diminutos cubículos de oficina de color beis (que hacían que los trabajadores se sintieran como engranajes de una máquina), las paredes de vidrio (que dejaban entrar demasiado calor, demasiado frío, demasiado resplandor y nada de aire). Ahora el reaprendizaje está en proceso a toda marcha. Los arquitectos están ocupados rebuscando en lo que el artista Richard Merkin llama el Gran Armario [el gran clóset]. Dentro del Gran Armario, en montones promiscuos, se amontonan los estilos abandonados del pasado. Los redescubrimientos favoritos de la actualidad son clásico, georgiano, secesión y Art Déco. Reaprendiendo sobre la marcha, los arquitectos están en una orgía de eclecticismo [combinar elementos de varios estilos] comparable a la del periodo victoriano, hace 125 años.

En política, el gran comienzo desde cero del siglo XX fue el socialismo de un solo partido, también llamado “comunismo” o “marxismo-leninismo”. Dada la mala reputación que tiene en la actualidad este sistema en Occidente, es instructivo leer “Diez días que cambiaron el mundo” de John Reed – antes de pasar a “Archipiélago Gulag” de Aleksandr Solzhenitsyn. El trabajador prometeico de camisa azul que se representaba en un poster rompiendo sus cadenas a lo largo de su pecho poderoso representaba claramente la libertad humana extrema en la que el movimiento creía en un inicio.

Para los intelectuales occidentales, el doloroso amanecer empezó con la publicación de “Archipiélago Gulag” en 1973. Solzhenitsyn insistió en que el villano que había detrás de la red soviética de campos de concentración no era Stalin o Lenin (que inventó el término “campo de concentración”), ni siquiera el marxismo. Por el contrario, era la extraña noción del siglo XX por la cual los soviets podían desechar no sólo el viejo orden social sino también su ética religiosa, que había ido desarrollándose durante milenios (“decencia común”, la llamó Orwell) y reinventar la moral… aquí… ahora… “a punta de pistola”, como decía la famosa frase de los maoístas. Mucho antes de que cayera el muro de Berlín el 9 de noviembre de 1989, el reaprendizaje había alcanzado el punto en el que incluso los círculos gobernantes de la Unión Soviética y China habían empezado a preguntarse la mejor manera de convertir el comunismo en algo que no fuera un “barbarismo con rostro humano”, para usar la frase memorable de Bernard Henri-Levy.

La gran contribución estadounidense al comienzo desde cero del siglo XX fue en el área de maneras y costumbres, especialmente en lo que remilgadamente se llamó “la revolución sexual”. En cada aldea, incluso en el antiguo “cinturón bíblico” [estados más religiosos de Estados Unidos] puede encontrarse el burdel del pueblo, que ya no está escondido en una casa de luces rojas o azules o detrás de una puerta verde, sino publicitado de forma abierta a la orilla de una carretera con un letrero de plástico iluminado por detrás con una luz de mil vatios: MASAJE DE MUCHACHAS COMPLETAMENTE DESNUDAS EN SAUNA Y MARATÓN DE SESIONES DE ENCUENTRO. Hasta 1985, los cines porno estaban tan extendidos como el 7-eleven, incluyendo autocines al aire libre con pantallas de seis, siete u ocho pisos de altura, para poder proyectar mejor todos los pliegues húmedos, los nódulos brillantes y los menudillos duros a unos campesinos estadounidenses jadeantes. En 1985, los cines porno comenzaron a ser reemplazados por el videocasete porno, que podía llevarse a cualquier casa. En el estante de arriba de la sala de estar, al lado de los tomos de la “World Book Encyclopedia” y los “Clasicos Modernos de Biblioteca”, uno ahora encuentra los videos: “El Callejón de Asunción”, “Bañada y colgada”, “¡Oye! ¡Pequeña Rambo!” y “La maestra latina: ella chupa, ella ha chupado, ella habrá chupado”.

En el otoño de 1987, una secretaria de iglesia de 25 años llamada Jessica Hahn provocó un frenesí de risitas en la prensa sensacionalista cuando se anunció la noticia de que había posado desnuda para la revista Playboy. ¿Su castigo? Una gira triunfal por todos los programas televisivos de entrevistas y variedades de la nación. Por lo que a mí respecta, el punto máximo se produjo cuando una niña de diez años, una estudiante de escuela privada, que llevaba una blusa de botón de oro, una chaqueta de punto y una falda de su uniforme escolar, se acercó a ella en el exterior de un estudio de televisión con una pila de revistas Playboy que mostraban a la secretaria con los pechos desnudos y los muslos entreabiertos y le pidió que se las firmara. Con la bendición de sus maestros, pensaba llevar las copias firmadas a la escuela y montar allí una subasta pública. Los beneficios se destinarían a los pobres.

Pero, para la revolución sexual, se produjo también un amanecer doloroso en los años ochenta, y así empezó el reaprendizaje, en forma de profilaxis. Todo ello puede resumirse en una única palabra que no requiere explicación: SIDA.

