Por Sam Gerrans, 4 mayo de 2004.
[Versión resumida. Versión completa aquí. Original en inglés aquí]
No creo en la democracia. En algunos círculos progresistas esto me hace un hereje que debería ser disparado. […]
La retórica de la democracia se basa en la idea de que la mayoría de personas son responsables y capaces de pensar por ellas mismas. Si esto fuera verdad, no se necesitaría un gobierno, nadie a quien pagar todos esos impuestos. No hace falta ser un genio para darse cuenta por qué esta idea no puede ni comenzar a funcionar.
«La mayoría» es una abstracción política necesaria dentro del marco de la hipocresía democrática, precisamente porque no puede pensar por sí misma. Es una fuerza ciega, divorciada de los hechos y fácilmente manipulable. Debe serlo. Su función es comprar cosas, pagar impuestos y distraerse – no atascar los mecanismos del poder.
Los gobernantes, por definición, forman una minoría. Bajo el sistema feudal, esto estaba completamente a la vista de todos. Bajo la democracia, tenemos que pretender que todos somos expertos en todo y que nuestra opinión cuenta. Ni somos expertos ni nuestra opinión cuenta y comenzamos, lentamente, a darnos cuenta de ello.
La diferencia básica entre el feudalismo y la democracia es de propaganda. Es parecido a cómo se crían los hijos. Es más eficiente que el niño crea que ordenar su habitación fue su idea. Es menos molestia. Pero el hecho es el mismo: habrá que ordenar la habitación.
Los que gestionan a la población muestran sus verdaderas intenciones cuando, de vez en cuando, la rueda se tuerce. Que Tony Blair ignoró la mayor concentración de personas de la historia en suelo británico (para protestar sus planes de lanzar una nueva ronda de genocidio en Irak) demuestra lo que realmente piensa de las opiniones de la gente. Su trabajo, tal como lo ve, es gestionarlas, no llevarlas a la práctica.
Estamos empezando a despertar al hecho de que a nuestros gobernantes les importa un pito lo que pensamos. […] Por supuesto, esto ya ha sido previsto. No se iba a mostrar el puño de hierro que hay debajo del guante de seda sin tener funcionando todas las medidas necesarias. Por eso, la «Patriot Act» [que pone restricciones a la libertad en nombre de la seguridad], la obligación de tarjetas de identidad, las leyes contra «crímenes de odio», la vigilancia en todos lados y las iniciativas para prohibir las armas de fuego. Porque, puedes estar seguro, la guerra de verdad es contra nosotros – la gente que lo pagamos todo.
Estos terroristas, estos espantapájaros contra los que se nos debe proteger, son muy útiles para dar razones a la gente que gasta nuestro dinero para que reduzca nuestra libertad. No puedes evitar preguntarte quién los financia.
Pero no es este el tiempo de llorar por la democracia. No es que la democracia se convierta en algo diferente. La democracia se hace madura y revela su verdadera naturaleza: la de una oligarquía [gobierno de pocos] brutal dedicada a destruir el orden natural [es decir, la forma en que las cosas deben ser, por ejemplo, la familia]. Su objeto: desconectarnos de la tierra y de la tribu y reemplazarnos por una casta sin raíces vigilada por medidas de seguridad de alta tecnología.
Este escenario no es antidemocrático. Es precisamente el resultado de la abdicación de la responsabilidad que es inherente en la democracia de masas. Así que acepta los hechos: el totalitarismo es la conclusión natural de la democracia [Nota del traductor: Platón ya detectó esto].
Sugiero que- sin importar las querellas internas – los fuertes y poderosos hacen más o menos lo que quieren y el resto es sólo propaganda. […] La ventaja principal de la democracia para quienes realmente tienen el poder es el hecho de que la creencia extendida de que somos libres es un medio eficiente de control. [Goethe lo puso así: «Nadie está más irremediablemente esclavizado que aquel que cree falsamente que es libre]. Pero la democracia nunca es y nunca ha sido la Libertad; es solo una dictadura «light». Y ahora que la infraestructura totalitaria está en su lugar, nuestros gobernantes ya no necesitan la propaganda.
Por supuesto, la democracia se aferrará a sus eslóganes cursis por tanto tiempo como sea útil. […] Lo que quiero no es llegar a conclusiones morales. Tengo mi opinión, por supuesto. Pero, para mí, todo se resume en lo siguiente: los fuertes y los astutos hacen lo que quieren y el resto de nosotros necesitamos decidir qué vamos a hacer con esto – si es que vamos a hacer algo.
Sólo no me pases el dogma de la democracia por delante de mi cara, porque no creo en él.
Así que dispárame.