Se debería pensar en el Gran Reaprendizaje – si algo tan prosaico como las clases de recuperación puede llamarse “grande” – no tanto como el punto final del siglo XX como el tema del siglo XXI. No hay ninguna ley de la historia que diga que un nuevo siglo debe empezar diez o veinte años por adelantado, pero ha sido así dos veces seguidas. El siglo XIX comenzó con las revoluciones americana y francesa de finales del siglo XVIII. El siglo XX comenzó con la formulación del marxismo, el psicoanálisis y el modernismo a finales del siglo XIX. Y el siglo XXI comenzó con el Gran Reaprendizaje – en forma de la destrucción del muro de Berlín en un único día, escenificando el completo fracaso del comienzo desde cero más trascendental de todos.

Predigo que el siglo XXI probará que es falsa la noción del siglo XX del Futuro como algo emocionante, novedoso, inesperado o radiante; como el Progreso, para usar una vieja palabra. Ya es claro que las ciudades, gracias al Reaprendizaje, ni siquiera tendrán la apariencia de nuevas. Muy al contrario: las ciudades del año 2000 están comenzando a parecerse más a las de 1900 que a las de 1990. Del Sur del Bronx en Nueva York al Sudeste de Atlanta, las viviendas públicas ya no se construyen con la apariencia de torres comerciales. La nueva apariencia: las villas suburbanas anchas y bajas con jardín de Hampstead Heath en Londres. El siglo XXI tendrá un aire retrogrado y una atmósfera mental retrógrada. La gente de nuestro mundo, acomodados en sus complejos de apartamentos de estilo neo georgiano, rememorarán con asombro el siglo que acaba de finalizar… Contemplarán el siglo XX como el siglo en que las guerras se volvieron tan enormes que fueron conocidas como guerras mundiales, el siglo en que la tecnología dio un salto adelante tan rápido que el hombre desarrolló la capacidad de destruir el mismo planeta – pero también la capacidad de escapar a las estrellas en naves espaciales si el planeta estalla – y de manipular sus propios genes.

Pero, por encima de todo, rememorarán el siglo XIX como el siglo en que sus antepasados tuvieron la confianza asombrosa, el descaro prometeico de desafiar a los dioses e intentar empujar el poder y la libertad del hombre a extremos divinos, sin límite. Mirarán el pasado con asombro… sin la mínima tentación de emular la osadía de los que quisieron desechar todas las reglas y quisieron comenzar desde cero. Por el contrario, se hundirán cada vez más hondo en sus poltronas de estilo Luis XVI, navegando perezosamente entre la información de Internet, matando el tiempo como las matronas victorianas que hacían ganchillo, encaje, tejido, bordado y punto de cruz; satisfechos de vivir en lo que se conocerá como el Siglo Somnoliento o la Resaca del Siglo XX.

[Nota del traductor: el tiempo desde la escritura del artículo ha demostrado que el autor era demasiado optimista. El reaprendizaje sólo se produce cuando las consecuencias de no hacerlo son abrumadoramente costosas. Para algunos aspectos muy básicos, el reaprendizaje requiere un derrumbamiento general de la civilización, como pasó en la caída del Imperio Romano.]

Filosofía de traducción

Se sigue la filosofía de traducción «idea por idea», que no pretende traducir literalmente el texto (como la filosofía «palabra por palabra») sino volcar las ideas de cada frase al idioma español. Además, se intenta conseguir la máxima comprensibilidad del texto traducido.

Para conseguir todo ello, se toman las siguientes licencias:

-1. En raras ocasiones se omite alguna palabra poco importante (por ejemplo, un adverbio que modifica un adjetivo) que transmite un matiz en inglés pero que, en español, haría la estructura gramatical demasiado complicada.

-2. De la misma manera, frases muy largas y complicadas gramaticalmente se dividen en varias poniendo puntos donde había comas. Asimismo, párrafos muy largos se dividen en varios teniendo en cuenta la estructura del contenido.

-3. De la misma manera, cuando se piensa que una frase es poco comprensible se le añade alguna palabra suelta (normalmente una repetición de una palabra que ya se había mencionado en el texto) para aclarar el sentido.

-4. Para frases hechas o metáforas, se intenta buscar una frase hecha o metáfora equivalente en español. Si no existe, se reemplaza por una frase normal que capture el sentido.

-5. Si los ejemplos son reales, se dejan como están. Si los ejemplos son ficticios, se dejan como están si son entendibles. Cuando se considera que los ejemplos ficticios no se entenderán por ser muy propios de  la cultura anglófona, se busca un ejemplo ficticio equivalente de la cultura hispana.

-6. Cuando todo esto falla, se hace una nota explicativa (normalmente entre corchetes) explicando el significado de la traducción. El texto entre corchetes se considera ajeno a la traducción y no sólo puede contener este tipo de notas explicativas, sino que también puede incluir apreciaciones personales del traductor.